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Cecilia Casado

A partir de los 50

Dejarse ayudar…o no

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Estuve convencida durante muchísimos años de que uno de los mayores privilegios de los que podía disfrutar el ser humano era el de la ayuda ajena. Sintiéndome parte de una especie de “tribu ecuménica” creía que las familias cuyos componentes se ayudaban unos a otros eran el primer peldaño de uno de los más altos valores humanos: la solidaridad.

La educación recibida llevaba implícita la “ayuda al otro” a través de la caridad y la limosna. Que fuera cuestión de justicia social tuve que crecer mucho para darme cuenta de ello. Pero en el contexto del que hablo se veía normal contribuir económicamente con el que menos tenía –o menos podía. Y no era poco.

Pero ese otro tipo de ayuda basada en la empatía, la comprensión o el simple cariño no consiguió hacerse sitio en la idea genérica de “ayudar al otro”. Entre nosotros tampoco nos ayudábamos, excepto en los temas económicos, pero para la auténtica solidaridad emocional siempre existieron barreras espinosas y muros de hormigón.

Reconozco que esa carencia que padecí me marcó en los comienzos de la vida adulta, ya que cuando veía que alguien necesitaba ayuda, allá que me ofrecía “para lo que fuera menester” obteniendo la mayoría de las veces amables negativas cuando no férreo rechazo. Y ahí es donde tomé conciencia de que primero había que preguntar para poder comprender y, de paso, acallar ese instinto de “salvadora” que debió de surgir según la fórmula infalible de: “De aquellos polvos, estos lodos”.

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Preguntando de buena manera y escuchando atentamente, he llegado a las siguientes (inseguras) conclusiones:

       . La gente que no pide ayuda es porque no quiere que le ayuden.

  • La gente que necesita ayuda no siempre se atreve a pedirla.
  • La gente que se atreve a pedir ayuda corre muchos riesgos.
  •  1) Que se la ofrezcan de manera inadecuada.
  •  2) Que les estén dando la tabarra continuamente.
  •  3) Que luego les pasen la factura.

También están los que prefieren lamerse ellos solos las heridas porque no sienten ese sentido de pertenencia a una comunidad que les podría ayudar y además piensan que se van a burlar de ellos o que solicitar ayuda va a ser contemplado como una muestra de debilidad. Por exceso de (incierta) seguridad en sí mismos o por falta (cierta) de confianza en el prójimo.

Luego está quien viene a llamar a la puerta con un (serio) problema y no quiere más ayuda y colaboración ajena que el hecho de SER ESCUCHADO, que se le permita el desahogo que le atenaza el alma y poco más. En realidad, de alguna manera, trasvasa su congoja a su amigo y luego él se va más tranquilo a su casa; algo así como lo que se hace con quienes cobran por escuchar cuitas ajenas…pero gratis.

Cuando me encuentro en esa situación de “escucha silenciosa”, procuro que quede la situación clara de antemano. -“¿Qué es lo que necesitas? ¿Tan sólo que te escuche y no opine ni sugiera ni aconseje nada?”

Porque puede ocurrir que igual en ese momento no tengo yo las fuerzas como para cargar con lastres ajenos y le digo que no, que eso no es pedir ayuda, sino “vomitar” emociones mal digeridas o problemas mal gestionados.

Ahora soy muy consciente de cuando ha ocurrido al revés; cuando le he pedido permiso a una persona amiga para contarle mis cuitas y, recibiéndolo, paso a la exposición de las mismas. Hablo y hablo y, al final recibo… silencio. Entonces, me quedo un poco pasmada, vamos, esperando algo, una reacción, un poco de empatía, no sé, lo normal en estos casos…y al preguntar: -“¿Qué, no vas a decir nada?” y recibir como respuesta un: -“¿Y qué quieres que te diga?” se me viene el mundo encima por tonta –una vez más- porque es entonces cuando me doy cuenta de que he ido a pedir ayuda a la típica persona que NUNCA pide ayuda (ni consejo, opinión o sugerencia) a los demás.

Y, claro, nadie da lo que no tiene, léase empatía, generosidad o simplemente la amabilidad mínima como para dar un abrazo y regalar un simple: -“No te preocupes, todo se arreglará, ya verás, cuenta conmigo siempre que necesites desahogarte”.

Así que, entre los que no dan porque no tienen, los que no piden porque no saben recibir y los que no reciben porque no quieren pedir…andamos cada cual con nuestros problemas a cuestas, a trompicones y más que infelices la mayoría de las veces.

Y nos sentimos solos, rematadamente solos…

Felices los felices, sobre todo los que dan ayuda, la piden y la saben recibir.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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