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Cecilia Casado

A partir de los 50

Que dicen que ya es Navidad…

 

Juro que no me lo he inventado, que lo leí el otro día en la portada de algún periódico, al filo de un inaugurado mes de Diciembre y con motivo de que se ha dado al interruptor de las luces de colores en la ciudad. Como cada año pues, se da el pistoletazo de salida a las fiestas con tres semanas de adelanto para que el personal vaya preparándose para la que le espera.

También el dueño del colmado de la esquina está en plan navideño porque ya ni se encuentran las acelgas y la borraja de escondido que está todo detrás de anaqueles llenos de turrones, mazapanes y azúcares condensados embutidos en papel de colores.

Me costó ubicar los cajones de la fruta fresca que se había ido al fondo de la tienda a base de empujones de los frutos secos: higos, ciruelas, orejones de melocotón, pasas de corinto y frutas escarchadas. Las pobres naranjas, las tristes mandarinas…condenadas al ostracismo consumidor.

Lo mismo me ocurrió con el agua mineral y las cervecitas que me siguen gustando aunque haga frío, que la invasión vinícola lo acapara todo. Botellas de vino que ni fú ni fa con regalo de seis copas de cristal, ofertas de cava “reserva de la familia” a precio de champagne francés, licores de colores y muchas botellas que no había visto antes nunca jamás.

Ya no puedes –o casi- comprar un muslito de pollo o un filete de ternera, que todo son solomillos enteros, corderos por la mitad y unos pedazo de pollos de color amarillo chillón que parecen mutantes de pavo y avestruz, pero que se venden con el “label” de no sé qué clavado en mitad de la panza como las banderas esas que se ponen cuando se llega a un ocho mil.

Yo entré a por materia prima para hacer un humilde pisto y me encontré a los calabacines vestidos de photocall –brillantes y lustrosos- con el precio duplicado desde la última vez que pasaron por mi cazuela. Los pimientos rojos venían de allende los mares (o casi) y los verdes (como siempre) de Italia, pero todos con el impuesto de lujo añadido a la etiqueta del precio. ¡Hasta las cebollas dulces lucían navideñas! Me hicieron llorar antes de pelarlas pensando en que me iba a costar un kilo lo mismo que un libro en edición de bolsillo…

El caso es que me aturullé dando vueltas por el colmado de la esquina, mareada como la novia de un saltimbanqui; sobre la marcha decidí cambiar el pisto por unas alubias negras (¿se puede decir “alubias negras” o es políticamente incorrecto?) con un poquito de berza, pero la berza, que es una hortaliza gorda y grandota y que siempre se ha vendido en cachitos, esta vez venía entera, es decir a kilo y medio de berza por ración y con razón se dice eso de “estás con la berza” porque así no hay manera. Y luego llegué al cesto de las alubias, tan pequeñitas ellas y con ínfulas de grandeza, a 14€ el kilo y bajo el rótulo (le faltaba ser de neón) de “Alubia del País” y digo yo que mejor que no especifiquen de qué país porque si ponen del País Vasco pues ya está liada con los susceptibles de lo que se puede decir y lo que se debe pensar.

Ya mareada del todo, hice un esfuerzo para ver si había algo que se pudiera comer sin sabor a navidad y pensé hacerme unos langostinos a la plancha que es algo muy socorrido y que como durante todo el año porque el marisco es proteína que no engorda; pero en los congelados había espumillón dorado festoneando las cajas de la marca que compro desde siempre, una marca nada famosa pero muy apañadita, que…oh milagro y maravilla navideña…había aumentado su precio en un 50% desde la última caja que compré hace un mes. Ni la toqué, por supuesto.

Cuando llegué a la caja, le miré al dueño y le dije: “hoy no me llevo nada porque habéis subido mucho los precios y yo no tengo paga extra”. El hombre, que me conoce de sobra, me guiñó el ojo y me dijo: “¡Es que ya es Navidad!” y yo asentí, sonriente, y me fui con el rabo entre las piernas, que aunque no lo tenga, así es como me sentí… (¿Puede una mujer utilizar esta expresión o está reservada a los hombres?)

Reflexiono sobre el tema y veo lo de todos los años por estas fechas: el monstruo de siete cabezas del consumismo que se nos echa encima y no sabemos cómo defendernos. Aunque… ¿realmente nos importa o lo saldaremos con una queja más o menos estridente para seguir comprando turrones que verán el inicio de la primavera en el aparador del comedor, botellas de alcohol que no conviene beber porque aflojan la lengua y las transaminasas, para seguir haciendo comilonas absolutamente indecentes, indignas de seres humanos con dos dedos de frente pero que casi siempre hay un ama de casa detrás de esta idea que se empeña y se empeña sin que nadie pueda pararla.?

Los jóvenes padres y los abuelos para no ser menos vaciarán sus magras arcas en hacer creer a sus hijos y nietos que la vida es un puro regalo en la que basta con señalar con el dedo lo que anuncian en la tele para que lo pongan a nuestros pies y cuando digan –los que hacen esto- que es “por los niños” me gustaría que pensaran si no es “por ellos mismos” que lo hacen… y daremos una vuelta más de tuerca a una tradición que, de ser hermosa aunque religiosa, la hemos convertido en una “feria de las vaninavidades” que da vergüenza ajena.

El caso es que no sé qué hacer; bueno, la realidad es que no sé qué voy a comer…de aquí al siete de enero.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


diciembre 2013
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