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Cecilia Casado

A partir de los 50

Duermo poco, vivo mucho.

 La naturaleza me ha hecho dos regalos que tan sólo ahora, bien cumplidos los cincuenta, he aprendido a valorar debidamente. Uno de ellos, el que más rabia me daba siempre, era el hecho de necesitar dormir pocas horas, cinco, seis a lo sumo. El otro es una buenísima salud –visto lo visto- que es dádiva que tan sólo se agradece y considera cuando se pierde.

 Eso de dormir poco me ha traído muchos problemas a lo largo de mis convivencias; ¿qué hacer a las seis de la mañana de un día festivo si al lado tienes a una persona que quiere –y necesita- seguir durmiendo? Pues lo que he hecho siempre, arrastrarme sigilosamente fuera de la cama y… ¡ponerme a pensar! O a leer o a escribir. Pero no era plan, la verdad, a esas horas y en pleno invierno, exiliarse al salón frío y desangelado para no molestar.

 Siempre envidié a quienes podían dormir ocho horas seguidas –o incluso más- y encarar la jornada con la satisfacción de un descanso mayestático en su haber. Daba igual que me acostase de madrugada: mi cuerpo dormía cinco horas y ahí se acababa la historia. Si había bebido mucho, pues dolor de cabeza al canto, pero ¿dormir más?: imposible.

 Es por eso que nunca me costó esfuerzo “madrugar” para ir a trabajar; treinta y seis años –uno detrás de otro- levantándome a las siete menos veinte de la mañana, habiendo apagado la luz bien pasada la medianoche. Ahora que ya no tengo que ir a fichar en ningún sitio, ahora que ya no duerme nadie a mi lado a quien poder fastidiar con mi movimiento, es cuando verdaderamente estoy aprendiendo a disfrutar de esa peculiaridad mía del poco dormir.

 Hoy mismo, sin ir más lejos, las primeras luces del amanecer –y el ruido infernal del “topo” pasando bajo mi ventana- me han reincorporado a la vida con la sensación de haber dormido lo suficiente y de haberlo dormido bien. Así que, me he tomado un té bien fuerte, he bajado a Elur a dar la vuelta a la manzana de rigor, y me he ido a “apatrullar la ciudad” con las zapatillas que llevan el “turbo” incorporado.

 Radio-clásica en los pinganillos, tampoco es cuestión de darle traca al cerebro en ayunas y haciendo ejercicio (que es otra de las cosas que me parecen demenciales, cansar el cuerpo y fustigar la mente con el aporreo de los cuarentaprincipales o similar), y a paso más que ligero puesto que la temperatura no da para gastar bromas a esas horas: diecisiete grados y brisilla fresca.

 Me alejo del circuito motorizado y bordeo el río Urumea hasta atravesar uno de sus puentes y penetrar en el frescor del parque de Cristina Enea. Observo MA RA VI LLA DA que ¡por fin!, el Ayuntamiento ha puesto una señal de permisividad para llevar perros de la correa. (Casi me doy media vuelta hacia casa para contárselo a Elur, se va a poner contentísimo cuando le traiga por aquí).

El parque no da mucho de sí para recorrerlo a trotecillo suave, subes y bajas las dos lomas en un santiamén, y entonces no queda más remedio que volver a la “civilización” del Paseo de Francia, seguir hasta la desembocadura del río, cruzar el puente del Kursaal y adentrarse en el asfalto que rodea el mar por el Paseo Nuevo.

 A pesar de la temprana hora –las ocho de la mañana- ya había multitud de personal “sudando la camiseta”. Reclutas del Cuartel de Loyola, una tropa de veinte hombres y una mujer, haciendo ejercicio para estar en forma por si hay que defender a la patria. Gente joven o muy joven corriendo como si les persiguiera un perro rabioso; otros, mayorcitos ya, echando el bofe y haciendo oposiciones –es la impresión que me da- a un ataque al corazón. Es este espacio un gimnasio al aire libre, así que tengo que ir con el cuello un poco revirado hacia el mar para descansar la mirada que, sinceramente, se me fatiga un poco viendo a tanta gente “sufriendo” a tan temprana hora.

 Probablemente, luego van a casa, se duchan, desayunan, se ponen el uniforme de lo que sea y a trabajar. Más desgaste, qué duda cabe.

No me extraña que luego, cuando llega la noche, necesiten dormir mucho y a las diez estén ya adormilados en el sofá de la tele…

 Ya son las nueve de la mañana. He hecho ejercicio, he comprado el pescado a la vuelta, he desayunado, he puesto un poco de orden en la casa y me siento a escribir en el ordenador. Tengo todo un día largísimo por delante para vivir… más cosas.

Ya dormiré cuando no me quede más remedio.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


julio 2013
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