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Cecilia Casado

A partir de los 50

Hacemos demasiadas pocas locuras

En esta sociedad nuestra, provinciana y pelín pacata, las locuras están mal vistas; si acaso se aceptan las locuras con minúsculas, pero siempre dentro de unos márgenes de edad, condición y sexo, tan poca cosa que a una se le quitan las ganas de cometerlas. Servidora es de las que cuando la hace la lía, vamos que a mí me gustan las Locuras con mayúscula al principio y luego ya veremos por dónde nos da el aire.

Aunque no hace falta estar loco, sin seso o con la mente disturbiada para darse una alegría, que es cosa bien sana pegar un zapatazo de vez en cuando y saltarse todas las normas a la torera, que no vivimos en los cincuenta detrás de ningún telón aunque nosotras mismas nos hayamos puesto fajas, corsés y limitaciones varias, todas ellas llenas de púas insensatas para que la felicidad no osara ni asomar el hocico.

Pero a lo que voy. Imagina que es viernes a la hora del segundo café de la mañana, que suena el teléfono y alguien cercano te propone ir al día siguiente a desayunar a quinientos quilómetros de distancia, ver una exposición única, comer en un restaurante especial donde los haya y echar una siesta en el césped de un suntuoso parque público. ¿Te apuntarías o empezarías con el “uy, por Dios, qué locura, así sin pensarlo, si me toca peluquería y además… ya me gustaría, ya, pero…así, de sopetón…” o le pedirías a tu jefe un par de días de vacaciones para estirar el fin de semana? Esta sería una pequeña locura socialmente admisible, algo anecdótico para contar en las sobremesas con los amigos.

Luego está la otra “locura”, la de escuchar al interior profundo del ser, ahí donde está escondida nuestra propia verdad, donde no hay maquillaje, ni tapujos, ni tonterías que valgan, el auténtico YO. Si se abre esa puerta –cuya llave se tiene escondida durante años y años- uno queda expuesto a que los conceptos aprendidos, las ideas llevadas a cabo y las acciones que han conformado toda una vida pierdan de repente su valor intrínseco y desaparezcan, empujadas por un viento extraño, dejando paso a una nueva esperanza, una “loca” y diferente realidad.

Y cuando la llevemos a cabo, cuando cortemos las amarras y soltemos todo el lastre puede que nos miren con cara estupefacta mientras nos alejamos suavemente, mecidos en la brisa de nuestra última locura.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


septiembre 2010
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