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Cecilia Casado

A partir de los 50

Pequeñas fobias: el domingo

 

Ya desde pequeña se me antojaba este día el peor de la semana. Le cogí manía por mil motivos que me parecían justificados. La misa mañanera en familia (que rompía todos los otros planes), la comida aburrida como el “Día de la Marmota”,-arroz y pollo-, la sobremesa con película en blanco y negro. De adolescente quería hacer cosas diferentes a pasear por el centro de la ciudad pero mis amigas tan sólo querían mirar y dejarse ver por los chicos que, seguro, se aburrían tanto como nosotras. De novia y recién casada la comida en casa de la suegra y jugar a los aburridos juegos de mesa a la espera del salvador lunes que nos reintegraba de nuevo al trabajo y a la vida.

Ahora que ya ni voy a misa ni tengo suegra, el domingo es el día que sobra en mi calendario. Rosa Montero lo describe con buen acierto en su libro “La carne”:

Pese a ser 9 de noviembre, ese domingo hacía un día templado y luminoso y el parque del Retiro estaba lleno. Cumpliendo la ley inexorable que Soledad conocía tan bien, todo eran parejas, por supuesto. Parejas solas o parejas con niños o parejas con perros. A veces, parejas con dos perros que a lo mejor también eran pareja. Como sin duda estaban emparejados los patos del estanque, y las tortugas y las urracas vestidas de pingüino, blancas y negras, que siempre iban de dos en dos, one for sorrow, two for joy…”

A pesar de mi aceptación de la soledad por buscada y elegida, me chirría a veces el empecinamiento social de bailar en pareja o en corro en vez de “bailar a lo suelto”. Mis amigos –casi sin excepción- dedican el domingo a sus familias (escuetas o abrumadoramente extensas); o bien a su pareja (que para eso la tienen). El domingo es el día en que las relaciones sociales se quedan en stand by, es el día en que a los que vamos de no-dependientes por la vida se nos divisa desde lejos porque que hay un espacio hueco y vacío a nuestro lado.

Ayer domingo salí pronto a la calle a pasear al perro; luego lo dejé en casa y me lancé a patear un parque, la longitud de la playa en marea baja, el paseo del río, otro parque y, finalmente, exhausta de caminar a paso ligero, regresé a casa para ducharme, vestirme de civil y volver a sacar al perro. Una terracita me invitó a un aperitivo leyendo la prensa. Todas las mesas circundantes abundaban en grupos familiares –con o sin niños, con o sin ancianos en silla de ruedas- y allí estaba yo y nadie más como yo, que he aprendido a no sentir ya las miradas de la gente y a no imaginar nunca más sus pensamientos.

¿Qué hacen las personas que se quedan solas un domingo? ¿Van al cine de las cinco con la turbamulta joven o a la sesión de las siete con las parejas? Yo sé lo que hacen, lo sé muy bien. Cuando no tienen nadie con quien estar un día domingo, quizás madruguen y den un paseo o quizás vagueen por la casa hasta la hora de comprar el pan o la prensa, o ambas cosas o ninguna, haciendo tiempo para la comida solitaria delante de la tele, la siesta en el sofá y pasar la tarde como se pueda esperando a que acaben las horas de impuesto e insoslayable “aislamiento social”. La vida habitual se detiene, la algarabía de la vida laboral desaparece; tan sólo abren los bares y las pastelerías (para que los que forman parte de un grupo familiar puedan tomar el aperitivo y comprar un postre rico); no hay excusas ni ajetreo en el que confundirse. El domingo es el día que sigue siendo “diferente” y que, de alguna manera, obliga a miles de personas a serlo mal que les pese. Los restaurantes están más o menos llenos, pero ¡a ver a quién le apetece comer solo rodeado de seres que charlan y ríen o –peor aún- de esas otras parejas que comen en silencio!.

Así que, para no deprimirme ni echar en falta nada ni a nadie, dedico los domingos solitarios –cuando ningún amigo llama porque está con sus murrias o alegrías familiares- a hacer ejercicio sin mirar a nadie y las tardes a leer un buen libro. (“La carne” de Rosa Montero, da para un domingo entero). Si me canso lo alterno con una película. Y cuando me canso también, aprovecho la anochecida para volver a pasear al perro…en solitario.

Los domingos y yo nunca hicimos buenas migas; ni cuando tenía familia al alcance de la mano ni ahora que no la tengo para sumarme al grupo e interactuar con alguien. Los domingos me ofrecen también la posibilidad de la reflexión, del recogimiento a veces, incluso del descanso mental necesario para volver el lunes a la vida, a la semana “normal”, a sentir que me “reinicio” y vuelvo a funcionar, activa, contenta, incluso moderadamente feliz.

A veces nos juntamos dos que sentimos igual y disfrutamos; pero al final siempre llegamos a la misma conclusión: los domingos no están hechos para las personas como nosotros.

Os los regalo, mis domingos, a quienes os quejéis de que no os gustan los vuestros…

En fin.

* Ayer, domingo, antes de acostarme vi el programa “Salvados” dedicado al barco Astral y su labor humanitaria recogiendo refugiados -que huyen de la guerra y la miseria-en el mar Mediterráneo. Entonces sentí que mis domingos son privilegiados en vez de extraños o tristes, que mi “pequeña fobia dominical” es absurda; más que absurda, indecente. Me fui a la cama con el alma encogida por tener tanto y encima no saber apreciarlo…

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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