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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reflexión del lunes. “Saber escuchar”

 

Nunca se es demasiado mayor para aprender aquellas cosas que se olvidaron de enseñarnos en la infancia, conceptos que si se obviaron por parte de los educadores de turno, seguramente fue porque no estaban suficientemente valorados en su momento. Ahí siguen muchos huecos que deberían estar llenos de empatía, solidaridad, respeto al prójimo, tolerancia ante el diferente y la capacidad de saber escuchar al otro.

¿Sabemos realmente escuchar –aunque digamos que sí- o esperamos ansiosamente a que se produzca un nanosegundo de silencio para introducir la cuña del discurso personal en el discurso de otra persona?

¿Por qué abunda tanto el tipo de personas que habla y habla sin parar sin darse cuenta de que acapara la atención y el protagonismo en una conversación?

¿Qué lleva al ser humano a considerar que lo que uno cuenta es más interesante que lo que pueda relatar otra persona?

Hay charlatanes y buenos conversadores, distingamos entre ellos. A los primeros no se les presta atención y a los segundos se les escucha atentamente. Así que la atención del “público” hay que ganársela, no basta con tomar la palabra –o quitársela al otro- como quien se sienta en la única silla disponible y dar rienda suelta a la verborrea personal.

¿Son quizás las personas que pasan mucho tiempo solas y a las que les falta interlocutores las que dan “la paliza” en cuanto encuentran una “oreja afable”?

¿Adolecemos de la capacidad de escuchar al otro porque nosotros mismos necesitamos que se nos escuche primero?

Demasiadas preguntas para una situación cotidiana que es molesta, repetitiva y francamente insoportable. Porque a fin de cuentas, en el habla humana están incluidas las dos posibilidades, las dos fuerzas: la de hablar y la de escuchar. ¿Quiénes hablan solos? Los locos. Aunque ahora no haya rubor en ir parloteando por la calle a un pinganillo que no siempre está a la vista y que me sigue chirriando porque busco con la vista al interlocutor invisible.

Me precio de saber escuchar porque tomé conciencia de que esa aparente virtud abría a su vez la puerta de la escucha activa y de una afable correspondencia por parte de los demás. Sin embargo –y cada vez con más frecuencia- me encuentro ante personas que detectan mi buena disposición y se aprovechan de ella porque toda la vida lo han hecho así; son los charlatanes irredentos o los insoportables verborreicos.

Son personas amables, amigas de sus amigos, simpáticas, de buen corazón… pero que “dan la paliza” sin remedio a quien se le ponga delante. Hablan y hablan de lo que sea, cuentan historias presentes o pasadas que poco o nada interesan –casi siempre de gente desconocida para el “interlocutor”- y quien está delante, por educación, no se atreve a interrumpir para decir: “Pero, ¡qué me cuentas, qué me importa a mí esa historia…!” Y, si hay un resquicio mínimo para meter baza –por ejemplo, cuando encienden un cigarrillo o dan un trago a su cocacola- y se desliza con sibilina intención un posible cambio de tercio, la reacción es contundente: hacen como que no han oído y retoman el hilo de su discurso o filípica como si fueran depositarios de la palabra infinita en la gran palestra imaginaria del universo. Deben de copiar el modelo de algunos políticos…

Entonces es cuando me planteo si además de saber escuchar no deberían habernos enseñado también a saber hablar.

Cada vez que me alcanza esta situación me voy quedando más callada; al principio, escucho, pero a la vuelta de un cuarto de hora –como máximo- me voy diluyendo en mi propio pensamiento, abandono el cuerpo físico y doy tranquilamente una vuelta por los insondables –y más amables- recovecos de la propia imaginación, me ausento dejando en el sitio la sonrisa aquiescente y la foto fija de quien está escuchando educadamente. A veces consigo con esta actitud que me digan: “¡Qué callada estás!” –en cuyo caso tengo la oportunidad de actuar en defensa propia- y en otras ocasiones –las más- mi “interlocutor” sigue con su rollo aburrido y enervante hasta que nuestros caminos se separan.

En esas ocasiones en las que he soportado una “chapa” de tamaño superior es en las que me dan ganas de hablar sola, gritar, desahogar el silencio impuesto y clamar por la falta de lo que sea que he tenido que soportar. Y cuando me calmo, reflexiono sobre las veces –contundentes- en que yo habré soltado mi discurso aburriendo al que estaba enfrente…

En fin.

LaAlquimista

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** Marc Chagall

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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