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Cecilia Casado

A partir de los 50

Madres, abuelas y viceversa

Tengo dos hijas y una nieta que son las niñas de mis ojos y la alegrí­a de mi corazón. Por las mismas razones que otros jóvenes han tenido que alejarse de sus raí­ces amorosas, ellas han buscado y encontrado su camino vital lejos del txoko que las vio nacer; son emigrantes, inmigrantes, “exiliadas” o cualquier otro eufemismo que uno quiera aplicar para no llamar a las cosas por su nombre. Una vive en México y la otra en Alemania habiendo formado sendas familias.

Así­ las cosas, cuando podemos juntarnos en un amoroso totum revolutum de melenas largas y faldas cortas (ellas más que yo, por supuesto) mi casa , que sigue siendo “su”  casa,  se convierte en un auténtico hervidero de emociones, risas, juguetes por los suelos y vasos llenos de brindis por limpiar. Es el “caos” de las vacaciones en familia, ese tiempo que -dicen- es feliz mientras se lo espera y feliz también cuando se acaba.

Dicen -cuentan- algunas madres y abuelas que conozco que cuando viene la familia ausente a pasar sus vacaciones las rutinas se ponen patas arriba en detrimento de la “jefa” de la casa. Es decir: compra diaria con desembolso sorprendente, meterse entre fogones como en los viejos tiempos, fregar, ordenar, recoger, lavar, tender, limpiar y trajinar todo el dí­a con un mudo lamento y una callada resignación. Se les ama, se les añora, se les cuida, pero cansan que es un horror. Eso dicen y cuentan algunas comadres que conozco.

Ahora me ha tocado a mí­ y tengo datos para opinar. Que todos los hijos son diferentes es un hecho indiscutible y que todas las que hemos sido hijas y después madres (lo de abuelas es opcional) mantenemos relaciones muy sui generis con nuestros retoños es otro hecho incontrovertible. Hay madres que esperan que sus hijos las cuiden y otras que, ya en una edad más que provecta, siguen cuidando de sus retoños como en aquella infancia que vuelve durante unas semanas en las que los roles se confunden, se entremezclan y se “lían” sin poderlo evitar.

Mi hija mayor es madre de su pequeñina y a la vez es hija mí­a: una dualidad imposible de sostener el equilibrio mí­nimo necesario. Mi hija pequeña se transforma de nuevo en “la niña” cuando me visita y y…  ya no sé si soy madre, abuela ni dónde se ha ido la bloguera independiente que acostumbro a ser cuando no hay ni risas ni llantos pintando las paredes de la casa.

Abomino de los padres y abuelos que se quejan con denodado í­mpetu cada vez que reciben la visita de sus hijos y nietos; me rechinan las quejas sobre el trabajo extra, el gasto extra y el jolgorio extra. Pienso y siento que si tanto les molesta que ellos, los hijos adultos inviertan, gasten o regalen su tiempo de vacaciones visitando a los padres/abuelos, que les digan lisa y llanamente que no vengan, que se vayan a Disneyworld con sus niños o se alquilen un apartamento en una playa abarrotada. Que no finjan que se alegran de recibirlos si luego andan contando por las esquinas que, en el fondo, es un cansancio y un estorbo y que están “contentos cuando llegan, pero alegres y felices cuando se van”.

La vida es tan corta, los hijos se han ido tan lejos, los nietos crecen sin escuchar las nanas y viejas historias de los abuelos… que siento que estas semanas compartidas con todas mis niñas son lo mejor de todo el año; mejor que los viajes, mejor que las fiestas, mejor incluso que los silencios tranquilos leyendo un buen libro con mi perrillo a mis pies.

Mirando a mi hija volver a ser niña y compartir un cuento con su bebita de veinte meses me ha llenado de la profunda – y efí­mera- felicidad de sentir que algo hice bien en algún momento de hace más de treinta años. Y mi nietecita, ese ángel/pajarito de ojos vivaces, cabello rubio y corazón inocente me transmite con tan sólo una intensa sonrisa una corriente de amor y cariño que no tengo palabras para explicarlo…

Mirando a mis niñas jugar entre sí­, hacer tonterí­as, tirarse por el suelo, las grandes y la pequeñita, me ha provocado el deseo inmenso de mezclarme con ellas, volver a ser niña yo también y dejarme de tanta tonteria absurda de quejas por el “trabajo” de ser madre y abuela.

Y a los/las quejicas… ¡que no os falten nunca!

En fin.

LaAlquimista

https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50

 

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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