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Cecilia Casado

A partir de los 50

Ya no te quiero

                                 

         

                 Se despertó en mitad de la noche con la sensación de haber dormido suficiente; la mente descansada, diáfana, clara y precisa le envió un mensaje con nombre y apellidos: “Ya no te quiero”, pensó, y el pensamiento bajó hasta la garganta y allí le puso las palabras, “ya no te quiero”, susurró, y siguió bajando con las agujas del reloj hasta llegar al corazón donde anidó y encontró su sitio. “Ya no te quiero”, decía todo su cuerpo, mientras se levantó en la oscuridad, todavía intentando no hacer ruido por miedo al cuerpo que estaba a su lado. Se miró a la luz cetrina del baño y vio en sus ojos repetida la misma frase, como si fuera un mantra imposible de evitar, después de tanto esfuerzo, después de tanto hastío y sobre todo, después de toda una vida. Se asomó a la ventana por comprobar si el frío de la madrugada aventaba el pensamiento, descubrió lluvia y dejó que se mezclara con las lágrimas, estaba llorando, sí, al cabo del desespero siempre se llora, cuando llegan las certezas o se grita o se llora, “ya no te quiero, ya no te quiero” , un zumbido en los oídos, un martilleo en la sien, un galope loco a la altura del pecho y el estómago encogido de repente por un dolor envenenado, la arcada súbita, el desfallecimiento del cuerpo, todo se acaba ahora, en mitad de la noche.

          Le dijeron lo que no quería oir y pronunció palabras impensadas e impensables, pero el tiempo marcaba su camino haciendo daño y quedaba poco, cada vez menos, un día ganado era un día vivido, por fin, no importaba nada los sobres sin abrir, el teléfono apagado, el espacio en el armario, media cama muerta y la otra media viva, por fin. El tiempo, cuánto tiempo sería preciso para reubicar los sueños, encontrar la risa, quitar el polvo a la esperanza, volver a mirar por la ventana y ver el horizonte y sentir que podía ser, todavía, un ser humano libre y digno de respeto y amor.

           En fin.

LaAlquimista

No resulta fácil insistir cuando no puedes creer que eres totalmente lo que haces, cuando piensas que puedes encontrarte, o encontrar otra parte de ti mismo, expresada a través de otro entorno diferente. Contra la fe que tenían los hombres en las instituciones que ellos y no las mujeres habían configurado, las mujeres mantenían un principio diferente de individualidad, según el cual el ser era más importante que el hacer. Hacia tiempo que los hombres habían interpretado todo eso como subversivo. Las mujeres se limitaban a rodear el espacio en el que los hombres ansiaban penetrar. Y de ahí surgió la hostilidad masculina.” (*)


(*) Ian McEwan “Niños en el tiempo”. Ed.Anagrama

Foto: C.Casado

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


febrero 2010
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