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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reflexión del lunes “Circunstancias”

 

Una cree que es dueña de sus actos, que sujeta con uñas y dientes los hilos de la propia biografía en un ejercicio de impostada libertad hasta que un buen día se da de bruces con las famosas “circunstancias”. Y todo cambia. Se tuercen los renglones que creíamos haber escrito para el propio destino y comienzan a llover piedras como en esas pesadillas en las que nos salvamos en el último instante de morir aplastados por un edificio que cae a nuestro paso.

Las circunstancias. Un paradigma de excusas salvables y de justificaciones universales. Las enarbolamos como escudo –la mayoría de las veces para protegernos de ese pepito grillo que no ceja en su protesta desde algún recoveco de la mente o del alma- para que los demás comprendan los porqués de nuestros actos, para que se apiaden de nosotros de alguna manera cuando hemos tirado la propia vida o parte de ella por la borda. Las circunstancias. Ésas que hacen cobarde a quien nunca pensó que lo sería, ésas que paralizan la parte del cerebro que todavía debería luchar para sobrevivir.

¿Quién inventó las circunstancias? ¿Son acaso un eufemismo para enmascarar la opinión ajena o –peor aún- los dictados de la voluntad del prójimo?

Como el que se quejaba amargamente de que “las circunstancias” no le habían permitido estudiar como habría querido debido a la voluntad familiar inapelable de poner a trabajar a un chaval de dieciséis años, y no precisamente por ayudar al sostenimiento de la familia. ¿Inapelable? Lo mismo se podía trabajar y estudiar a la vez, pero claro, hay que ser fuerte, valiente y tener tesón para salvar esas circunstancias adversas.

¿Son las circunstancias las que obligan a una mujer –y puede que también a un hombre- a seguir enredada en una relación de pareja asfixiante por el hecho de tener dos hijos adolescentes? ¿Son “circunstanciales” esos hijos o la madre de todas las excusas para no luchar por recuperar el control de la propia vida?

Una circunstancia es algo pasajero, eventual en el tiempo y en el espacio, altera el estado de las cosas o de las personas, pero no tiene cualidad de durabilidad…excepto que le demos esa carta de naturaleza por pensar que la llave de la cadena se ha perdido en vez de darnos cuenta de que la tenemos en el propio  bolsillo (mental o emocional).

Viene esta reflexión a santo de la larguísima conversación –también circunstancial- que mantuve con una amiga acerca de cuánto, cómo y por qué las “circunstancias familiares” o del entorno social habían condicionado nuestro propio desarrollo como personas.

Concluimos sin fisuras que todas las circunstancias pueden ser modificables –soslayando las excepciones dramáticas- contando con la voluntad de cambio del sujeto. Y se nos ocurrían muchos ejemplos: la mujer que se ha quedado supeditada al marido, el hijo que tiene que rebelarse contra los padres, el trabajador que debe enfrentarse a superiores indignos, el ciudadano que elige  no agachar la cabeza ante eventuales desmanes tolerados socialmente…

Somos hijos de nuestro tiempo y de una parecidísima cultura, es decir, carne de cañón para el “borreguismo” y la alienación mental, y si no nos tomamos en serio el hecho de recapacitar acerca de esas malditascircunstancias que en algún momento ponen en riesgo nuestro equilibrio emocional y entorpecen la buena salud, lo más probable es que se nos escape de las manos la caña que sujeta el pez y nos quedemos sin pescado, sin caña y sin ilusión para volver a “salir de pesca”.

Porque la vida no hace distingos y reparte de forma aleatoria tanto la suerte como las circunstancias y el que se queda pasmado con lo que le ha tocado sin plantearse que podría aspirar a algo que le cuadrara mejor…mal lo tiene. Son esas personas que dejan que sean los demás los que deciden por ellos, los que aceptan criterios ajenos sin pasarlos por el tamiz de la reflexión, quienes se dejan llevar por los otros en un alarde absurdo de conformidad o aceptación sumisa, como si fuera un valor humano no cuestionar, no preguntarse el porqué de las cosas… y protestar.

Mis hijas han decidido vivir sus vidas a muchos kilómetros de donde nacieron y que es donde sigo viviendo. Esa circunstancia no me arrastra más allá que el placer por visitarlas de vez en cuando, hacer turismo, cambiar de decorado mi vida y sentir que sigo siendo dueña de mis actos en todo momento. A fin de cuentas ellas han elegido sus “circunstancias vitales” y yo las mías…

En fin.

LaAlquimista

https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Fotografía: Amanda Arrou-tea

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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