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Isaiah Thomas: El tamaño no importa

Nacido en Tacoma,  una ciudad portuaria a 51 Km de Seattle, su vida siempre estuvo ligada al baloncesto. La culpa la tendrían aquellos Pistons que a finales de los 80 irrumpían como único equipo capaz de acabar con la hegemonía de Lakers y Celtics. Con un estilo de juego diferente al resto, mucho más duro y agresivo, a veces incluso rayando lo ilegal, se ganaron el sobrenombre de “Bad boys”. Pero había un jugador que destacaba sobre el resto, un asesino con cara de niño, al que apodaban “Zeke”. Allí por donde pasaba, no dejaba indiferente a nadie. Lo amabas o lo odiabas, así era Isiah Thomas.

Corría el año 89, cuando un aficionado de Los Ángeles Lakers, a punto de estrenar paternidad, decidió hacer una apuesta con un amigo. Si los de la MoTown eran capaces de eliminar a los Lakers en playoffs, el hijo que esperaba se llamaría Isiah Thomas.

Aunque los Pistons acabarían barriendo de la pista a los Lakers, no hizo falta esperar tanto para saber el nombre de aquel niño. A pesar de nacer en febrero y sin saber lo que el futuro depararía a aquellas dos franquicias, el padre ya había decidido que su hijo llevaría el nombre de aquel genial base. Pero como esto suele ser cosa de dos, faltaba la opinión de la madre. De creencias religiosas,  solo pondría una condición: que en vez de Isiah, se llamara Isaiah, un nombre con significado bíblico.

Su Tacoma natal fue testigo de sus primeros años de vida. Matriculado en Curtis Senior High school, el pequeño Isaiah nunca destacó por ser un buen estudiante. Se pasaba el día haciendo lo que más le gustaba, jugar al baloncesto. Un balón y una canasta le bastaban a aquel niño para ser feliz. No importaba que el sol se hubiera escondido, siempre era pronto para irse a casa. Una de esas noches, en las que Isaiah había decidido que todavía era pronto para coger el camino de vuelta, coincidió con la visita de Jason Terry a su padre. Serían las 9 o las 10, cuando de pronto, el entonces base de los Atlanta Hawks , escuchó algo en la parte trasera de la casa y se asomó para ver lo que sucedía. Cuando salió al patio, se encontró a Isaiah lanzando a canasta. Lo que para el sería una sorpresa, para el pequeño de los Thomas era algo cotidiano.

Pero en ocasiones el destino es caprichoso y nos pone obstáculos en el camino, siendo nuestra fuerza de voluntad la que determina si somos capaces de superarlos o no.

A Thomas le había tocado lidiar con su estatura, un fantasma que le iba a perseguir toda la vida. Por más que corriera, siempre lo tendría detrás. Podía dejar que ese fantasma lo atrapara y que sus sueños se esfumaran. O por el contrario, podía enfrentarse a él y vencerlo. Luchador de forma de ser, escogió la segunda opción. Su corta estatura no le impediría jugar al baloncesto, solo le haría diferente. Debía trabajar más que el resto si quería prosperar. Pero a base de mucho esfuerzo y una ética de trabajo poco común para la edad, los resultados empezaron a llegar. Sus hazañas pronto empezarían a recorrer todo el noroeste del Pacífico. Se contaban historias similares a las de David y Goliat. Se hablaba de una especie de “Mighty Mouse” (superatón), capaz de derrotar a cualquiera que se le pusiera por delante, sin vacilación alguna, sin importar peso ni altura. La gente, ansiosa de conocer la veracidad de esas historias, se agolpaba para ver al pequeño Isaiah jugar.

Jamal Crawford, nativo de Seattle y héroe para muchos niños, también había oído hablar sobre “Mighty Mouse” y quería conocerlo. El 11 de los Clippers, que precisamente luce ese dorsal por Isiah Thomas, quedó prendado de aquel muchacho al que invitó a la Liga de Verano que él suele organizar. El de los Clippers, que a la postre acabaría siendo gran amigo de Isaiah, alucinaba con él. Un estudiante de secundaria dominándoles en la cancha. Aquel chico simplemente era increíble.

Pero la pasión por los libros, nada tenía que ver con la que mostraba por el baloncesto. Más bien todo lo contrario. Odiaba estudiar, parecía que le hiciera daño. Disperso, cualquier excusa era buena para dejar los libros a un lado. Las llamadas a casa de los Thomas por parte del profesorado del colegio, eran casi tan frecuentes como ver a Isaiah sobre cualquier cancha de basket. Era habitual que después del recreo, en vez de volver al aula, se quedara en el patio para poder jugar a baloncesto con niños mayores que él. Pero todo eso acabaría pasando factura al pequeño de los Thomas. A los 16 años, tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida. Tras repetir el 11º grado en el Curtis Senior High School, decidió cambiar de centro y marcharse a Kent (Connecticut). A 3.000 Km de su familia y con el baloncesto como único refugio, Isaiah debía graduarse para poder dar el salto a la Universidad. Los Huskies, equipo de la Universidad de Washington, le estaban esperando. No fue una decisión fácil, pero necesitaba de aquel sacrificio para poder tener éxito más adelante.Durante su estancia en Kent, Isaiah aprovechó para visitar a su nuevo amigo Jamal Crawford, entonces en los New York Knicks. A menos de una hora de distancia, era habitual ver a Thomas montado en un tren rumbo a la “Gran Manzana”. Allí aprovechaba para ver los partidos y entrenamientos de su amigo. No se perdía ni el más mínimo detalle, siempre quería aprender algo nuevo. Observaba la forma de andar de aquellos jugadores, como se relacionaban entre ellos, los hábitos que tenían y muchísimas cosas más. Pero cuando no estaba pensando en baloncesto, su cabeza estaba en Tacoma. Todas las noches, cuando la soledad se apoderaba de él, descolgaba el teléfono y llamaba a los suyos. Tantas eran las ganas que tenía de volver a su ciudad natal, que  una vez  llegó a inventarse una boda familiar para poder escaparse. Pero todo aquel sacrificio obtuvo su premio en forma de billete a la Universidad de Washington.

Nada más aterrizar en los Huskies, ya le comparaban con Nate Robinson, quien había dejado una huella difícil de borrar. Ambos de corta estatura, llevaban el dorsal número 2 a la espalda, aunque Robinson era mucho más atlético. Pero esas comparaciones no supusieron ningún tipo de presión sobre Isaiah, que ayudado de su entrenador Lorenzo Romar, supo dar lo mejor de si mismo. Romar, no solo le ayudó en lo deportivo, sino que también le supo involucrar en todo tipo de actividades universitarias. Ese equilibrio y esa estabilidad, sirvieron para que “Mighty Mouse” se convirtiera en máximo anotador del equipo nada más llegar. Con 16 puntos, 2.5 asistencias y 3 rebotes por partido, llevó a los Huskies hasta la NCAA Tournament, donde caerían en 2º ronda.

Su segunda temporada, le acabaría consolidando como el líder del equipo. Mejoró sus números, llegando a promediar 17 puntos, 3.2 asistencias y 4 rebotes que sirvieron para llegar nuevamente hasta la NCAA Tournament, donde esta vez cayeron en la Sweet Sixteen.

El tercer año sería el más duro. Su compañero y amigo Quincy Pondexter daba el salto a la NBA dejando “huérfano” a Isaiah. Pero entonces volvía a aparecer la figura de su entrenador. Cuando más lo necesitaba, cuando más solo se sentía, él supo darle lo que necesitaba. Esa temporada volvieron a llegar hasta la NCAA Tournament, donde el resultado cosechado fue el mismo que la temporada anterior.

Tras la tercera temporada al frente de los Huskies y desoyendo a su círculo más íntimo, Isaiah decidió renunciar a su último año universitario y presentarse al draft.

Pero las predicciones no jugaban a su favor. A pesar de sus buenos números, no había conseguido ningún título colectivo. Además, por si eso fuera poco, los viejos fantasmas de su corta estatura volvían a aparecer.

Para el día de la lotería, Isaiah y su novia Kayla Wallace, prepararon una fiesta en su apartamento. Alquilaron mesas y sillas, además de comprar todo tipo de comida y bebidas. Aquello debía ser una celebración. Mientras los familiares y amigos de Isaiah seguían el draft por televisión, el base de los Celtics se marchaba a un gimnasio para lanzar a canasta y así descargar algo de tensión. Con el móvil siempre a su lado, esperando una llamada que le cambiara la vida, fue cayendo en el desanimo al mismo tiempo que iban saliendo otros nombres delante del suyo. Pero entonces sonó el teléfono. Era la llamada que había estado esperando desde pequeño. Su sueño se había hecho realidad. Su representante le comunicaba que los Kings le escogerían en la última posición.

Pero el haber quedado en segundo ronda, no le aseguraba un contrato garantizado, por lo que su sueño todavía podía tornarse en pesadilla. No había luchado tanto para quedarse a las puertas, así que hizo un último esfuerzo y se dejó el alma en cada entrenamiento. Los Kings incluso llegaron a ponerse en contacto con los Huskies, para ver como podían calmar a aquel entusiasmado chico. Pero Isaiah hacía lo mismo que había hecho siempre. Su objetivo cada vez que salta a un parquet, no es otro que la gente se pregunte porque no juega más minutos.

Su aterrizaje en la NBA tuvo lugar en pleno lockout. Llegaba a unos talentosos como indisciplinados Kings, donde se encontraría con jugadores como Cousins o Tyreke Evans. Aquel polvorín no tardaría mucho en saltar por los aires. La mala relación de Paul Westpahl con uno de los referentes del equipo, Cousins, harían del “head coach” la primera victima. Tras Westpahl, llegó  Keith Smart, que desde el principio confió en el talento de Thomas. El base no le defraudaría y como todo esfuerzo trae una recompensa,  la suya vino en modo de premios. En marzo y abril del 2012, fue galardonado con el premio a Rookie del mes de la NBA, además de acabar la temporada seleccionado en el segundo quinteto de los rookies.

Pese a lo nefasto de aquel año en lo que a lo colectivo se refiere, Isaiah había dejado destellos de su calidad. Había demostrado que su altura, 1.75cm, no eran impedimento para triunfar en la NBA.

Jugaría dos años más en la capital de California, donde iría aumentando su importancia, así como sus minutos y sus números, llegando a promediar 20 puntos en su última campaña.

Esto le serviría para firmar su primer gran contrato. Tras un Sing and Trade, acabaría en Arizona vistiendo la camiseta de los Phoenix Suns, con un contrato de 28 millones de dólares por 4 temporadas, además de un proyecto deportivo prometedor. Iba a formar parte de uno de los backourt más temibles de la liga junto a Goran Dragic y Eric Bledose.

Pero su estancia en Phoenix no se alargaría mucho. No hizo falta demasiado tiempo para darse cuenta de que aquello no funcionaba. Todos querían la pelota y todos se sentían capaces de hacerlo bien, pero alguien acababa molesto cada noche. Lo que podía haber sido uno de los backourt más potentes de la liga, acabó siendo un fracaso.

La incompatibilidad de estos tres jugadores acarreó movimientos en el equipo justo antes  del “trade deadline”. A la salida de Goran Dragic a los Heat, le seguiría la de Isaiah Thomas a los Celtics. Debía cambiar la cálida Arizona por la gélida Boston. Aquello fue como una jarra de agua fría, que enseguida trajo a la memoria de Isaiah, su estancia en Connecticut. Pero horas después de conocerse el traspaso, el nuevo jugador de los Celtics, recibió un mensaje de texto que cambiaría su perspectiva. En ese mensaje que le envió “Zeke”,  le animaba a llevar a los Celtics a playoffs.

El impacto del nuevo base fue mayúsculo desde el primer momento que puso un pie sobre el TD Garden. Partiendo desde el banquillo, sus puntos fueron vitales para llevar a los de Bostón a la postemporada. Pese a no llevarse el premio, para muchos fue el mejor sexto hombre de la pasada temporada.

Pero lo mejor estaba por llegar. En su primera temporada desde el inicio en Boston, Isaiah ha alcanzado un nivel extraordinario, promediando 21.6 puntos, 6.8asistencias y 2.9 rebotes por partido, lo que le ha valido para acudir al primer All-Star fuera de los Estados Unidos.

Con tan solo 1,75 cm, Isaiah Thomas ha demostrado al mundo que EL TAMAÑO NO IMPORTA.

 

Egoitz Arizmendi

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