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Cecilia Casado

A partir de los 50

Jugando al parchís con María Teresa Guinda (In Memoriam)

En la puerta de al lado empezó a enseñar yoga una mujer especial. Hablamos en el ascensor y me invitó a entrar. Entré –en el piso y en su vida- y ya no salí durante más de treinta años. Hoy mis hijas lloran su partida porque la recuerdan como “una especie de abuela” que les hacía bromas y regalitos. Jugábamos con ella al parchís, una especie de timbas que duraban horas y horas, y que ella casi siempre ganaba lo que preocupaba a mi hija pequeña: “Ama, ¿María Teresa hace trampas que siempre gana?”

No, María Teresa no hizo jamás ni una sola trampa en toda su vida. Eso es lo que yo creo firmemente. Mi amistad con ella, el cariño recíproco, fue uno de los puntales más firmes de los años turbulentos de mi existencia. Maestra, confidente, punto de apoyo incondicional, fue mucho más que una amiga, mucho más…

“Lo muchísimo que ella disfrutaba, sentadas una frente a la otra, jugando al parchís… ¡y ganando! Las interminables conversaciones sobre lo divino y lo humano. Ver sus hermosas y bonitas manos, tranquila, dando su clase de yoga… tanto y tanto que recordar”. Me lo cuenta Teresa, otra amiga común que llora intentando asimilar la pérdida a pesar de que nuestra amiga, “ya hacía tiempo que se había ido”.

“Lo que llegó a ser esa mujer para mí, ¡que el Universo la bendiga! Me acuerdo de las lecciones para el alma que nos regalaba…” Palabras de Ana, otra alumna, compartiendo la nostalgia de su partida.

Recuerdos, recuerdos… El libro tantas veces leído de “Juan Salvador Gaviota” que le regaló a mi hija Xixili. Y el muñeco “Epi Sonrisitas” que acompañó el descanso de mi niña Amanda tantas noches. El timbre de casa, podía sonar a las diez de la noche, -cuando acababa sus clases- y su cuerpo cansado se prestaba a compartir una infusión y un trocito de chocolate, ese cacao que forjó su infancia y que se le quedó prendido –con su amargor y dulzura a la vez- en lo más profundo.

Nunca me gustó especialmente el parchís; sin embargo, ¡la de partidas que habré echado con ella en la cocina de su casa! Sabiendo de antemano que me iba a ganar, como siempre, ella tenía esa buena suerte en la vida, que los dados jugaban a su favor dándole fuerza para seguir adelante, y jugó y volvió a la casilla de salida varias veces con varias fichas, pero gozó de una vida especialmente intensa, llena del amor que la rodeaba, la cercaba… ¡cuánto le queríamos todos! Era una mujer admirable; hiciera lo que hiciese siempre me parecía que lo aderezaba con bondad y amor, aunque me pusiera las peras al cuarto con un buen “sermón” cada vez que yo cometía un error e iba a llorar sobre su hombro. Fue dura cuando debió serlo y dulce y blanda como los bombones rellenos que tanto le gustaban. Le oí mil veces cantar y algunas menos gritar porque expresaba las emociones con la naturalidad limpia de un alma en paz.

La “utilicé” amorosamente en mis momentos de debilidad –que fueron muchos y repetidos: no me falló jamás, siempre jugó en mi equipo. Daba lo mismo que fueran las once de la noche, podía llamar a su puerta y ella abría, sonriente su corazón. Hasta cuando compartía lo hacía con sencillez, como pidiendo perdón.

Las croquetas de espinacas, el caldo de verduras, sus cuidados cuando pasé una neumonía y no tuvo reparos en pasar a mi casa todos los días para hacerme compañía sin miedo alguno a contagiarse. Los paseos por el barrio: te acompaño a tu casa, vale, ahora te acompaño yo a la tuya y las risas… Y las sesiones de cine nocturnas en el Astoria que nos pillaba al lado. Los libros que nos prestábamos, las confidencias desgarradas (sobre todo las mías) en el sofá de la sala. Nunca me dio un consejo porque sabía escuchar y en el silencio compartido me invitaba a encontrar mi propio camino.

Aguantó el sufrimiento físico de “una mala salud de hierro” desde que era una niña; pensaba que no viviría demasiado y se equivocó: habría cumplido dentro de poco los noventa y tres.

Tengo guardados en mi corazón miles de recuerdos compartidos, horas y horas de amistad que nos regalamos. Toda mi familia, todos mis amigos, han sabido y saben quién era María Teresa en mi vida y cómo seguirá estando viva en mi corazón como la más grande amiga que tuve jamás.

De todo lo que me enseñó sin saber que lo enseñaba, me viene ahora una frase acertadamente genial: “Tú quédate con lo bueno”. Y eso hago, “maestra querida”, me quedo con lo bueno y lo mejor de ti y de tu recuerdo…

Te veo esta noche en “la estrellita cariñosa”.

Cecilia.

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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