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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿De verdad somos los vascos tan cerrados?

Este es un tema del que puedo hablar con conocimiento de causa sin necesidad de tener un master en sociología; de hecho, es un tema del que todos sabemos algo porque en casa nos han dicho que es una de nuestras peculiaridades y nos lo hemos creído…

Dicen los “expertos” que eso de ser tan peculiares, es algo que nos viene “del caserío”, de cuando se vivía aislado en el monte y se hablaba más con las vacas que con la propia familia, pero yo no estoy tan de acuerdo porque ya hace más de cien años que las ciudades se poblaron con los que huían del aislamiento y unos cincuenta en que este territorio se repobló gracias a la llegada masiva de gentes de otra tierra con sus propias peculiaridades.

Eso de que los vascos somos “cerrados” tiene tanto fundamento científico como los chistes protagonizados por catalanes “agarrados” o andaluces que se pasan todo el día cantando y bailando. Lo que pasa es que, a fuerza de repetirlo de abuelos a nietos, al final, nos lo hemos creído y se ejerce de ello como si no quedara más remedio. ¿Qué has nacido en Azpeitia, Legutiano o Amorebieta? Pues eso: cerrazón al canto, sin que se libren del sambenito los de la capital, faltaría más.

Es muy curioso comprobar cómo personas con un temperamento tirando a alegre y jovial en el entorno familiar tienden a quedarse calladas en cuanto se hallan entre personas desconocidas;  como si la autoestima estuviera tan baja que no se pudiera uno comunicar más que con aquellos a los que conocemos, por miedo –quizás- a que nos malinterpreten o –peor aún- que nos suelten un bufido. Como si fuera de casa estuviera el lobo. “No hables con desconocidos” no era únicamente una prevención para evitar pedófilos; era también (y eso lo supe después) la manera de establecer barreras con los demás, de proteger y marcar el espacio propio, como diciendo: “bueno, ojo, que yo no hablo con cualquiera” y así marcar una diferencia arrogante a la vez de estúpida.

Viajando por aquí y por allá, y sin necesidad de salir del mapa de España, he podido demostrarme a mí misma (y a los demás) que la falacia de que “los vascos somos cerrados” pierde su sentido y deja de ser un artículo de fe. Sentada en solitario en una terracita de León se puede pegar la hebra con la gente de la mesa de al lado sin que te miren con cara rara o como temiendo que les vayas a contagiar algo. Lo mismo ocurre en una playa mediterránea, en un paseo sevillano, en la cola de un cine gallego o tomando unas cañas en el Raval barcelonés. Tanto cuando he sido yo la iniciadora de la conversación como cuando han sido los demás quienes se han dirigido a mí, en un momento dado, ha saltado el topicazo: “muy simpática eres tú para ser vasca…con perdón”.

Y es que…no hay perdón. No hay perdón de que nos contagiemos los unos a los otros, como si ser poco amables fuera una seña de identidad de la que enorgullecerse, y no nos demos cuenta de que llevar encima de la cabeza el sambenito de “cerrados” –que también puede ser sinónimo de antipático- no es un honor sino una pequeña y absurda vergüenza.

Afortunadamente he ido juntándome con gente como yo, con personas que somos capaces de hablar con desconocidos sin mirarlos como si nos fueran a robar la cartera o el marido; con personas amables y amigables capaces de compartir la mesa en el bar, de acompañar al que se ha equivocado de dirección, de ayudar a quien lleva mucho peso, de ceder el paso, tender una mano, regalar una sonrisa…

Somos “cerrados” y antipáticos entre nosotros mismos… ¡como para no serlo con los “de fuera”!

Supongo que esto es una actitud personal, que bien podemos cuestionar lo que nos han educado o lo que hemos visto en casa y tener un criterio propio más positivo, más proclive a la empatía, la amabilidad y, por qué no, la solidaridad con los demás. Luego, a puerta cerrada, si nos apetece, podemos seguir siendo “cerrados” y con “la txapela a rosca”.

En fin.

LaAlquimista

Cuadro: Mauricio Flores Kaperotxipi

Por si alguien desea contactar:

Apartirdeloscincuenta@gmail.com

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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