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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reflexiones a la orilla del mar (III)

 

Tórtolas y palomas que picotean la arena buscando su desayuno se retiran discretas y prudentes cuando me acerco a la orilla del mar de buena mañana. Me miran clavar la sombrilla haciéndome culpable de la invasión humana que colonizará la playa dos horas después; pero para mí son precisamente esas dos horas las que me aportan el “desayuno” que me tonifica para todo el día.

Hoy la mar estaba tan tranquila que parecía ausente; ni una brizna de aire acariciaba la superficie del agua y mi cuerpo ha reclamado el goce de entregarse a tan tentadora invitación. Pero en el mismo instante en que ya tenía los pies en el agua me ha perturbado un pensamiento recurrente: en mi orden de las cosas primero está el paseo tonificador por la arena, después la recompensa en forma de baño. Una vez más, dejándome llevar por las reglas que me he impuesto, he renunciado a trasgredirlas y he encaminado mis pasos hacia la izquierda, como cada día, para bajar preceptivamente el desayuno y realizar el ejercicio cotidiano. Al cabo de veinte minutos de caminata, como una ironía inesperada, ha cambiado el viento abruptamente y el agua se ha encrespado, despertándose sobresaltada del amable letargo y unas olas, primero tímidas, luego dueñas y señoras, han dado por finalizada la magia que había entrevisto.

He detenido mis pasos, también abruptamente, y he torcido el gesto ante el mensaje diáfano que acababa de recibir: “por tonta, por no haber aprovechado el momento perfecto que se te ofrecía, por haber jugado a controlar el tiempo y la ocasión, por haber supuesto que nada es inmutable porque a ti no te interesaba que lo fuera.”

¡Cuántas veces a lo largo de nuestra andadura cotidiana no habremos dejado de aprovechar una pequeña y gloriosa oportunidad que se nos ofrecía generosamente!

¡Qué ocasiones perdidas se estarán todavía riendo de nosotros un poco más allá del alcance de nuestras manos!

Queremos tener el control sobre todos los actos de la vida, por pequeños que estos sean y no nos damos cuenta de la impermanencia de las cosas hasta que ya es demasiado tarde y  el momento mágico ha pasado.

 La devastadora rutina. Levantarse a la misma hora, tomar un café o no tomarlo, caminar a coger el bus o arrancar el auto, comer a la hora exacta algo preparado sin cariño, pasear a la hora del paseo, cenar coincidiendo con las noticias, dormir cuando el reloj dé la orden.

Rechazar, también por rutina, una invitación extemporánea, una salida inesperada, un pequeño goce generoso; cuadricularse ante la idea de que entre semana no se sale porque al día siguiente hay que madrugar, insistir en que es mejor dormir media hora más que ir caminando al trabajo, obligarse a comer lo que aparezca en el plato, sentir que lo correcto es dos horas de sofá viendo la tele o de ordenador en vez de acercarse al mar a ver la puesta de sol. Perderse el milagro de las cosas mínimas creyendo que ya habrá tiempo “en su debido momento” de disfrutarlas.

Esta mañana me he enrabietado y he jurado que no va a volver a pasar, que de una vez por todas tiro al contenedor gris el esquema mental grisáceo que dice que primero se da el paseo y luego se sienta uno en la terracita, que la siesta se hace después de comer y no antes, que el sexo sabe más rico el domingo por la mañana que en un arrebato entre semana y que hay un orden en las cosas que de natural no tiene más que el deseo personal de acomodarlo a nuestra estrechez de miras.

¿Y qué, si hacemos las cosas cuando a uno le apetecen y tiene la oportunidad de hacerlas estén o no dentro del Orden del Día?

Mañana el mar no tendrá la placidez de hoy, no será el mismo, quizás sea parecido o diferente. Yo tampoco seré la misma, afortunadamente.

 En fin.

LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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