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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reflexiones en Yucatán (V) Mérida para no-turistas

 

 

Me gusta pasear por la capital de Yucatán con paso firme, como sabiendo a donde voy, sin mirar las tiendas de guayaberas y huipiles con intención consumista, sino buscando el instante de vida que me une a estas personas que viven su vida igual que yo vivo la mía: con ganas de mejorar en cualquier aspecto (es una suposición amigable, espero que nadie se moleste por ello).

Un desayuno tempranero en la Plaza de Santa Ana, entre los habituales que vienen a comprar al mercado o a gestionar sus cosas: un jugo verde de medio litro (naranja, apio, espinaca) y media orden de fruta recién cortada (casi del árbol) con yogur y granola, un chute de fructosa y vitaminas para poner al cuerpo en su sitio. En vez de leer la prensa relajadamente –no llega el Diario Vasco- la predigestión se hace respirando el aire meloso de la mañana, demorando la vista en las gentes y adaptando la oreja al peculiar acento mexicano que se usa por estos lares. El yucateco es lo que es: único e inimitable y no digamos ya nada del maya, tan ancestral y prolijo como el euskera… Creo que para los de aquí hablar en español debe ser como para los indios abandonar el hindi y hablar en inglés, pero vaya usted a saber…

Ni soñar de hacer una especie de guía turística de Mérida, el “carnet de voyage” es para cuando viajo a sitios novedosos y esta ciudad cada vez se está pareciendo más a mi segunda casa. Con nuevos amigos y nuevas relaciones, poquito a poco me manejo ya hasta con los taxistas que, algunas veces, como me ven “güera”*, intentan darle un triple salto mortal al taxímetro, pero ya enseguida les digo, -Venga, amigo, agarre por la plaza de toros en vez de por Cupules que hay menos semáforos- y ya se quedan tiesos, claro está.

Mis paseos por la ciudad van de una esquina a otra, con buen calzado para pisar bien y no romperme la crisma por sus banquetas requebradas (aceras) y amarrada al paraguas que me protege del sol achicharrante que me busca por esquinas y recodos.

Hoy me voy a dar una vuelta por la Plaza Grande, sorteando turistas de verdad, esos que van en rebaño temeroso detrás de un “pastor” que busca la propina y comparte la historia de la ciudad con topicazos y fechas deshilvanadas; la mejor manera de aburrirse sin enterarse de nada. Tengo que ir a la farmacia a que me vea el doctor (servicio gratuito) porque unos aretes traicioneros han despertado en mí una vieja alergia a los metales no-nobles. Aquí las farmacias son “alternativas”, es decir, compiten en vender con precios libres y “genéricos” para todo uso y necesidad. Lo de las recetas de la S.Social creo que es ciencia ficción, hay remedios para todo en el momento, me venden un antihistamínico estupendo por 20 pesos (1€) y para celebrarlo me compro una horchata helada (otros 20 pesitos) y me siento a la sombra de la plaza para degustarla.

Han puesto el nacimiento del ayuntamiento, tan igual en todas partes; y aquí también es poco afortunado –todo hay que decirlo. Pego un poco la hebra con el vecino de banco que me habla primero en inglés –su deducción es de manual: si eres blanca y rubia sólo puedes ser norteamericana. Pero en cuanto le doy palique en español ya nos vamos contando cosas. Se interesa por mi vida y yo por la suya, en quince minutos hemos hecho “terapia de banco” y puesto a parir a los partidos en el poder de su país y del mío. Le pido que me saque una foto con la horchata, que se vea que disfruto de la vida… Se llama Edgar y expone su obra de grabados en los soportales de la plaza; cuando se cansa se viene al parque a parlotear por el whatsapp con el wifi gratuito (pronúnciese “guayfai”)

He quedado con mi hija pequeña para almorzar y nos vamos al Marlin, que es donde comen pescado los de aquí y algún turista avispado, sin estridencias, sin manteles, sin tonterías de ningún tipo. Un menú completo con tacos de camarón y guacamole, y una buena ración de camarones borrachos con sendas cervezas por 200 pesos. A veces la vida recupera su equilibrio…

 

Ahora hace calor de verdad, así que dejamos el hábito yucateco y nos ponemos la toquilla vasca: a hacer la siesta hasta que se alivie el ambiente de calor y humedad salvaje.

La noche, con luna llena y solsticio incluido, va a ser muy especial… No hay prisa y es bueno que no la haya, a fin de cuentas tengo comprobado que cuanta menos resistencia se oponga al río que nos lleva, mejor se fluye con la corriente; no sé si la vida es algo más que eso…

En fin.

LaAlquimista

* Güero. Voz indígena mexicana que identifica a las personas de cabellos rubios.

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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