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Cecilia Casado

A partir de los 50

¡No pegues a tus hijos!

 

“Todavía está muy extendida la opinión de que los niños no pueden sentir, de que el daño que se les ocasiona no tiene consecuencias o, si las tiene, son diferentes a las experimentadas por los adultos, justo porque son “todavía niños”. Hasta hace muy poco a los niños podían realizárseles incluso algunas operaciones sin anestesia. Y resulta especialmente llamativo que las mutilaciones a niñas y niños, junto a otros sádicos rituales de iniciación en la infancia, sean todavía una práctica habitual en muchos países. Mientras la violencia contra adultos se denomina tortura, en el caso de los niños se considera educación”.

Así comienza Alice Miller (Psicoanalista polaca 1923-2010) su inmenso libro “Salvar tu vida” –La superación del maltrato en la infancia-, un libro que provoca una profunda reflexión en los adultos de hoy que fueron niños durante los dos primeros tercios del siglo XX, educados en las costumbres de una época en la que no sólo no se cuestionaba sino que se alababa e incluso promovía el maltrato físico en los niños como base y pilar de su adecuación a la vida. Este es –qué duda cabe- otro tema TABÚ. A nadie le gusta revolver entre las miasmas de la propia biografía, desenterrar fantasmas, airear traumas, o como se dice vulgarmente, “remover la mierda”. Pero aunque haya cosas que no nos gusten no por ello dejan de ser necesarias si queremos llegar a alcanzar ese mínimo de paz interior al que tantas personas llaman “felicidad” y que para mí no es otra cosa que encontrar sentido a la propia vida.

Miller busca soluciones al problema de las consecuencias psicológicas que la violencia de los padres ha causado en la mente del niño maltratado, propone una profunda reflexión y una toma de conciencia allá donde todavía puede ser posible enderezar el timón, corregir errores, aliviar los traumas. Hay mil y un estudios acerca de cómo las mismas madres confiesan haber “dado un cachete” como mínimo a sus hijos pequeños para “enderezarlos”, convencidas de obrar bien, seguras de sí mismas (el tema de la violencia paterna da para mucho más y Miller lo aborda exhaustivamente en todos sus libros). Me impresiona la siguiente reflexión de arrepentimiento:

“Te pegamos cuando eras pequeño porque a nosotros también nos educaron así y pensábamos que eso era lo correcto. Ahora sabemos que no deberíamos haberte pegado nunca y sentimos mucho haberlo hecho, haberte humillado y hecho daño, no lo haremos nunca más. Te pedimos que nos recuerdes esta conversación, si alguna vez corremos el peligro de olvidar nuestra promesa”. (Pag. 12)

¡Cuánto dolor se evitaría si los padres que aman a sus hijos fueran capaces de reconocer sus errores, pedir perdón y enmendar su conducta! Se conseguiría que el amor fluyera libremente en vez de proporcionar al niño maltratado una ira soterrada, terrible, ansiosa contra su madre, contra su padre, deseando paguen por la humillación, el dolor y la decepción de que le hacen partícipe con cada bofetada, con cada insulto, con cada castigo injusto. Y digo injusto porque un niño tiene que ser niño con sus travesuras, sus juegos, su falta de atención, sus ganas de descubrir el mundo sin barreras y es absurdo pretender encerrarle en la cárcel de las conveniencias adultas –obediencia, sumisión, acatamiento de normas, silencio y, sobre todo, no molestar a los padres neuróticamente cansados de su propia vida-.

“Un niño que sufre maltrato vive atemorizado, pues crece con un miedo constante a ser golpeado otra vez. Esta circunstancia merma en muchos casos sus funciones normales. A causa de este miedo cerval el niño no sabrá defenderse más adelante cuando sea agredido o, debido al shock, se extralimitará en su respuesta al ataque. Un niño atemorizado tiene dificultad para concentrarse en sus tareas tanto en su casa como en el colegio. El comportamiento de los adultos le parece impredecible por lo que constantemente tiene que estar en guardia. El niño pierde su confianza en los padres, a pesar de que son ellos quienes deberían protegerlo de las agresiones de extraños y nunca ser los agresores. Esta falta de confianza hace que el niño se sienta inseguro y aislado, porque toda la sociedad está de parte de los padres y no de parte de los niños”. (Pag.13)

La dolorosa y cruel paradoja estriba en que la mayoría de adultos que padecieron maltrato en su infancia por parte de sus padres, no son capaces de establecer una relación directa entre aquella situación y sus actuales neurosis, traumas, malestares psíquicos y enfermedades físicas. De aquellos polvos, estos lodos y cerrar los ojos al pasado, hacer como si no hubiera existido, borrarlo de un plumazo es algo que la mente entrenada puede llegar a intentar (que no conseguir), porque el cuerpo tiene memoria, no olvida el dolor, ni la humillación, ni la ira provocada por la decepción de que, quien más debiera haber amado al niño, fuera precisamente quien más daño le provocara.

Ni siquiera la tristemente famosa “bofetada a tiempo” es admisible porque instala el germen de la violencia en una criatura que es inocente de absolutamente TODO aquello de lo que se le acusa que, casi siempre no es otra cosa que la inseguridad psicológica y la frustración de unos padres que “pierden los papeles” y creen que es más expeditivo y cómodo dar una colleja, un zapatillazo, un bofetón, un guantazo o incluso una buena paliza al hijo que les molesta y les incordia que entregar ese cariño, ese amor que toda criatura espera recibir de aquellos que le han traído al mundo.

“El origen del odio. ¿Por qué ponemos tal empeño en buscar el mal “innato” en los genes? Por la sencilla razón de que la mayoría de nosotros sufrimos maltrato siendo niños y tememos que aflore el dolor reprimido por las humillaciones padecidas entonces. Como al mismo tiempo que nos maltrataban nos hacían llegar el mensaje de que todo sucedía por nuestro bien aprendimos a reprimir el dolor, pero el recuerdo de las humillaciones permaneció almacenado en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo”. (Pag. 85)

Y no digo más, porque el resto es reflexión…para quien la necesite.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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