¡Qué fácil era, cuando niños, acercarnos en el parque a cualquier grupo y preguntar “¿puedo jugar…?”! Aunque a veces nos hicieran pasar por un pequeño calvario de mirarnos de arriba abajo para calibrar si seríamos capaces de saltar a la goma, arrojar las tabas, voltear los cromos o empujar los “txingos” como era mandado. (Después, a lo largo de la vida, nos han seguido sopesando con la mirada para todo.)
Eso, las niñas, que los niños lo tenían más difícil porque su habilidad física era más apreciada y los “ganosos” y los gorditos se quedaban fuera del partido. Así que aprendimos que no bastaba con pedir permiso sino que había que pasar “el examen” del jefe o la jefa del grupo, y crecimos agarrándonos a lo conocido, a la cuadrilla, a los amigos “de toda la vida” para sentirnos más seguros.

Todo pasa tan rápido, la vida como una exhalación, -con las prisas que teníamos a los veinte- y en los últimos años empiezas a ver a algunos conocidos y amigos en la sección de obituarios del periódico y ni siquiera el eufemismo puede ocultar lo que está de verdad ocurriendo. (Mi padre decía que las ansias de la gente por salir en el periódico se verían cumplidas al menos una vez en forma de esquela). Solución a la cosa no hay, pero siempre se puede intentar “reponer existencias”, en el mejor sentido de la palabra.

De verdad que no hay límite de edad para hacer nuevos amigos, sobre todo nuevas amigas, que estamos en una edad maravillosa -nosotras, tan guapas- con la mochila cargada de experiencias interesantes, que llevamos en el equipaje mil risas para compartir y la crítica vital de la película que a cada una le ha tocado interpretar.
A pesar del prejuicio existente sobre el tema, en estos últimos tiempos estoy entablando nuevas relaciones de amistad que crecen a mi alrededor protegiendo mi tronco de los vientos, dando cobijo a mis sueños y extendiendo raíces que se abrazan con las mías.

¿Quieres jugar conmigo…? Que la vida puede llenarse todavía…

En fin.

LaAlquimista