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Cecilia Casado

A partir de los 50

Crecimiento personal. “La tristeza también forma parte de la vida”

 

El aluvión de mensajes que nos apabulla por doquier lo deja bien claro: hay que vivir desde la alegría, el optimismo y la esperanza. Lo dicen los anuncios de la televisión para que no se nos quiten las ganas de seguir consumiendo productos caros, innecesarios o caprichosos. Lo dicen los gurús esotéricos y de los otros. Lo dicen incluso los mismos gobernantes que nos han llevado al agujero gris marengo/casi negro en el que bucea la mayoría de la sociedad española. Nos fuerzan para que acabemos forzándonos nosotros mismos a ver la botella casi llena cuando ya no le queda más que un culín de lo que sea que contuviera…

Ante esta perspectiva diseñada para maquillar una realidad tintada de sombras, con oscuros y mohosos recodos, y presentarla con inventados colores de arcoiris, chispitas de purpurina y lentejuelas de esperanza… ¿quién es el guapo que se atreve a llevar la contraria y sentar a su mesa a la tristeza?

Esta vida tiene pocas alegrías, no hace falta más que ver las noticias.

Los humanos vamos minando los cimientos de la utopía que alguna vez fue sueño de casi todos: una humanidad en paz, bien alimentada y trabajando codo con codo por el bien común. La paz ni ha existido jamás ni tiene visos de dejar de ser un anhelo de optimistas. El hambre mata tanto como la guerra en un binomio perfecto y duradero. Y el bien común queda circunscrito al pequeño círculo donde cada uno siembra sus semillas y recoge sus frutos: la huerta del vecino queda lejos y el agua no llega para todos.

Así que hoy toca ser conscientes de la tristeza, de la que cada uno albergue en su corazoncito porque sabe –sabemos indefectiblemente- que algo se ha roto para siempre y ya no quedan dioses que hagan milagros ni paraísos con huríes y esperanzas de leche y miel. Esa tristeza que vive en el mismo aposento que la alegría, a flor de piel o en recóndito escondrijo, pero nuestra, personal aunque algo transferible.

Esa tristeza que se presenta sin ser convocada, como una náusea inadvertida que sorprende y asusta porque nos recuerda de qué estamos hechos los humanos, cuál es la auténtica composición de nuestro ser: agua, sangre, un poco de músculo, un entramado nervioso y algo inaprensible, indefinible y etéreo a lo que todavía no se le han conseguido sacar radiografías.

¿Dónde vive la tristeza, en la misma casa –quizás- que la alegría?

Probablemente.

¿No son acaso, tanto la una como la otra, poco más que una actitud ante la vida?

Casi seguro.

Entonces… ¿Por qué nos empeñamos en “ocultar” a esa inquilina poco amable? La tristeza forma parte de mi vida casi tanto como la alegría y he aprendido a tenerla en cuenta y hacerle caso cuando me reclama porque sé que sus razones tiene. Lo que ocurre es que nos han maleducado a constreñir ciertas emociones por ser estas consideradas poco adecuadas socialmente. Algo así como aquello de que “la ropa sucia se lava en casa” o aquello otro de que “los hombres no lloran” o alguna otra cretinez por el estilo.

Si estoy alegre y contenta la sociedad me recibe bien. Si estoy triste y mustia todos se apartan de mí y los que se acercan –más que consolarme- seguramente querrán cotillear sobre mi pena. La tristeza produce rechazo porque proporciona una especie de “vergüenza ajena” por la que todos hemos pasado alguna vez y no queremos volver a pasar. Estar triste no está bien visto, no cotiza en la bolsa de las amistades y son malos vientos para las parejas. Se ofrecen consejos y pastillas, remedios absurdos que poco ayudan.

¿Qué hacer, pues, con la tristeza sino vivirla como parte natural de nuestra vida?

Estoy triste mientras escribo y no intento modificar mi realidad. Podría escribir sobre algo diferente, tirar los balones fuera, pero si así lo hiciera no estaría siendo coherente conmigo misma y sé que pagaría el precio estipulado por reprimir una emoción que está en mí para ayudarme a vivir, para recordarme que soy persona humana con capacidad para sentir…lo que me toque en cada momento.

Las razones para estar triste son lo de menos; un cielo gris que retoma sombras interiores, un cepillo de dientes olvidado, un cielo azul que no se comparte, un poema inacabado… ¡Tantas cosas, tantas veces!

Hoy hablo de mi tristeza como tantas veces he hablado de mi alegría. Es lo lógico, es lo normal, es lo sano…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Foto: Cecilia Casado

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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