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Cecilia Casado

A partir de los 50

Quejicas crónicos

 

Qué verdad es que existen personas que son adictas al sufrimiento y qué verdad es también que es ésta una situación en la que se puede uno instalar sin tomar conciencia de la propia realidad. Que uno acaba diciendo: “es que yo soy así” como si fuera una maldición la que pesa sobre la cabeza de quien habla y se convence de que no puede cambiar. Y cuando uno está convencido de algo ya sabemos que no hay razón ni látigo que lo doblegue.

Desde el típico “agonías” que siempre anda quejándose del trabajo, del jefe, de los compañeros, de los clientes, de las secretarias, de los ayudantes, de los proveedores y de todo aquel con quien tenga contacto en el desempeño de su labor profesional, hasta la típica “sufridora” que se pasa la vida corriendo de aquí para allá abasteciendo a su familia, realizando tareas de Hércules con la compra diaria y el menú del día para contar después todo lo que hace por los demás: por el marido enfermo, por los hijos atareados, por los hermanos necesitados, por los padres ancianos, por los nietos, por las amigas con problemas y que nunca tiene tiempo para dedicárselo a sí misma porque, a ver, qué más quisiera ella que poder estar un día enterito sin pensar en nadie más que en sí misma…

Aunque haya diagnósticos de “adicción al sufrimiento” –y otras patologías graves desde el punto de vista médico- yo prefiero llamarles “quejicas crónicos” porque parece que las penalidades por las que supuestamente atraviesan sirven para crear los cimientos de la queja sempiterna, ésa que irrita a los que viven cerca porque lleva una carga de profundidad adherida que no es otra que la culpabilidad inducida.

Recuerdo cuando atravesé una época mala tirando a malísima y no sabía ni por dónde me daba el viento. Tenía reproches acumulados para varias temporadas, la despensa emocional abarrotada de rabias y resquemores y, para colmo, estaba convencida de que el Universo en general y la Humanidad en particular me debían algo. En aquellos tiempos tuve pocos amigos: digamos que más bien huían de mi lado y supongo que era porque no aguantaban mi plañidera actitud. La familia como siempre bien, gracias.

Pero hubo quien se vio reflejado en mí y tuvo el valor –y la generosidad- de contarme su propia historia y hacerme ver que mi actitud quejicosa no me estaba favoreciendo ni me iba a ayudar así viviera doscientos años. Fui buena alumna, me bajé de mi burro particular y quise solucionar mis problemas –más que nada porque tenía al lado dos preciosas criaturas que no se merecían tener una madre negativa que les contagiase su eventual incapacidad de afrontar las circunstancias vitales que se habían instalado de puertas para adentro del domicilio familiar.

Una vez aprendida la lección no es que haya dejado de quejarme –o de manifestarme, como me gusta añadir- sino que la queja entiendo que es “mía” y como tal tengo que apañármelas con ella sin lanzarla encima de los demás como si fueran confetis en una fiesta de cumpleaños. A veces está bien largarse lejos y pegar cuatro gritos –aunque sea en el coche y con la música a tope- para que se alivien las entrañas de pena o disgusto. A veces hay que bucear en el silencio y dejar que aflore la miasma interior y que desaparezca. A veces hay que agarrar el toro por los cuernos y exponerse al zarandeo y a la eventual cornada. Cada quien descubrirá el método que mejor le cuadre.

Excepto los que seguirán quejándose hasta el fin de su tiempo sin ponerle remedio, excepto los que una y otra vez cantarán su cantinela: “Mira, es que a mí me pasa esto y nadie me comprende” o “Tengo un dolor que nadie sabe lo que es” o, el más patético de todos: “ Tú es que eres muy feliz y no sabes cuánto sufro yo” y ahí se quedarán, en esa adicción al sufrimiento que tanto “placer” da a quien la padece y tanto aleja a quienes trabajan para no caer en ninguna adicción.

En fin.

LaAlquimista

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Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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