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Cecilia Casado

A partir de los 50

Chulerías donostiarras

Esto que voy a contar nos sucedió hace unos días a una amiga y a mí en una terraza de la Bretxa. A pesar de ser una experiencia absolutamente personal e intransferible voy a intentar tomar cierta distancia del “sushedido” y si no lo consigo pido disculpas de antemano por ser humana.

El caso es que en un mediodía fastuoso de otoño, con el sol bañando la ciudad, decidimos mi amiga y yo sentarnos un rato al aire libre; vislumbramos una terraza a pleno sol –pero con varias sombrillas entre las mesas- y ante la oportunidad de una mesa libre allá que nos fuimos. Pedimos la consumición y al constatar que el sol calentaba traidoramente, decidimos pedirle al camarero que, por favor, abriera una de las sombrillas, la que estaba justo al lado de nuestra mesa. Nuestra sorpresa comenzó a despertar cuando el camarero nos contestó que no era posible porque “la sombrilla está muy dura”. La verdad es que el hombre de la bandeja levantaba su buen metro ochenta del suelo y su porte era lo que por aquí llamamos “robusto”, por lo que pusimos un gesto ambiguo que se vio frenado en seco por su siguiente comentario, aduciendo que –“no vamos a abrir una sombrilla cada vez que una señora lo pida”.

A mí es que me encantan las historias surrealistas –las de Breton y cía. no las de Kafka- y le entré al trapo indagando acerca de la función general de las sombrillas y de “esa sombrilla” en particular. Rápido en respuesta, el camarero contestó que -“las sombrillas son para quitar el sol…pero hoy no”. Bueno, mi amiga estaba ojoplática y yo sujetándome el maxilar inferior.

Aquí hay tomate, pensé, ésta va a ser buena. Y efectivamente. Ya metidos en harina –que se veía claramente que el camarero estaba “calentito” –digo yo que sería por estar expuesto al astro rey demasiado tiempo- le dijimos que, lamentablemente, no podíamos quedarnos a pleno sol puesto que eso era contraproducente para nuestra delicada piel a lo que él respondió que no había ningún problema, “pueden ustedes marcharse tranquilamente” –dijo- “pero primero me pagan las consumiciones y luego se van”.

¡Será por dinero! –pensé,- si ya estamos más que “quemados” de los abusos de las terrazas donostiarras y echar más leña al fuego no nos iba a incomodar ni un ápice… así que agarramos el tique y le salpicamos veinte euros para que se fuera cobrando. Eso sí, de pie, con el cortado, la caña y las aceitunas en la mesa, abandonadas al sol, como esperando algo, qué sé yo, una palabra amable quizás, una sonrisa, un “lo siento”, en vez del avasallamiento pertinaz de un trabajador hacia sus clientes.

Pero mi amiga es mucha persona como para aguantar que le pasara por la mente –en un veloz flashback- las malas contestaciones que, tanto ella como yo y tantas otras mujeres, hemos tenido que aguantar en el trabajo por parte de jefes irrespetuosos y ensoberbecidos de su jerarquía que han intentado –y conseguido en la mayoría de los casos- callarnos la boca a las mujeres por el expeditivo método de levantar la voz y avergonzarnos públicamente.

Porque eso es lo que hizo el trabajador en cuestión, levantar la voz de manera que el resto de personas que llenaban la terraza dejaron de atender a sus propios asuntos para aguzar vista y oído y atender al “numerito” que se estaba montando. Así que, una vez pagada la consumición –que ya era nuestra- mi amiga le indicó que no la retirara porque iba a “invitar al primero que pasase” a disfrutarla, ya que, a fin de cuentas, “con sombrilla o sin sombrilla la hemos pagado y es nuestra”.

A mí es que me iba a dar la risa, pero la aborté porque la cara del ciudadano trabajador se tiñó de un color muy feo, preludio (quizás) de palabras mayores que, efectivamente, llegaron como dardos envenenados. Dijo –y cito textualmente-: “A ver si se cree usted, señora, que va a sentar ahí a un pordiosero”. (sic) ¿En qué estaría pensando este hombre para hablar así? ¡Toma ya! ¡A esto yo le llamo tirar con balín y alevosía! Entonces mi amiga, le espetó: “¿Y eso, por qué? –“Porque ESTA ES MI CASA”- dijo el camarero ya convertido en patrón.

Pues muy bien, así se habla hombre, faltaría más, que todo el mundo sepa alto y claro que por no abrir una sombrilla has acabado haciendo una declaración de intenciones de muy mal gusto, poco amable y menos solidaria. Le recriminé entonces su falta de amabilidad a lo que contestó que él había sido educado en todo momento; efectivamente: educado y antipático, vive Dios.

Y nos alejamos –definitivamente y de por vida- de esa terraza donde quien la atiende –y de quien ahora me entra la duda de si en vez de ser un empleado no sería el DUEÑO- (a ver qué asalariado se expondría a montar un numerito público como el que él montó impunemente) se gasta tan malas pulgas y tal falta de amabilidad.

A mí la situación no me hubiera molestado demasiado, será que estoy acostumbrada a quedarme sorda ante malas contestaciones por parte del personal, sino hubiera sido por la referencia que hizo este ciudadano a lo de “Esta es mi casa” y…aquí mando yo, que no lo dijo pero que lo demostró más que cumplidamente. Me pregunto si nos hubiera tratado de esa manera si en vez de ser dos señoras mayores de cincuenta años hubiéramos sido un par de hombres de metro ochenta y espaldas cuadradas…o dos mozas lozanas. Me quedo con la duda. Igual es que tendré que volver otro día para preguntárselo…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


noviembre 2015
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