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Cecilia Casado

A partir de los 50

Todos queremos tener razón

Todos sabemos de personas que no soportan no tener razón en lo que piensan, dicen o hacen y se enfadan si alguien se atreve a llevarles la contraria; tienen preparado el comodín del “respeto” para intentar frenar una opinión divergente. Sí, esas personas que si, un suponer, les comentas –por la confianza relacional habitual- “oye, ¿no te parece que estás siendo muy duro con tu manera de actuar? o ¿ya has reflexionado sobre las consecuencias de la decisión que vas a tomar”? se ponen furiosas como un basilisco y cierran las puertas al diálogo con un lapidario: “no me faltes al respeto”.

¿Es faltar al respeto intentar ayudar a un amigo, a un hermano, a tu pareja incluso cuando es manifiesto que está perdiendo los papeles y tomando decisiones cuyas consecuencias pueden ser gravísimas? ¿Es faltar al respeto opinar desde el corazón porque ves “desde fuera” el posible error y los daños colaterales? Dejando bien claro que cada uno es dueño absoluto de sus actos, pero ¿acaso la cercanía y el cariño no se alimenta también de esas ayudas bienintencionadas?

Ya he conocido a unas cuantas personas inflexibles, que no atienden a más razones que las suyas propias, y, cuando me he topado con ellas, perdida la batalla de antemano, he procurado apartarme de su camino, no por entender que la verdad esté de mi lado y me ampare y proteja sino porque no me resulta beneficioso situarme en el radio de acción de quien valora mi amistad o mi compañía en función de la aquiescencia que yo dé a sus ideas o acciones. Es decir: el tristemente famoso “o estás conmigo o contra mí”.

Así pues valoro la relación que acepta la diferencia, me descubro ante quien tiene paciencia con mis errores y no los utiliza como armas arrojadizas para apuntarse un tanto de ventaja y sobre todo amo a las personas que son capaces de reconocer sus faltas como yo he aprendido –mal que bien- a confesar las mías.

Cuando creemos tener razón no sirve de nada intentar imponer el criterio personal al otro, ni convencerle con argumentos racionales o de claridad meridiana puesto que esa misma lucidez que alumbra nuestro pensamiento se extiende al suyo para darle también su parte de razón y valor de ser. Como si de un juego de ping-pong dialéctico se tratara, la pelota va a ir veloz de un argumento al otro fatigando a los jugadores y haciendo que se desperdicie la energía vital en ganar una  pequeña partida que se premia con la humillación ajena y el ensalzamiento propio.

No vale la pena, nunca ha valido la pena y lo sabemos, pero el orgullo gana demasiadas veces ese pulso estúpido que mantenemos con nosotros mismos, nuestro amor propio contra nuestra dignidad y al final confundimos el uno con la otra. Son victorias pírricas.

Mejor dejar a los demás que sigan con sus razones aunque no quieran atender a razones. Somos todos muy dueños. Pero luego no podemos ir llorando si las cosas salen mal.

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

*** “Los amantes” René Magritte.

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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