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Cecilia Casado

A partir de los 50

Afrontar la muerte de un ser amado

La muerte no ha dejado profundas señas de dolor en mi vida; no así la enfermedad de mi padre, penosa, interminable, agotadora para él y para quienes le amábamos. Cuando tiró la toalla y sintió que ya no quería luchar más me alegré por él y le dejé marchar; ni lo agarré a mi vida ni me aferré a la suya, le despedí con la mezcla de dolor y alivio que se da cuando el sufrimiento se vuelve –por fin- liberación. Se fue con su energía a la “estrellita cariñosa” y allí sigue enviando cada noche un aliento que de alguna manera soy capaz de sentir después de más de veinte años.

Sin embargo, he visto a muchas personas de mi entorno sufrir por la muerte de un ser querido: la más terrible la de unos amigos que perdieron a su hijo de veinte años por “muerte súbita”. Falleció también un gran amigo mío con sesenta años pero nos había dado tiempo a despedirnos mil veces mientras brindábamos por la vida y yo no sufrí por él aunque sí lo hicieran sus hijas. El marido de una amiga murió después de años de lucha contra el cáncer y ella también respiró aunque ese respiro le provocara un muy común sentimiento de “culpabilidad”. Y el padre de mi hija mayor mas hacía muchos años que habíamos perdido el contacto.

La muerte, esa desconocida.

La muerte arrebata, roba, frustra, arranca del corazón ilusiones, proyectos, deseos y deja a quien la padece colateralmente, abandonado, en una especie de estupor, una pesadilla sin final, perdido el norte, desaparecidas de la noche a la mañana las veredas por las que hasta ese momento se caminaba. He visto sufrir a algunas personas, llorar, maldecir y blasfemar, gritar y desesperarse por haberse quedado sin la persona a la que amaban, con la que compartían la vida, rutinas, tiempo cotidiano, el soporte seguro de las penas que siempre llegan, la compañía con quien celebrar las pequeñas alegrías; alguien con quien charlar y discutir, con quien ir al médico y de compras, con quien “comentar la jugada” de la vida en sus inevitables miserias. La gente se queda sin el confidente o la compañera, amputada emocionalmente, arrancadas de cuajo las raíces, desbaratado de un manotazo el rompecabezas de la vida.

No sé qué es eso, mis dramas personales no llevan como componente la muerte devastadora (ni mencionar aquí qué ausencias me romperían en dos), por eso los dramas de los demás los vivo con compasión, con la empatía de “aquí estoy pero no sé muy bien qué hacer para acompañar tu dolor”, un duelo que hay que vivir, un túnel oscuro que hay que atravesar hacia la luz que –siempre- está al final.

Una vecina lleva llorando la muerte de su marido después de un año entero; está de baja por depresión y atiborrada de medicamentos gracias a los oficios de los médicos. Sola, con apenas amigos y alejada de unos hijos con los que rompió la relación hace años. El otro día coincidí con ella en el parque –sentada ante un café en una terraza- y le pedí permiso para sentarme a su lado. Nunca habíamos hablado ni cruzado más palabras que los rutinarios saludos que la educación nos impone y fue un impulso súbito el que me hizo acercarme. Me contó muchas cosas, sus penas (que al psiquiatra no le interesan –según ella-). Pedimos un par de rondas de cerveza y acabamos cotilleando sobre los actores de cine que vendrán al festival este año.

Al despedirnos me abrazó y me dio las gracias. Me sentí inmerecedora por mi compasión de tres al cuarto y por mi desvaída empatía puesto que no sé realmente cómo es el dolor que ella siente en lo más profundo de su ser. Luego pensé que me ha ayudado a reflexionar y que también le estoy agradecida por haberme puesto ante mi realidad privilegiada y ausente de dolor…en este momento.

La próxima vez que la vea tengo que decírselo… y pagar yo las cañas.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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