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Cecilia Casado

A partir de los 50

Aprendizajes de urgencia. Evitar reproches

Es el título de este post un título con trampa, porque según cómo lo interprete el lector o lectora estará marcando la línea del subsiguiente razonamiento. Es decir: si al leer “evitar los reproches” se ha pensado en “cómo escaparse de los reproches ajenos”, no será lo mismo –evidentemente- si la interpretación ha sido “cómo puedo dejar de hacer reproches a los demás”.
Así las cosas, queda claro que cada uno tiene libertad de contar la feria según le va en ella. Y servidora, en el afán de “mojarse”, va a tirar hacia la segunda posibilidad porque la primera la tengo en vías de superación desde hace ya bastante tiempo gracias a una cuidada y fortalecida autoestima.
Sin embargo, lo de dejar de hacer reproches a los demás… me sigue costando Dios y ayuda. Sobre todo cuando estoy convencida de que “tengo razón” y mi corazón me empuja a reclamar lo que considero que es mío dándole patente de corso a mi mente sobre las consideraciones de los demás.
Lo que sí tengo claro acerca de los reproches es que son una “herramienta” que siempre, siempre, rasguña, rompe, raja, hiere y lo deja todo hecho un asco, irrecuperable incluso. Hacer un reproche es la mejor manera que existe de deteriorar relaciones, perder amistades, provocar daño innecesario y no recoger más beneficio que un malestar interno difícil de soslayar.
¿Hasta qué punto es únicamente el ego herido el que quiere hablar por la boca cuando se verbaliza el reproche? El ego. El monstruo ese… que tan a menudo se cuela en el camino del corazón hasta la mente –o viceversa- y destruye a su paso lo mejor de nuestra esencia si no somos precavidos. El ego. Que sitúa  nuestros pensamientos por encima de los de los demás y los minimiza de forma autoritaria, quitándoles sentido, poder, derechos…
Para evitar hacer reproches a los demás, para evitar hacer y hacerme daño en una innecesaria declaración de guerra que nadie me ha solicitado, no he encontrado más que un método que sea efectivo: darme la media hora de seguridad, que a veces se convierte en días. Cuando estoy hirviendo por dentro de ganas de “dar la charla” a quien creo que me está provocando con su actitud o su desapego o su falta de consideración, me doy (me obligo más bien) media hora de silencio, de introspección de obligado cumplimiento y apago el fuego para que mi mente deje de estar en ebullición.
Una vez calmada –o casi- ya puedo hacer frente a mis demonios internos con más tranquilidad. Y entonces es cuando me voy dando cuenta de que hacer reproches a los demás causa en ellos el mismo efecto que causan en mí cuando me los dirigen: rabia, distanciamiento y decepción.
Por lo que no me queda otra, en un ejercicio de sana inteligencia, que no provocar en los demás emociones negativas que los alejen de mi cariño. Sobre todo cuando quiero a esas personas y además puede que hasta las necesite afectivamente.
Cuando he estado esperando algo que no ha llegado, intento amoldarme a la situación poniéndome en los zapatos del otro y dejando un margen para sus propias razones en vez de ocupar todo el espacio con las mías.
A veces lo consigo; otras sigo refunfuñando conmigo misma.
Felices los felices.
LaAlquimista
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Por si alguien desea contactar:
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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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