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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cómo agotarse intentando ayudar

agotamiento

 

Agotada: este es el adjetivo calificativo que define al milímetro mi vida desde las últimas Navidades hasta la pasada Semana Santa. Tres meses (y un pico) en los que mi vida ha basculado entre la angustia y el cansancio, al borde de un incierto precipicio a ratos, en el páramo de la incomprensión la mayoría del tiempo, para acabar estrellándose, por agotamiento, ya digo, contra el muro de la inanidad.

Ocurrió una mañana fría de diciembre cuando una circunstancia inesperada y desesperada llamó a mi puerta pidiendo ayuda y acogimiento. La circunstancia venía vestida con falda corta y pena muy larga, arrastrando veinte años de altibajos emocionales y, por unirnos una relación de cariño, no fui capaz de hacer otra cosa que abrir los brazos y ofrecerle entrar a mi casa y a mi vida.

Los motivos por los que una madre es capaz de “invitar” a su propia hija a abandonar el hogar familiar me son extraños y escapan a mi entendimiento emocional. Como madre por partida doble que soy, siempre he encarado la maternidad desde la perspectiva del amor y la responsabilidad, y aunque sé que a veces los hijos traen bajo el brazo problemas en vez de un pan, jamás me he sentido desbordada por los “efectos colaterales” de mi libre decisión de ser madre.

Como persona humana que soy con muchos defectos y errores a cuestas, me voy a privar de emitir juicio alguno contra quien dejó en la calle a una joven sin más protección que la que da una mano delante y mucho dolor detrás.

Han sido estos meses duros tirando a durísimos, tanto para ella, (vamos a llamarla “F”), como para mí que la he acompañado. Las personas de mi círculo próximo conocen las circunstancias que han rodeado esta anómala situación y a las del círculo meramente lector básteles con saber que esto es algo que le puede ocurrir a cualquiera; o que la vida nos pone a prueba para que crezcamos un poco más todavía. No lo sé.

Lo que sí sé es que, por querer hacer las cosas bien, he perdido el sueño, el equilibrio y casi hasta la paciencia. Como bien me indicaba mi hija pequeña: “Tú eres una alquimista, te toca demostrarlo otra vez”. Y a eso me he aplicado. A eso y a acallar la angustia de las noches pensando en el futuro de “F” pisoteado ya desde el presente por la brusca ruptura de su entorno protector. Dándole mil y una vueltas a la cabeza intentando colegir cuál podría ser la mejor opción –la que no le hiciera daño a ella- para recomponer el puzzle roto y desperdigado de una joven con la salud quebrantada y el estado anímico y psíquico por los suelos.

Desde mi rol de “salvadora” de una presunta “víctima” frente a los también presuntos “verdugos” –a saber: la madre de “F” y su padrastro-, la perspectiva ha estado envuelta por las brumas de su situación familiar desconocida para mí, ya que la gente suele lavar la ropa sucia en casa para evitar habladurías y condenas, pero ya desde el primer momento en que “F” entró en mi casa con lo puesto supe que me estaba introduciendo en una ciénaga de la que –con muchísima suerte- lograría salir, aunque muy dañada y con mucho “barro” sobre mi persona.

¿Qué se puede hacer si alguien a quien se quiere llama a tu puerta pidiendo ayuda? ¿Desentenderse y dejar “que se maten” entre ellos? ¿Hacer de árbitro no contratado o de abogado del diablo? ¿Mirar para otro lado y luego criticar por detrás?

Poco nos gusta meternos en camisa de once varas ni en la vida de los demás; sobre todo, en cosas familiares de familias ajenas. Pero a mí me ha tocado y he hecho lo que mi corazón me dictó, aunque mi mente me avisaba con alarma estridente de que podría correr un grave riesgo de consecuencias poco halagüeñas, como así ha sido para mi desgracia, puesto que la madre de “F” con la que tenía una relación estrecha se ha revuelto contra mí “por meterme donde no me llaman” y me describe con cuernos y rabo. Pero el caso es que sí que me habían llamado.

 Sin embargo, resulta que he llegado a una edad en la que ya ni me planteo escurrir el bulto cuando me piden ayuda; he llegado a una edad en la que ya sé cuáles son los valores humanos que quiero abrazar y cuáles no deseo profanar. Equivocada o con acierto, esta es la que soy y asumo con toda la humildad que me es posible las consecuencias de mis actos.

Ahí quedan esos tres meses dedicados a ayudar a “F” y hacer que su vida fuera un poco más sosegada, en un entorno sin gritos, broncas, ni malos rollos familiares. Elur y yo la hemos acogido en casa sin hacer alharacas, porque es natural ayudarse entre humanos si las circunstancias lo demandan. Ahí quedan esos tres meses de charlas y silencios, un tiempo de búsqueda para ella–y espero que de hallazgo-, unas semanas de transición haciendo de trampolín para su salto a la vida, esa vida de la que tan solo ella es responsable. Un tiempo para la reflexión, la autocrítica y la inevitable toma de responsabilidad. Que tengas mucha suerte, “F”, en tu nuevo camino y que la paz que hemos compartido se alargue hasta el infinito y más allá.

Ahora me toca a mí…recuperar mi espacio, mi calma y mi silencio e intentar comprender que aunque las decisiones humanas pueden parecer incorrectas a ojos ajenos, quien las toma desde su corazón o desde sus tripas, bien sabe lo que está haciendo… para bien o para mal.

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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