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Cecilia Casado

A partir de los 50

Volver a casa, el sentido de todo viaje

 

Este va a ser un post muy personal, así que no lo leas si esperas aprender algo porque no valgo yo para dar lecciones a nadie detrás de un título en la pared. Tampoco escribo para que me compres algo porque no me vendo, así que carezco de interés social. En cuanto a lo de cotillear mi vida privada, tiene ésta menos interés que la lista de la compra, de verdad, que soy normalita y vulgar, lo que pasa es que me inventé este blog para masajearme el alma hace ya más de cinco años y no tener que tomar ni pastillas para dormir ni pastillas para espabilarme.

Tengo dos hijas que son las únicas que votan por mi persona en ese sitio llamado familia y, lógicamente, me importan más que nada ni nadie en esta vida; de hecho, por ellas voy y estoy yendo al fin del mundo cada varios meses. Sigo sus pasos como el animalillo que busca agua fresca para vivir; invento el aire que respiran y lo comparto en mi imaginación cada vez que siento que me asfixia alguna soga imaginada. Soy una mala madre al uso, siempre lo he sido, porque no les ofrecí más refugio que mi útero durante nueve meses y luego dejé que se parieran a sí mismas y eligieran libremente qué vida vivir, cómo vivirla y también, dónde gastarla y con quién compartirla.

Ni las bauticé ni les perforé las orejas, convencida de que por encima de la convención social volaba la libertad del individuo: nunca me lo reprocharon. Les privé de una familia “al uso” porque yo también quise atrapar mi propia libertad y evitarles las peleas entre sus padres, el sufrimiento de verme sufrir y, sobre todo, les hice daño para curarlas en salud de las trampas del amor, para prevenirles de las promesas falsas y que vieran que el camino personal debe ser elegido en libertad y no impuesto por las normas familiares. Les conté mis errores y hasta algún secreto inconfesable para que supieran lo que jamás deberían permitir que yo –ni nadie- les hiciera nunca. Esto me lo han reprochado alguna vez, con la boca pequeña, aunque mis disculpas fueron aceptadas y las heridas restañadas –convencida estoy de que para casi todo el tiempo que nos quede. No sabemos de rencores, ni resentimiento, los reproches los dejamos atrás, tanta gente ávida había de recogerlos y hacer mazamorra emocional con ellos.

Mis hijas las parí libres y libres son ahora, y quizás por eso o acaso a pesar de que –una después de otra y por diferentes motivos- hayan volado TAN lejos del nido, siguiendo su huella profesional y amorosa la mayor, buscando su camino y su proyecto vital la pequeña. Ambas viven ahora en la misma ciudad de un país al que tardo en llegar diez horas apretujada en un avión y menos de diez segundos con las alas de mi corazón. Una de ellas eligió su destino libremente, la otra se ha tenido que expatriar buscando lo que en su tierra la nefasta gestión de un Gobierno incompetente no le permite alcanzar.

Vuelvo a casa después de compartir las rutinas con ellas, dejándolas felices, seguras, sanas y contentas. Las dejo con sus proyectos por crear la pequeña sociedad alternativa con la que yo también soñé en otro tiempo, apartadas de la autopista de la prisa por ganar cuanto más dinero mejor. Su camino es de pasos firmes y ligeros, pero se hace igual a pie que en bicicleta, es un camino para el que no hacen falta dientes de tiburón, ni ojos en la nuca, ni cobardía en el corazón. Siguen siendo libres para apartarse de los hilos que nos manejan a todos por estos lares, quizás nunca se hagan ricas, pero que sigan siendo felices, con eso me basta…

Y yo me vuelvo a casa porque ese es mi destino circular, me vuelvo a mi pequeña ciudad donde está el mar y vive la montaña, a mi aburguesada y aburridísima ciudad donde todavía hay que pensar en qué ponerse para salir a tomar un café pero donde disfruto saludándome con la gente por la calle. Volver a casa es el destino de todo viajero; volver para contarlo, regresar a la propia cama, al olor de mi hogar, a los lametones de mi perrillo y a algunos besos que creía perdidos.

Volver a casa, el sentido de todo viaje, el reencuentro con el aire húmedo de salitre, las baldosas desajustadas de toda una vida, los ladrillos grises que me hacen desear volar lejos, volver a sentir la soledad los días impares o reir con mis amigos a horas mal vistas. Volver aunque no tenga familia que me añore o me quiera, volver porque este es mi sitio, porque lo elegí para vivir comparándolo una y mil veces con tantos otros donde no había más que cantos de sirena y algún que otro mar con jardincillo. Volver porque llevo la casa encima, o quizás la lleve dentro pero conmigo, sentirme cómoda tecleando en la cama solitaria pero nunca fría, sentir en lo más profundo que el tronco de mi vida soy yo misma, que las raíces las dejé penetrar libremente con el agua de la lluvia de mi infancia, que crecieron mis ramas buscando la luz, el cielo, la felicidad, que nacieron mis frutos empujados por las flores que me adornan, que soy un árbol único, fuerte, solitario, feliz.

Ya siento que este post no diga nada interesante y que quizás lo lean muy pocas personas; tanto da… porque esta vez lo he escrito únicamente para mí. Como bienvenida.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


marzo 2015
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