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Cecilia Casado

A partir de los 50

Crecimiento personal. “El valor de una buena autocrítica”

 

Que somos únicos y certeros poniendo en el punto de mira a los demás y sus defectos es algo que no hace falta ni discutir. A la hora de ver “la paja en el ojo ajeno” hemos desarrollado una vista de lince digna de premio, una capacidad paranormal para no dejar “escapar ni una” al vecino, al compañero, al amigo o a quien duerme en nuestra misma cama.

Hemos escrito con renglones torcidos un decálogo estricto de cómo tienen los demás que hacer las cosas para que les demos nuestra aprobación; sin ella nada funciona bien y nada aceptamos como bueno y de ahí quiebros y requiebros, amores y desamores, peleas y disgustos.

Y no digo que eso esté ni bien ni mal, no voy a poner en tela de juicio siglos de educación y manipulación -aunque podría-, no digo que esté mal porque para ello tendría que saber qué es el bien y diferenciarlo, hacer una raya en medio de la arena y poner a un lado las piedrecitas blancas y en otro las negras, dando por sentado que unas son más bonitas que otras o mejores y seguro que me equivoco.

Quizás lo que nos falte por aprender –para poder criticar con fundamento al prójimo- sea la manera de hacer una autocrítica sincera, sin falsa modestia ni impostada soberbia, con la distancia y perspectiva que da un corazón en paz y una mente sosegada, pero claro, ahí está el caballo de batalla, cuán fácil será convencernos de que nosotros hacemos las cosas de la manera correcta y son “los demás” los que tropiezan con piedras que nosotros sorteamos limpiamente.

Una buena autocrítica podría comenzar a hilvanarse a partir de la irritación que nos produce cualquier actitud ajena. Es decir: esto me molesta de una persona y ahí es donde tengo que meter el dedo y rebuscar para hallar el motivo real de mi propia irritación o enfado. ¿No será que cuando me enfado con alguien porque, un suponer, conduce mal el coche, en el fondo lo que quiero es dejar clara mi teórica superioridad sobre su forma de actuar?

Criticamos a los demás porque los vemos inferiores a nosotros –o porque nos colocamos en una posición superior a ellos- y es una guerra estúpida de echar pulsos continuamente para ver quien gana esas batallas pírricas que no llevan a ninguna parte.

El auténtico valor de la crítica reside en la capacidad de volverla hacia uno mismo, apuntar con su cañón en nuestra dirección y sujetar el gatillo con el dedo reflexionando si, verdaderamente, tenemos motivos para disparar o no. Y si decidimos que no, que nos merecemos “cuartelillo”, también habremos de darnos cuenta de que los demás tienen el mismo derecho a ser favorecidos con el beneficio de la duda.

Por eso es importante no dejar escapar las ocasiones en las que “nos sentimos mal” por algo y volver la mirada hacia nuestro interior. Si estoy con una persona que me produce desasosiego posiblemente sea un chirrido interno mío el que lo causa, una especie de tuerca mal ajustada que desequilibra el conjunto, pero una tuerca MÍA, no del otro…

Hay mañanas en las que despertamos en paz con el mundo y con nosotros mismos, pero hay otras en las que abrimos los ojos sintiendo que algo no funciona bien, de mal humor, mañanas en las que nos levantamos con ese “pie izquierdo” que puede que no sea más que un trabajo mal terminado en nuestro propio interior y que nos salta a la cara para que lo veamos y le pongamos remedio en vez de salir a la calle sintiendo que la vida es un asco y los demás tres cuartos de lo mismo.

Esos días “críticos” nos brindan la posibilidad de mirar hacia dentro y reflexionar sobre cómo estamos haciendo las cosas, si nuestro comportamiento es el que nos lleva hacia la paz o hacia la guerra, si las emociones negativas están ahí para que aprendamos de ellas y no únicamente para desequilibrarnos el día…

Ya solamente con esa pequeña reflexión habremos aprendido a hacer una autocrítica que es la mejor manera de comenzar a caminar hacia la paz interior.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

 apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

 

 

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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