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Cecilia Casado

A partir de los 50

Crecimiento personal “Silencio y meditación”

 

Todos los años por mi cumpleaños me hago un regalo; creo que me lo merezco –soy benevolente- y me rasco la cartera en defensa propia. Un mini ordenador, una chupa de cuero, unas copas de cristal finas como el ala de una mariposa… cosas, objetos, el signo de nuestra sociedad consumista que me atrapa aunque le lleve lustros de ventaja. Pero este año me he regalado algo muy peculiar: un fin de semana. La peculiaridad estriba en que no ha sido ni romántico, ni glamuroso, ni viajero, ni cultural. Tan sólo meditación, silencio, contemplación.

¿Y dónde está la gracia –se preguntará quien no me conozca? Pues la verdad es que no lo sé, no le busco el sentido racional, sino tan sólo me dejé llevar por un sentir de anhelo de paz, de acallar ruidos externos, tapar la bulla cotidiana, los sonidos de la gente, la barahúnda diaria y sustituirlos por un tiempo con otra cadencia, provocadoramente diferente.

De la mano de un maestro Zen –gracias desde lo profundo, Pedro Vidal- y diecisiete personas más, me dejé llevar a un retiro espiritual, con el ánimo tranquilo y la mente abierta para absorber conocimiento. Pero mi mente racional me jugó una mala pasada, arrastré conmigo en el equipaje un prejuicio que no sabía que tenía y cuando nos presentamos los participantes y después de escuchar una pequeña plática por parte de quien dirigía el encuentro –un ser humilde y sencillo que se niega a que se le llame “Maestro”- seguida de dos tandas de meditación para “abrir boca”… me la cerraron contundentemente.

Sí, el código de silencio empezó el viernes por la tarde y se prolongaría hasta el domingo a la hora de la comida. ¡Eso no lo sabía yo! Pensaba en mi cómoda ingenuidad que nos dedicaríamos a acallar la mente, acariciar el interior del alma, dar paseos por la naturaleza, entrar y salir de la cama con el sol, comer frugalmente y meditar, hacer zazen con el recogimiento necesario para que “lo de pensar” se fuera calmando y se diluyera en el bálsamo de unas sesiones benéficas de espiritualidad.

¡Cuánto me queda por aprender todavía! Sabía que la práctica Zen de la meditación se lleva a cabo en silencio absoluto para que la ausencia de estímulos exteriores provoque el ruido interior, ése que no queremos escuchar porque remueve la conciencia, los pilares totales sobre los que hemos construido la casa de nuestra vida. Cuando todo está quieto afuera comienza a hablar el “yo” auténtico tapando la boca al ego que nos maltrata continuamente. Somos inconstantes, tenemos dudas, impaciencia y miedo en todas nuestras acciones vitales. Tan sólo podríamos compensar el desequilibrio oponiendo la fe a las dudas, la esperanza a la impaciencia y el amor al miedo. Pero son palabras mayores, conceptos filosóficos, metafísicos, espirituales, más allá de lo que hemos aprendido de la cultura que nos ha visto nacer y nos ha (mal)educado.

La cena en silencio compartiendo mesa con personas desconocidas pero con similiar inquietud. Meditar antes de dormir en un grupo compacto de energía positiva. Dormir profundamente, con sueños extraños y a la mañana siguiente, volver al grupo silencioso, meditar en ayunas, tomar desayuno para después pisar la hierba o abrazar los árboles… No escuchar más sonido que las campanas de la iglesia del pueblo, los pájaros inaugurando el otoño, el agua corriendo mansamente entre la hierba.

¿Qué es el silencio?. Para mí fue “escuchar” mi interior, la voz que me dijo tantas cosas que yo había tapado con el ruido, con el fragor de la vida. Sin móvil, ni música, ni televisión, ni una conversación humana; ni tan siquiera la distracción de un libro antes de dormir, la mente dispuesta a descansar y el cuerpo reclamando la compensación horizontal. ¿Dónde andaban los pensamientos compulsivos que me distraen de lo esencial? Fueron entrechocando unos con otros en el vacío, buscando una salida, un resquicio por el que huir de mi mente ya que yo no los alimentaba con mi habitual inconsciencia.

Después de cuarenta y ocho horas en silencio, yo ya no era la misma. Volví a casa con ganas de seguir en silencio, de experimentar, de investigar mi yo más profundo, de escuchar la voz que había estado amordazada tanto tiempo. Bien está aclarar que no es la primera vez que me hago este tipo de regalos, pero sí debo alegrarme por que haya sido la primera vez que lo he apreciado con discernimiento.

Ahora me es más fácil adecuarme al ritmo de la vida y a la vez me resulta más difícil seguir el paso de baile que imponen los demás. Por lo menos hay una pequeña luz para cuando me invada la oscuridad.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


octubre 2015
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