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Cecilia Casado

A partir de los 50

No me des consejos; sé equivocarme sola

 

Me aplico el cuento. Ya he llegado a la provecta edad en la que nadie con dos dedos de frente pierde el tiempo en darme un consejo de esos que no se piden y que parece que regurgitan de la garganta ajena, incontinentes, intempestivos, forzados, así que tengo que ser consecuente y atemperar mis intenciones cuando veo alrededor a alguien que creo “necesita” un consejo. –“No, me digo a mí misma, esperaré a que me lo pida. -¿Y si no se da cuenta de que necesita pedírmelo? -Pues entonces voy y me callo, que estoy más guapa. -Ya, pero es que…!se la va a dar! –Tiene que aprender, como hemos aprendido todos”.

Este monólogo interior, corto y fructífero, me lo sé de memoria habida cuenta de que me lo he tenido que recitar varias veces últimamente, recitados de emergencia para no meter la pata o las narices donde nadie me llama aunque sí me quieran como público silencioso e impasible antes del aplauso mientras representan ante mí y unos cuantos más el sueño de un proyecto, la utopía de un amor, el deseo pillado con la punta de los dedos con mucho corazón y poco cerebro.

 Y no quiero dar mi opinión, ni tampoco recomendación alguna que pueda volverse con el tiempo en mi contra si salen las cosas como yo había predicho, que todavía tenemos la mala costumbre de matar al mensajero, yo ni mú, aunque vea desde fuera que el error está servido y va loco de contento encaminándose hacia su perdición como las aguas turbias hacia la catarata.

Lo más curioso de todo es que a veces me hacen partícipe de planes farragosos, poco factibles porque están basados más en el deseo que en la cruda posibilidad real de ser, una especie de “embarazo psicológico” de quien desea un retoño por encima de todo, al precio que sea y, si no llega, pues se lo inventa durante un rato, quizás incluso para ir más allá, en un rizo frío de alambre espinoso que hará desenredar cuando anuncie que “ha perdido a la criatura” porque la naturaleza es sabia…

La naturaleza es sabia y nosotros somos tontos. Sin embargo parece que necesitamos de alguna manera inventarnos algún sueño, fabricar un proyecto que solucionará nuestros problemas y ya a partir de entonces la vida será tranquila, encarrilada de nuevo, incluso feliz.

No importa que tengas cincuenta años o incluso más; la capacidad de cometer errores del ser humano es indestructible, se transmite a la velocidad de la luz de padres a hijos, se contagia mediante esporas que resisten al frío o a través de virus indetectables en los aeropuertos. Uno quiere volverse a enamorar y creer en el amor eterno, el otro pone a la venta su piso en plena crisis, el de más allá insiste en que tenía razón cuando dijo lo que dijo y pasó lo que pasó… cada uno sigue enarbolando su estandarte para que le dejen la libertad de cometer sus propios errores…y luego seguir quejándose de lo mal que le ha salido el negocio de vivir.

Un consejo es la única cosa gratuita que nadie quiere; por eso yo ya no los doy ni aunque me los pidan y cuando eso ocurre tengo mi respuesta comodín: “¿Un consejo? Prefiero invitarte a cenar”.

“No me den consejos, yo puedo cometer errores sola” una perla cultivada que la sabiduría popular –basada en la ignorancia individual- atribuye a la gran María Felix. Yo diría más: no pidamos consejos, aprendamos a equivocarnos solos.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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