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Cecilia Casado

A partir de los 50

Familias “desestructuradas”

 

Hay que tener mucho cuidado con las palabras. A fuerza de repetirlas como loritos se puede acabar creyendo realmente en conceptos sin fundamento lógico alguno como si fueran auténticos dogmas. Es el caso –en mi opinión más que baqueteada en el tema familiar- de lo que se ha dado en llamar en los últimos tiempos una “familia desestructurada”.

Les dicen así a las familias nucleares en las que –casi siempre- los padres se han separado o divorciado arrastrando con ellos la estabilidad emocional y psicológica de los hijos hacia un pozo oscuro de aguas turbias. Es un término que alguien empezó a utilizar porque quedaba mejor que llamarlo por su nombre, porque una familia desestructurada no es otra cosa que un modelo de familia que la sociedad, la moral imperante e incluso algunos profesionales del ramo de la psique juzga y condena por sacar los pies del tiesto. Es decir, una familia “disfuncional”, que “no funciona como Dios manda”, siendo este un concepto discutible, ambiguo, subjetivo e injusto porque siempre estará supeditado a las normas, criterios y juicios (y prejuicios) de “ese Dios que manda”.

Sería tanto como decir que una empresa ha quedado desestructurada porque uno de sus directivos ha dimitido y ha sido sustituido por otro aparentemente más capaz; sería tanto como creer que un gobierno está desestructurado porque sus próceres o gobernantes tengan puntos de visión diferentes entre sí o que, más sencillo todavía, que la vida de cualquiera está desestructurada porque cambia de trabajo, de país, de pareja, de opinión ejerciendo la libertad que como individuo posee.

Estructurar significa según la RAE: “articular, distribuir, ordenar las partes de un conjunto”. Así que desestructurar significaría privarle a ese conjunto de sus cualidades básicas. ¿De verdad creemos que este concepto puede aplicarse con tino a las relaciones afectivas, a las raíces familiares?

Pero se utiliza, vaya que si se utiliza la palabreja (que ni siquiera está en el diccionario) para señalar con el dedo a quien se sale del tiesto. Como cuando me dijeron que yo había desestructurado mi familia al divorciarme; como cuando creemos que provenimos de una familia con tal sambenito porque no tenemos buena relación con alguno de sus componentes. Como los que piensan ingenuamente que no se reúnen todos por Navidad porque “la familia está desestructurada”.

¿Sabemos realmente lo que estamos diciendo? Igual es que volvemos unos cuantos lustros atrás para darles la razón a aquellos que determinaron sin consultar a nadie cuáles tenían que ser los “pilares de la sociedad” y le dieron el número de la suerte al concepto FAMILIA para que quedara bien claro que quien no se aviene al clan, quien se separa del meollo de la sociedad, quien “no tiene una” queda automáticamente “desestructurado” de la Sociedad.

Me ha costado mucho darme cuenta del engaño, de la estafa, de la inmensa falacia que es esto hasta que he llegado a la raíz profunda de la cuestión, que no es otro que el concepto de “familia cristiana” –religión que nos han inculcado mayoritariamente en la cultura occidental- en la que imperan valores como el respeto a la jerarquía y obediencia a los mayores (abuelos, padres, primogénitos), ayuda y colaboración mutua (extendiéndola hasta cualquier límite por injusto o ilógico que este sea) y aceptación sumisa de las normas que el Pater familias o en su defecto la Mater amatisima decida imponer.

Como es obvio en toda familia que se precie habrá alguien con la suficiente claridad mental y sentido común como para rebelarse ante esa “disciplina del amor” y echar a correr o acaso intentar negociar lo que con el tiempo comprenderá que es innegociable.

Las familias desestructuradas me parecen un lujo a día de hoy, entendiendo como tales aquellas que han conseguido romper la estructura férrea, oscurantista, egoísta, abusadora e indigna que podía mantenerlas unidas. Una familia en la que se pone freno a desmanes, abusos, injusticias, incoherencias. Una familia en la que sus componentes se revuelven contra quien marca normas dolorosas o realiza actos indignos y queda vacía o tan sólo llena de un desierto afectivo quizás tenga mucho más mérito que aquella otra que mantiene una estructura aparente a base de vigas carcomidas y puntales ocultos que –qué duda cabe- acabarán cayendo estrepitosamente cuando alguien tenga la suficiente valentía, claridad mental o fuerza para darle una patada y desestructurarla.

Así que no he aceptado que me contaran cuentos navideños de pena porque hay familias que no se juntan –ni se juntarán jamás- ni en esas fechas ni en otras. Me parece perfecto, coherente, sano y más que justo que las cosas estén claras y quien no se soporta ni se quiere, porque no hay ya ni respeto ni ilusión ni nada de nada, se desestructure cada uno a su conveniencia y busque proteger su salud psíquica alejándose de influencias que le resultan negativas.

Llego –por fin- a la conclusión de que mi familia de origen no está desestructurada sino con muy buena salud porque cada uno de sus miembros ha encontrado el camino vital que le es necesario sin doblegarse ya nunca más a la peregrina idea de formar “una familia como Dios manda”.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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