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Cecilia Casado

A partir de los 50

Siempre nos quedará Paris

 

Hace dos años que no visito Paris. No he vuelto por cabezonería tonta de haberme empeñado en volver enamorada…o no volver. Pero como ya voy aceptando con mucha tranquilidad que, en la vida y en el amor, las cosas no salen siempre como uno quiere, está volviéndome a acariciar las entrañas el sueño de volver a Paris. No porque sienta nostalgia de aquellos paseos por los muelles del Sena al atardecer de la mano del amor, no, los sueños viejos deberían apagarse por ley de vida.

 

Paris se convirtió en mi ciudad adoptiva hace unos diez años cuando, saliendo de una ruptura amorosa traumática, -¿y cuál no lo es?- uno de mis mejores amigos, francés de la Francia y residente parisino, quiso ayudarme invitándome a su casa y a poner tierra de por medio del revolcón afectivo. Y como todo me daba igual fui a su encuentro como habría ido si me hubiese invitado a un pueblecito de los Urales, por necesidad anímica. Me llevé conmigo a mi hija pequeña y barrí las penas recorriendo monumentos, museos y el parque de Disney en un oscuro y lluvioso mes de Noviembre.

 

Aquel amigo –gracias Hervé- me presentó a otros amigos que nos invitaron a pasar la Nochevieja en su casa y allí volvimos mi hija y yo, a brindar con champagne en la Plaza de la Concorde con la vista puesta en los fuegos artificiales y un futuro mejor. Llegó la primavera arrastrando los posos amargos y volvimos a Paris, siempre con la excusa de los amigos que nos fueron descubriendo la ciudad de los parisinos y no la de los turistas. Amigos que nos cedían su vivienda y a los que yo cedía mi casa de San Sebastián siempre que lo deseaban, un intercambio gozoso de amistad, cariño y alquiler gratuito, algo muy francés y que aquí no termina de cuajar por un extraño sentido de la propiedad y la intimidad.

 

Al final a ciudad me atrapó en su florecida primavera, las lluvias de Mayo y la luna de Septiembre, el rojo de su otoño y la nieve dulce de su invierno. Paris de los parisinos, Paris de caves de jazz con vino de Borgoña, de pequeños bistrots en callejones, mercadillos de barrio, croissants de mantequilla y rabanitos para el aperitivo. Un Paris que no sale en las postales porque la esencia auténtica de una ciudad jamás ha querido SER más que lo que sienten quienes con ella se funden con naturalidad.

 

Pasó el tiempo y volví a Paris con un nuevo amor, -nadie muere de amor, todas las heridas cicatrizan- llené de besos mis esquinas inolvidables, compartí la alegría de saltar sobre viejos adoquines guardando los recuerdos en el corazón en vez de en una cámara de fotos. Comimos ostras con sabor a mar y amor en “Le Procope”, nos perdimos entre las callejuelas del Marais mientras llovía con un paquetito de falafel en la mano y revivimos la ilusión ante un chocolate caliente; bailamos al son de los mojitos en “Barrio Latino”, comimos ensalada de lentejas y pavé de saumon, comprábamos el champagne en el colmado de la esquina, lo bebíamos en la dulzura de la madrugada.

Y Paris fue también la ciudad donde paseé mi soledad cuando el amor ya no me llevaba de la mano, -todo pasa y todo llega- descubriendo mi interior que sentía se reflejaba sin nostalgia en las parejas que comían ostras en las terrazas y corrían agarrados por viejos “impasses” llenos de flores y lluvia, saludé las esquinas donde había regalado besos y pensé que Paris siempre estaría sembrado de amor para mi corazón.

 

He vuelto a Paris para ver a mis amigos, para enseñárselo a mis hijas una y otra vez, visitar los mismos museos, pasear las mismas piedras, bajar a las catacumbas, subir al punto más alto de sus rascacielos de La Défense, comer el cuscús maravilloso de Chez Bebert, beber vino en los bares de Bastille y copas en la rue de Lappe y cenar en los bistrots de La Roquette y sentir de nuevo que estoy en casa.

 

Cada visita ha supuesto un hito en mi vida; cuando fui con una querida amiga haciéndole de Cicerone entusiasmada, viendo a través de sus ojos la emoción del descubrimiento de una ciudad diferente a la de las guías multicolores. Alquilar un apartamento sin ascensor, comprar en el mercado, cocinar comida francesa, comer a sus horas, compartir la vida sencilla, escuchar a sus músicos, ver sus películas…

 

Ahora siento que quiero volver a Paris. Para descubrir las pequeñas huellas que dejé en mis rincones favoritos y taparlas con otras nuevas, frescas, renacidas…sin nostalgia.

 

Un viaje lleno de glamour pero que no es más que el viaje al interior de mí misma… y para el que da lo mismo ir a cualquier lugar donde alguna vez fuimos felices, porque es cierto, siempre nos quedará Paris.

 En fin.

 LaAlquimista

 Fotos: C.Casado y Amanda Arruti

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


marzo 2013
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