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Cecilia Casado

A partir de los 50

El sabor del primer beso

 

Porque hay cosas que nunca se olvidan y es bueno que asi sea. Los humanos estamos –últimamente- tan faltos de motivos por los que regocijarnos que se me ocurre que habrá que echar mano a la “despensa” de recuerdos alimenticios para así equilibrar la ingesta de proteína animal y carbohidratos, añadiendo la pizquita de azúcar necesaria para que nos suba lo que nos tiene que subir y podamos disfrutarlo.

 Mi primer beso. ¿Cómo olvidarlo si fue el desencadenante de la incursión primera en el mundo del pecado? ¡Ay, aquél Antonio de Roda de Bará que jugaba a “pigmalión” del beso con las “elizas doolittle” de la residencia veraniega del Banco!

 Imaginemos –yo me limito a recordar- una noche de finales de verano en el Mediterráneo que se deja despeinar por el viento que se torna violento y juguetón con las faldas de las chicas quinceañeras las cuales, después de cenar en el comedor con la familia, tienen permiso para “dar una vuelta” hasta el borde del mar con tal de ir todas juntas y volver todas juntas.  Eso hacíamos, qué remedio quedaba, salir en sandalias y sin dinero ni pañuelo, ni llaves ni tabaco, con la piel caliente del sol del atardecder y un ardor entre los pechos que achacábamos a una cena copiosa, al cansancio de todo un día de bañarnos en la playa de guijarros o en la piscina bajo la mirada –más que ardiente- del socorrista musculoso de ojos verdes como los pinos que pintaban el decorado de nuestros sueños.

 Al borde del mar, la espuma y justo en la rompiente, la discoteca de verano. La bisabuela rústica -de suspiros contenidos- del chiringuito de ahora harto de verlo todo. Ibamos con la cara limpia y la blusa abotonada, ni siquiera teníamos una barra de labios, ni un rímel que echarnos a los ojos; igual un poco de colonia fresquita de la que usaban nuestras madres. Armas de mujer, las justas, pero sin saber que las teníamos todavía.

 Fue bailando con el guapo socorrista de la piscina cuando, al son de una canción absurda mal cantada y peor traducida, recibí mi primer beso. Sin haber bebido ni una caña de cerveza ni fumado un canuto a medias con nadie; con la brisa nocturna del mar perfumando la noche fue suficiente.

 De regreso al “castillo”, todas juntas, todas alborotadas y alborozadas, la sensación de FELICIDAD fue tan grande que silenció al pepitogrillo de las narices que mi madre había activado en el cuello de mi blusa. Un escapulario imaginario de culpabilidad que me acompañaba a la noche procelosa donde me esperaba la tentación que me conduciría hacia el camino de perdición y me convertiría –para siempre jamás- en una chica indecente, pecadora por más señas.

 Al día siguiente, domingo, en la sesión religiosa previa al aperitivo, no me atreví a comulgar. Me acuerdo como si hubiera sido ayer mismo.

Del chico aquel, Antonio y de sus besos, tardé bastante más en olvidarme…

 Pero esa es otra historia.

 En fin.

 LaAlquimista

 ** Deberes para el fin de semana. “Primer beso, ¿primer pecado?

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


abril 2013
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