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Cecilia Casado

A partir de los 50

Semana Santa para pobres. (Una opción)

 

¿Llegan las vacaciones de Semana Santa y tu cuenta corriente tiene telarañas? ¿Otro año más te tienes que quedar en casa porque de donde no hay no se puede sacar? ¡No te preocupes! Vamos a estrujarnos las meninges y buscar la manera de disfrutar sin gastar más de lo que gastamos cualquier día del año.

Lo primero de todo es no tener envidia de quienes se van “al pueblo”, ni de los que han apalabrado un viaje organizado en pensión completa, ni mucho menos de los que se van a Las Landas a andar en bicicleta o a La Rioja a ponerse morados de morapio. Y no hay que tener envidia porque es muy mala, saca granos, arrugas y produce estreñimiento. Lo mejor es tomarse las cosas con filosofía e intentar verlas desde el lado positivo (que lo hay aunque esté un poco tapado)

He comprobado que cuando “todo el mundo” hace algo, me produce muchísimo placer hacer otras cosas. Ir a París o a Londres cinco días es muy estresante –y carísimo-, conducir varios cientos de kilómetros con el coche a tope para llegar a una casa fría, húmeda y desangelada y seguir jugando a cocinitas es un rollo, las escapadas románticas no funcionan en estas fechas multitudinarias y los lugares al sol están lejos, son caros y no siempre buenos.

Aunque comprendo bien el deseo y la necesidad del trabajador de resarcirse de la rutina y del agobio laboral –porque yo también lo viví durante lustros- ahora me invento mis “vacaciones” sin salir de mi propia ciudad por el sencillo método de hacerme pasar por turista sin tener que pagar precios abusivos en un hotel ni tener que comer menús carísimos y pintxos de alta alcurnia. Y que conste que yo también me voy de vacaciones, pero siempre lo hago en temporada baja, ya que puedo permitirme elegir esa opción.

El truco consiste en aprovechar las maravillas de nuestro entorno (elegido este año por no sé cuántos miles de turistas que vendrán a llenar las arcas de hosteleros y tenderos) y disfrutar de lo mismo que ellos pero sin pagar un plus. A fin de cuentas, la masa de turistas es indistinguible entre sí siempre que lleves un palo para selfies…

 

El jueves Santo es el primer día de vacaciones así que conviene estar bien descansado para poder darse una buena caminata a lo largo y ancho de la ciudad. Calzado cómodo y teléfono móvil a mano, se trata de llegar al centro de la city –desde nuestro barrio- y hacer lo mismo que hacen los demás. Visitar la Catedral, la Basílica de Santa María y la Iglesia de San Vicente equipados con la típica sonrisa que llevan todos los turistas además de un plano de la ciudad en la mano. (Los VENDEN en la Oficina de Turismo del Boulevard). Eso por la mañana. A la hora de la comida, en vez de dejarnos un pastón en cualquier barra de pintxos nos volvemos a casa y se puede cocinar algo rico y barato: un cogote de mediana, unas antxoas con ajillos, un trozo de solomillo. En casa estos platos cuestan igual que en la calle cualquier tontería/porquería. Luego una siesta pequeña y a la calle otra vez. Tenemos el Museo de San Telmo que es una preciosidad de contenido y continente. Si llueve enfrente están los cines y a la salida una cervecita o un vinito con, esta vez sí, un buen bocata en lo Viejo. O nos vamos al barrio de Gros que hay pintxo-pote y nos ponemos hasta arriba de fritos variados y cerveza y hacemos un poco de vida social con el entorno turístico que por allí habrá recalado (lo recomiendan en las guías). Así volveremos a casa tan felices y contentos de saber que vamos a dormir –la mona- en nuestra cama –que no tendrá una sábana de plástico encima del colchón.

El Viernes Santo lo podemos santificar –en función del tiempo y la resaca- dando un maravilloso paseo por uno de los parques donostiarras. El Palacio de Miramar, el Parque de Cristina Enea o subir a Urgull son posibilidades magníficas todas ellas. O visitar el Aquarium que hace mil años que no lo pisamos… A comer a casita como ayer y que no se nos olvide abrir una buena botella de vino para celebrar lo bien que lo estamos pasando. Por la tarde –y siguiendo con el rol de turista- podemos aburrirnos viendo cómo todas las tiendas están cerradas o refrescarnos la mirada con las magníficas playas que están abiertas sin cobrar nada. Un buen paseo desde el Puerto hasta el Peine del Viento e incluso subir a Igueldo en el funicular para retroceder cincuenta años al ver las atracciones del parque que levantan la tapa del baúl de los recuerdos en cuanto te subes a la montaña suiza (que no rusa). Al bajar, coger un autobús hasta casa y ver una peli en el sofá tranquilamente, incluso con pizza y helado.

El Sábado Santo vale la pena acercarse al mercado de la Bretxa…¡qué hay más típico que ver a las caseras de antaño vendiendo los productos de la tierra a precio de este siglo! Un paseo tranquilo –sacándose fotos ante las escarolas- para luego ir a comer (si el bolsillo lo permite) a una sidrería que todavía estamos en temporada. Un buen atracón de bacalao, tortilla y txuleta no puede sentarle mal a nadie. A la salida, paseo por todas las tiendas del centro curioseando los modelitos de la temporada primavera/verano. Cuando anochezca a casita tan ricamente que todavía queda mucha vacación por delante.

(Aquí viene el párrafo de lo que se puede hacer en casa en la intimidad. Que no falte el sexo o similar…)

El Domingo de Resurrección se puede ir de excursión a Hondarribia o a Zarautz –que quedan equidistantes más o menos- y compartir el turisteo con los venidos desde Madrid que estarán allá concentrados. Subir y bajar al casco antiguo, torcerse los tobillos con los adoquines centenarios, sacar fotos a las casas tan bonitas, a los blasones, a las tiendas antiguas, al mar… Un aperitivo sencillo nos devolverá a casa donde –como es domingo- tendremos esperándonos algo rico para comer (que no sea la paella de pollo y langostinos, por favor) y luego descansaremos el cuerpo y el espíritu con una buena siesta. A la tarde –como nadie nos obliga, nos podemos quedar en casa tan ricamente viendo una peli o haciendo nada.

El Lunes de Pascua es un día más que sirve para que los de fuera se vuelvan a sus casas y los que están fuera emprendan el camino de regreso. Nosotros, como no hemos hecho kilómetros, aprovecharemos el flujo y reflujo de gente para subir a Ulía –que es el paraíso para quien le guste el monte y el bosque- con las botas y el anorak de entretiempo. Allá arriba hay un par de sitios divinos para comer o tomar un aperitivo. Sacaremos fotos diferentes, nada urbanitas, como si estuviéramos en plena naturaleza (que lo estaremos) y respiraremos un montón de aire puro para ir tirando el resto de la semana, cuando ya se acaben estas vacaciones que hemos pasado tan ricamente, como turistas de lujo en una ciudad de lujo: la nuestra.

Con cuarto y mitad de alegría y buen humor podremos pasarlo igual de bien que cualquiera. Cuestión de perspectiva…e inteligencia.

¡Nos vemos en cualquier esquina con la Guía del Trotamundos en la mano!

En fin.

LaAlquimista

*Obviamente, este post es extrapolable a cualquier ciudad del mapamundi, porque en cada lugar hay sitios bellos para disfrutar…

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Fotos: Cecilia Casado 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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