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Cecilia Casado

A partir de los 50

Una ducha de agua fría en pleno febrero

Nuestra ciudad será pequeña, pero se empeña en hacer muchas cosas a lo grande y así ocurre que, en el transcurso de una semana laborable, la oferta cultural se solapa siendo una lástima no poseer el don de la ubicuidad, pero en fin. Así que ayer elegí, creyendo que era bueno mi criterio a una conferencia cuyo título se me antojaba más que prometedor. Pero aunque ya sabemos que hay demasiadas promesas que no se cumplen intentaré rescatar lo positivo que también lo hubo.

Decía –y repetía constantemente- el conferenciante, que la vejez comienza “oficiosamente” a partir de los cincuenta. Obviamente, pegué un respingo la primera vez que se expresó de esa manera y me entraron ganas de decirle que, ya puestos, la vejez comienza en el momento exacto del nacimiento, pero parece ser que es a partir de esa edad cuando los investigadores (a cuyo grupo él pertenecía) coinciden en definir el comienzo del imparable fin. Teniendo en cuenta que la audiencia estaba compuesta por personas que ampliamente rebasaba ese límite se escuchó un rebullir sordo e incómodo.

Porque vejez es un término que esta sociedad equipara a deterioro, decrepitud, falta de ilusión y ausencia de proyecto vital, me parece que es una forma de definir y limitar arbitrariamente, pero bueno. Después de una disertación exhaustiva sobre qué son las emociones, concepto que, pongo la mano en el fuego, los presentes conocíamos por fuerza, ya que por edad debíamos estar sintiéndolas muchos lustros, vino a decir que a partir de los cincuenta años el declive es inevitable y no se puede hacer nada. Punto pelota y ahí te dejo esa patata caliente a ver qué haces con ella.

Obviamente el público se quedó boquiabierto y callado. Callado porque somos todos muy educados y tampoco era cuestión de que se levantara un señor de unos setenta y tantos a preguntarle qué había venido a contarnos o que mi vecina con sus más de sesenta dijera en voz alta lo que me susurraba a mí: que ese hombre no tenía ni idea de lo que estaba hablando.

No nos animó a compensar la pérdida de vitalidad con inquietudes intelectuales, no expuso las incontables ventajas de mantener un equilibrio espiritual para compensar los desequilibrios hormonales, no dejó filtrar ni un solo rayo de esperanza para los que traspasamos la barrera de los cincuenta. Sí dijo, y bien claro, que cuando envejecemos se focaliza el interés en la memoria histórica ¿? y se deja de tener proyectos de futuro. Cuando acabó, demasiado tarde para el gusto de todos, el silencio fue total. Estábamos todos pasmados. ¿Qué íbamos a preguntarle a ese buen señor que nos había estado machacando durante más de una hora –sonsonete monocorde de datos estadísticos y presentación de power point- con el augurio nefasto del futuro que nos depara? La persona que había presentado la conferencia, en vista de lo desangelado de la situación, quiso salvarla realizando una pregunta sobre las emociones, a lo que el conferenciante, respondió “que no tenía ni idea”. Fue una pena total y absoluta.

Una pena, porque los que allí estábamos seguro que deseábamos que nos hubieran señalado cómo manejar las emociones para hacer que el envejecimiento sea fuente de riqueza interior, proyecto de sabiduría y conocimiento, posibilidad de paz y equilibrio. Cómo atemperando la ira, la rabia y el miedo se puede llegar a ver la vida –a pesar de los pesares- con alegría, optimismo y serenidad. Se le olvidó decir que la tristeza no es patrimonio de la vejez sino que ataca también a los jóvenes, nos colgó –a los mayores de cincuenta años- el sambenito de la apatía y el desencanto.

Culminó diciendo que en la juventud miramos hacia el futuro, en la edad adulta vivimos en el presente y en la vejez no nos queda más que el pasado. Todo un ejercicio de negatividad al servicio de la salud mental del personal. Menos mal que nos fuimos las amigas a tomar unos vinos a la salida y que la Real ganó el partido contra el Mallorca. Si no, como para deprimirse durante una semana…

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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