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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reconocer los errores

 

Vivo en un barrio popular cerca del estadio de fútbol, motivo por el cual los días de partido el “ambiente” se pone por las nubes y las hordas motorizadas invaden las calles buscando donde aparcar durante las dos horas del orgasmo/sufrimiento colectivo. Los vecinos que tenemos coche, pero no tenemos garaje, ya sabemos la que nos espera como no andemos listos. Creo que la Guardia Municipal tiene orden de hacer mayormente la vista gorda ante el caos de estacionamiento porque no habría grúas suficientes en todo el país para ir levantando los vehículos mal estacionados.

El caso es que la víspera de Reyes me tocó desesperarme buscando una plaza libre en mi zona de Residentes –pura ciencia ficción- en las horas previas al partido previsto. Encontré, gracias a mi ángel de la guarda, un sitio en la zona Residentes/Carga y Descarga, que me permitía aparcar sin pisotear el Código de Circulación durante las horas vespertinas, comenzando el tic tac a la mañana siguiente. Más feliz que unas pascuas me fui a mi casa intentando recordar que tenía que cambiar el coche de sitio a la hora del paseo matinal de mi perrillo: nada del otro mundo.

Pero ocurrió que dormí mal, me desperté tarde y para cuando llegué a donde estaba mi coche –arrastrando a Elur de la correa- me encontré con que ¡albricias! ya habían pasado por el lugar los Agentes de Movilidad de Tráfico –esos que van en coche “apatrullando” la ciudad- y me habían dejado en el parabrisas la “receta” correspondiente: 200€ por Infracción Grave.

¡Qué rabia, por dios, qué rabia! Para un día que me duermo me va a costar un pastizal –pensé. Pero como en el dorso de la denuncia ofrecían la posibilidad de presentar un Pliego de Alegaciones –alegando razones, digo yo- me volví a casa y me senté ante el ordenador intentando que mi facilidad de palabra (escrita) me permitiera pergeñar algún argumento válido para que me anularan la sanción impuesta.

Así que me puse a relatar y resumir el caos imperante en el barrio cada vez que hay un partido de fútbol o evento multitudinario, describí, intentando dar pena, la angustia de los vecinos que no podemos aparcar aunque nos vaya la vida en ello. Reconocí haber sido consciente de aparcar en la zona Residentes/Carga y Descarga y de que tenía que haber sido más rápida en retirar mi vehículo. Indiqué que podían mirar mi “ficha” y comprobar que no había incurrido en ninguna sanción, multa o infracción alguna en los últimos treinta años –vamos que no tenía “antecedentes”-. Sugerí que la calificación de Infracción Grave me parecía “exorbitada” y que siendo pensionista del sistema –con una pensión mínima de Autónomos- una multa de 100€ (importe bonificado si se paga dentro de plazo) me descalabraría el presupuesto mensual. Conté la verdad sin inventarme una “película” sobre si el coche estaba sin batería o si había tenido que ir a auxiliar a mi madre anciana. Con la verdad a todas partes, pensé.

Un mes después de intenso silencio administrativo me llega a casa, por correo certificado y con acuse de recibo, la ratificación de la sanción con las advertencias subsiguientes en caso de no hacer efectivo el pago de los 100€.

Me dediqué entonces a una exhaustiva búsqueda telefónica hasta llegar al departamento municipal correspondiente donde, tras esperas y desesperas, me atendió un señor quien, muy amablemente, localizó mi expediente y me informó de que figuraba como motivo de la alegación: “olvido” y que no era motivo suficiente.

La decisión la había tomado su jefe quien, obviamente, no estaba disponible para discutir y/o negociar telefónicamente con los ciudadanos infractores la Ley que corresponda. Para eso están los abogados y no era el caso.

Voy a esperar al último día hábil para pagar la multaza de marras, pero lo voy a hacer con la cabeza alta, -o quizás debería llevarla gacha- porque los errores hay que pagarlos para aprender en la vida y no es tanto 100€ a fin de cuentas –mi cesta de la compra de diez días- para recordarme la próxima vez que contra la Ley, el Orden, el Ayuntamiento y el Estado no hay alegaciones que valgan, ni consideraciones, eximentes, ni zarandajas varias.

Por lo menos tengo la vergüenza de no “hacerme la tonta”, todavía me queda cuarto y mitad de dignidad para reconocer que he hecho las cosas mal, la honradez de no echarle a nadie –o a un marido guapo- la culpa de mis errores y, sobre todo, el discernimiento para comprender que, afortunadamente, aquellos problemas que se solucionan con dinero son solucionables, muy solucionables y mucho solucionables, como diría el inefable “jefe de este país”. Y que de aquí a los próximos veinte años jamás aparcaré indebidamente ni cinco minutos “fuera del tiesto” que me corresponde. También lo voy a copiar cien veces –una por euro- para que no se me olvide.

En fin.

LaAlquimista

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Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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