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Cecilia Casado

A partir de los 50

Chivato de errores y pifias varias

 

Recuerdo mi primer coche: un Mini-Morris con el motor trucado que parecía una caja de cerillas mortífera. Tenía muchos “caballos” pero algo desbocados, es decir, iba a su aire y no te avisaba de casi nada, las luces las dejaba a la responsabilidad del conductor, que era yo. Así aprendí –porque me enseñaron- a mirar el nivel del aceite, a desmontar las bujías y limpiarles la porquería, a sacar la tapa del distribuidor (la famosa delco) y secarla cada dos por tres porque aquí, entonces, llovía un día sí y otro también –no como ahora que llueve todos los días. A mirar la presión de los neumáticos, a poner anticongelante en el circuito del radiador, a…en definitiva, OCUPARME de la máquina que tenía entre las manos.

Ahora tengo un coche al que, si le levanto el capó, no entiendo nada o casi nada porque todo está precintado, salvaguardado de la intervención de “manitas” y diseñado para que sean un montón de pilotitos de colores los que avisen de posibles disfunciones e incluso bloqueen el motor si, por ejemplo, el carter del aceite se queda vacío.

Avances de la tecnología mecánica del automóvil, diremos, pero la verdad es que antes me preocupaba más, sabía más, me esforzaba más por conocer mi vehículo, mientras que ahora me apoltrono en la comodidad de la electrónica y me limito a pagar cantidades sustanciosas de dinero cada vez que una lucecita se enciende… aunque casi siempre sea un fallo del circuito electrónico y no del coche realmente.

Todo este larguísimo prolegómeno  me ha venido a la punta de los dedos mientras mi mente está ocupada en pensar cómo explicar lo que siento a las cuatro de la madrugada cuando me despierto sobresaltada porque una luz roja se ha encendido en mi cerebro y me bloquea la conducción del sueño.

Esos avisos en forma de pesadilla, esas alarmas estroboscópicas que nos sacuden –casi siempre por la noche, cuando el cerebro está más activo- señalándonos el peligro, marcándonos el punto kilométrico exacto de nuestra vida donde está el error a punto de ser cometido. Un radar infalible al que hay que aprender a hacer caso porque ¡nunca avisa en falso!

Al igual que mi viejo “mini” me acostumbré a cuidarlo esmeradamente y a mi más moderno Ford no le hago ni caso apenas, de forma algo parecida me dí cuenta de que estaba haciendo con mi vida: dejándome llevar por la comodidad de no levantar el capó para vigilar lo que había dentro y limitándome a llevarme las manos a la cabeza cuando algo hacía “crack”. Afortunadamente, el cerebro –mucho más perfecto y avanzado que cualquier ingeniería automovilística- sigue disponiendo de recursos para evitar pequeñas (o grandes) catástrofes vi(t)ales.

Decisiones tomadas con poca reflexión de por medio y que pueden ser rectificadas ya que la mente nos avisa de que van a ser perjudiciales para nuestro equilibrio interior.

Ejemplos podría dar a montones, pero me limitaré a los más comunes, siendo algunos compartidos por confidentes y otros frutos de la mera observación. Además de los personales.

Cuando te despiertas en mitad de la noche (porque se enciende el piloto rojo de aviso) y te preguntas qué demonios haces al lado de esa persona todavía.

Al tener un sobresalto nocturno que te indica que no es buena idea hacer ese viaje al extranjero si la cuenta corriente está a punto de asfixiarse.

Cuando “sabes” que la “culpa” no es de los demás sino tuya y tienes que ceder y dar tu brazo a torcer.

Al sentir como un calambre que te avisa de que el cambio que estás esperando en los demás lo puedes hacer TÚ MISMO y terminar de una vez por todas con la angustia del problema.

Todos tenemos una almohada mágica llena de sensores y lucecitas rojas que se activan por los impulsos de nuestro cerebro cuando, aparentemente, está descansando y lo que hace realmente es trabajar para nosotros avisándonos de cuantos errores y pifias estamos a punto de cometer.

Hacerle caso o no, es libre elección personal, aunque luego nos quejemos. 

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


noviembre 2013
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