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Cecilia Casado

A partir de los 50

Nostalgia de la tamborrada

 

Casi todos los seres humanos hemos grabado a fuego en el cerebro una serie de fechas que emiten lucecitas y pitidos de aviso para que salten los mecanismos de la nostalgia si no estamos en el lugar adecuado en el momento oportuno. Hay fechas individuales y fechas compartidas y, entre estas últimas, es muy difícil sustraerse a la marea colectiva; por ejemplo, las navidades arrastran a la mayoría con diferencia aunque luego están las del terruño, las fiestas del pueblo, las que nos retrotraen a la infancia y a un tiempo que –en la distancia- nos parece más cálido, más feliz, inalcanzable ya.

Y de fiestas de pueblo, de fiesta de San Sebastián va este post porque hoy mismo comienzan las veinticuatro horas anuales de tamborrada sin fin que a pocos autóctonos dejan indiferentes –para bien o para mal- además de atraer a los del otro lado de la frontera que se acercan a vivirla con tanta ansia como si fuera 14 de Julio en vez de 19 de Enero.

¡Que no te toque pasar una tamborrada lejos de casa! ¡Verás cómo se te ponen los vellos de punta cuando alguien te mande por whatsapp el enésimo video del Orfeón cantando a Sarriegui! Y es que no hay nada como que haya kilómetros de por medio para que se activen los mecanismos de la nostalgia, ese sentimiento que no funciona en las distancias cortas, en el día a día ni el cara a cara. Pasa como con las personas, si las tenemos cerca, cotidianas, pueden llegar a aburrirnos, pero que no se vayan lejos, que no se vuelvan inalcanzables, entonces…¡ay, cuántos recuerdos!

En realidad la tamborrada en sí tiene el mismo peso específico que un partido de la Real o unos fuegos artificiales en el mes de Agosto; son fiestas y nada más, pero en nuestra mano está dotarlas de significados especiales porque tenemos ganas de juerga, eso es todo, como si no hubiéramos tenido ya bastante con las reuniones familiares y comilonas de las –por fin- finiquitadas navidades. Y como fiesta popular que es, está “permitido” irse con los amigos, correrse una juerga en la sociedad pasando de la family y comer sin tiento y beber hasta reventar aporreando tambores, barriles o tablillas de los chinos y cantar y berrear hasta caer exhaustos porque la fiesta es así y punto. Igual que la fiesta esa en la que se lanzan toneladas de tomates unos a otros, aquí le damos al tambor caiga quien caiga porque es lo que toca –y nunca mejor dicho.

Yo tenía un amigo de Irún que ridiculizaba a los donostiarras y a la fiesta de la Tamborrada por considerarla ruidosa, pazguata y absurda. A él le emocionaba participar en el Alarde pegando tiros al aire, ¡vas a comparar! Así somos, lo de casa nos parece maravilloso y lo del vecino una payasada y en lo personal somos capaces de criticar en el otro aquello que defendemos como válido para uno mismo.

Pero volvamos a la Tamborrada. Si estás en medio de la fiesta –por ejemplo, participando activamente disfrazado de lo que toque en una “tamborrada oficial”-, acabas estragado de cansancio, de frío o de lluvia, de tiritonas y con los nervios a flor de piel y la cabeza como un bombo. Si participas de la fiesta colateralmente, lo usual es “ir a ver” a alguien que sale en una tamborrada y sacarle fotos con el móvil, puro en ristre o gintonic en vaso de plástico en la mano. Un rollo de aburrimiento, pero ya sabemos que al vasco le gusta desfilar y que le miren, eso es de toda la vida.

Luego están los de a pie, cuadrillas de amigos que se juntan aquí o allá, en sociedades, restaurantes o casas particulares para hacer lo mismo pero a cobijo; empezar a las nueve de la noche a comer y a beber y alcanzar la madrugada haciendo bises de todas las marchas de Sarriegui y alguna más. Lo mismo pero sin pasar frío.

Ir a la Plaza de la Constitución a ver las tamborradas en el estrado también está muy bien, yo también fui joven y comí bocatas y bebí kalimotxo cuando era lo que tocaba…

En definitiva: llegan estas fechas y cada vez tengo más ganas de quedarme caliente en casa y verlo todo en la tele con una copita de cava en la mano (como mucho). Es lo que tiene cumplir lustros en vez de años que la nostalgia nos parece mucho más bonita que la vivencia que la provoca. A ver si el año que viene me voy fuera de Donosti y me emociono a gusto escuchando –o tocando- la tamborrada.

En fin.

LaAlquimista

https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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