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Cecilia Casado

A partir de los 50

Lo he intentado, pero no ha sido posible

 

La filosofía del “no digas que es imposible si no lo has intentado” me ha parecido siempre una especie de lanzamiento de guante a la cara, un reto que, si no lo aceptas, es como si fueras cobarde o pusilánime, y a pesar de ello, no pocas veces he picado, ya que tengo una lista larguísima de
cosas que nunca he hecho en mi vida porque, en mi interior, me negaba a hacerlas, oponiendo una resistencia más que importante, con unos “noes” por bandera que parecía que me iba en ello la tranquilidad emocional.

“Noes” importantes han sido, los que les lancé a las drogas  llamaron a mi puerta en la juventud; otras negaciones viscerales salieron a flote, en un tiempo pasado también, ante los cánticos de sirena del modusnoperandi de una progresía que quería probarlo todo –o casi todo- en términos de promiscuidad –sexual, política o emocional. Un “NO” enorme fue el que enarbolé ante situaciones que me hacían sentir que mi dignidad se veía comprometida o cuando cualquiera de los diferentes tipos de maltrato al que nos vemos expuestas las mujeres en esta sociedad (familiar, afectivo y laboral) me  anduvo rondando.

Pero hoy quería hablar de los “noes” pequeñitos, esas  situaciones a las que nos hemos negado desde siempre y que, un buen día, para  no oir más charlas aburridas, decimos; “pues, vale, venga ¡sea!”. Y de esa  manera, después de haberme negado a ello durante toda mi vida…me apunté a un
gimnasio justo cuando acababa el verano.

A mí es que no me gusta hacer deporte porque me canso, la  verdad sea dicha -es una broma. Claro que el ejercicio físico es vitalmente
necesario, sobre todo a partir de cierta edad en la que todo va cuesta abajo en  vez de mantenerse y que algo hay que hacer cuando se acaba el pegar saltos en  las discotecas (ejercicio), pasarse horas lanzándose desde el trampolín en el  gabarrón (ejercicio) o corriendo detrás de la rutina de la superwoman que se  levanta a las siete de la mañana y no para hasta las diez de la noche  (ejercicio).

Tampoco me gusta correr (¿no es de cobardes? -más broma), ni  andar en bicicleta aunque desgasté en mi juventud más de una, ni esquiar
después de haberme deslizado de mala manera por montes blancos varios, ni  nadarme las piscinas –que todavía no sé nadar metiendo la cabeza en el agua, ni  tumbarme encima de un balón de goma a doblarme la espalda- mi particular fiasco  con el pilates, así que, como algo tenía que hacer para demostrarme a mí misma  que si no lo había intentado era por cabezonería, me apunté a un gimnasio.

Ya me avisaron que no me iba a servir para adelgazar esos  cinco kilos que me sobran indecentemente desde hace unos años, pero que me iba
a sentir mucho mejor haciendo ejercicio cardio-vascular y que se tonificarían  mis músculos, adquiriendo más fuerza y todo eso. (Por cierto, hacer el amor ¿no  es un ejercicio completo también?)

Pero a lo que iba; lo que no me dijeron es que me volvería  loca escuchando a primera hora de la mañana –con las neuronas todavía medio
adormecidas- un cd sin fin de música machacona, con unos decibelios por encima  de cualquier legislación, para ayudar a mantener los diferentes ritmos  gimnásticos: máquinas, “spinning”, bici estática, levantamiento de pesas  (pesitas) y estiramientos varios. Y mira que al principio estaba ilusionada con  la cosa de “machacar” un poco el cuerpo y darme cuenta de que podía con ello;  me hacía sentir incluso un poco más joven. Pero no ha podido ser y la culpa es  tan sólo mía por no ser capaz de violar mi silencio interior durante cincuenta  minutos en días alternos. Reconozco que soy un bicho raro, que donde otras  mujeres y hombres disfrutan, se relajan interiormente haciendo ejercicio  físico, yo me estreso con la barahúnda ambiental.

Así que ya puedo decir, con conocimiento de causa, que los  gimnasios no son para mí, tal y como había intuido durante todos los años en
que me había negado a asistir a uno de ellos.  Desde hace unas semanas que he vuelto a mis larguísimas caminatas  solitarias, mañaneras, silenciosas, llenas de aire fresco y lluvia o sol –lo  que toque ese día; esas dos horas o diez kilómetros en los que soy yo misma en  un vacío interior gratificante o divagando sobre cualquier tema o incluso  escuchando música (a ser posible clásica) con los auriculares.

Vuelvo a mis paseos por los montes cercanos, por la orilla  del mar, por el bosquecillo que tanto le gusta a mi perro, vuelvo al  maravilloso encuentro conmigo misma a la vez que hago ejercicio, sano, libre y  barato. Pero que no se diga que no lo he intentado…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien quiere contactar:

laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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