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Cecilia Casado

A partir de los 50

Crecimiento personal. “La soberbia y otros demonios”

¿De dónde nace la soberbia? ¿Cuáles son las causas que se agarran a la psique del individuo para creerse “más” que los demás? ¿Es una reacción directa de algún complejo de inferioridad que ha crecido con nosotros? ¿Es una actitud aprendida de nuestros mayores si es que nos trataron con palabras o acciones injuriosas? ¿Es lo mismo que la cólera y la ira? Demasiadas preguntas para tan poco espacio, mas la reflexión no ocupa lugar y puede sernos beneficiosa.

Ya de pequeña fui apuntando maneras. Cuando alguien ridiculizaba mis actos o se burlaba de mi persona, en vez de empequeñecerme, llorar o sufrir por la vejación recibida, me surgía de los infiernos una especie de gorgona que se defendía con uñas y dientes. Entonces, el “educador” de turno, me daba una bofetada para rebajarme las ínfulas y vaticinaba: “con tu soberbia no irás a ninguna parte, tienes que aprender a ser más humilde”, queriendo decir con esto –aunque hizo falta que pasaran muchos lustros para que me diera cuenta- que la única soberbia permitida era la SUYA, que su posición con respecto a mí estaba en el ático y yo no era más que una subespecie que habitaba en las miasmas del subsuelo.

Las enseñanzas se aprenden por activa, por pasiva o por inducción –como fue mi caso- y me acogí al punto cuarto del décimo capítulo del “Manual de Supervivencia del adolescente español de los 60”. Es decir, me comí el trozo de pastel que hacía crecer para que nadie pudiera pisotearme…impunemente. Fue la época de la rebeldía ante una educación represora, fueron los años del “me pico y no respiro”, de escaparme de casa, de gritar y patalear intentando hallar mi espacio, de suspender el curso completo, de volver locos a mis padres en venganza por lo loca que me volvían ellos a mí.

Creo que en mi generación nos hicimos soberbios por necesidad, orgullosos de la contestación, hábiles en devolver andanadas, “chulitos” ante la provocación, inconscientes de la esencia interior a la que no teníamos acceso porque intentábamos penetrar en ella por la puerta equivocada.

Dicen algunos preceptos que contra la soberbia hay que practicar la humildad y bien cierto es aunque no de la manera explicada de poner la otra mejilla y besar la mano que nos marca la cara. Hoy en día es mucho más fácil ser humilde que en los tiempos bíblicos, incluso más sencillo que hace unos años en que tanta vejación se nos vino encima desde todos los confines.

Ser humilde ahora mismo es tomar conciencia de que no somos poseedores de la verdad absoluta. ¡Abundan todavía quienes se creen portadores de esa patente! Ser humilde hoy puede significar escuchar las “tonterías” del otro sin juzgarle por vivir de manera diferente a como lo hacemos nosotros. Ser humilde sería también aceptar las decisiones que no nos son favorables ni cómodas porque van en contra de nuestros deseos. Y es humilde quien respeta la libertad del otro y quien comprende que, a pesar de lo que nos quisieron infundir como viga maestra de la educación, uno no puede salirse siempre con la suya ni pretender que las cosas sucedan como a nosotros nos conviene.

Todavía quedan restos de aquellas falacias disfrazadas de verdad absoluta. Alguna vez me pillo a mí misma en renuncio y percibo el calambrazo anímico que me suelta el pepito grillo interior cuando me paso siete pueblos con alguien pretendiendo colocarme en una posición superior a la suya sin más derecho que el que me enseñaron en su día y que bien podría resumirse en la sabiduría popular basada en la ignorancia individual del “cuando seas padre comerás huevos”.

Ahora que debo elegir en qué equipo quiero jugar me lo estoy pensando muy mucho antes de dar un paso al frente para seguir polemizando, discutiendo, razonando y echando pulsos con cualquiera por el simple hecho de querer tener la razón como una persona soberbia. Lo que pasa es que la palabra “humildad” está muy poco valorada como escarapela social, pero el concepto que habita en su interior es tan reconfortante como una brisa fresca en medio del calor de cualquier infierno.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

 apartirdeloscincuenta@gmail.com

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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