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Cecilia Casado

A partir de los 50

Darle la vuelta al mal humor

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*** Little Mermaid.  www.amandaarroutea.com/

Cuando hay mil motivos para celebrar la vida porque se vive en un campo sin vallas, con todas las posibilidades inexploradas y no duele –todavía- nada, lo habitual es estar de buen humor casi todo el tiempo. De ahí los niños contentos y alegres cometiendo sus encantadoras tropelías infantiles; de ahí también la juventud recién estrenada sin más horizonte que la diversión y alguna que otra obligación académica. Las tribulaciones se limitan a dejar bien cerrada la puerta del frigorífico, no a llenarlo de viandas con el sudor de la frente.

Luego los años pasan de cinco en cinco, de diez en diez, como los trenes de cercanías, y para cuando uno se apercibe –o para cuando te lo hacen notar los hijos, los nietos o los espejos- uno se descubre levantándose por las mañanas en una tierra de nadie donde impera el mal humor al igual que las hormigas viven entre la hierba del jardín. Una especie de irreversible maldición de la naturaleza humana. Y todo comienza a molestar.

Las motos de madrugada, el portazo de los vecinos, las bicis por la acera, los chavales que ponen los pies en el asiento de enfrente en el autobús, el que se intenta colar con cara de inocente en la pescadería, los buzones vomitando propaganda, las llamadas de identificación oculta, los mensajes tontos en los grupos de WhatsApp, la tele de al lado a la hora de la siesta, las colillas podridas en un cenicero sucio, las cacas de los perros a la salida del portal, el compañero de trabajo que no tiene nada mejor que hacer que darte palique cuando andas agobiado, el qué pongo para cenar o qué me pongo para salir. Todo. O casi todo.

Entonces es el momento –y esto es lo más duro- de tascar el freno y pararse a pensar. Hay que reflexionar cuando uno se da cuenta de que se pasa la mayor parte del tiempo malhumorado por cosas que antes ni tan siquiera se llegaban a percibir, por hechos fútiles que en otro tiempo no traspasaban la frontera del corazón ni del entendimiento.  La única solución posible es, llegados a ese extremo, “jubilarse” y recomenzar la vida desde el anterior punto y aparte, escribir el último párrafo volviendo al buen humor de cuando los cinco años. Todo es cuestión de intentarlo.

Pero no es fácil. Sé por experiencia lo que es estar “casi” permanentemente de una especie de “humor desangelado” que vive agazapado detrás de las sonrisas. Porque uno siempre espera que la vida cambie (a mejor), que lo que se ha caído se vuelva a poner (por arte de magia) en su sitio, que lo que se hizo añicos se restaure con un pegamento que está todavía por inventar.

Pasé por ese país y juré no volverlo a visitar jamás. Quemé el visado que me daba acceso a ese espacio malhumorado en el que la gente se queja sin pausa y con mucha prisa, di un fuerte portazo dejando atrás el pataleo inútil, el juicio contrariado, el gesto adusto mal disimulado. Decidí intentarlo…y en ello estoy todavía. Así que me fui por ahí, donde el corazón cansado me llevara y hasta donde los pasos –más cansados todavía- me aguantaran.

La sorpresa fue enorme. Y buenísima. Hay mucha gente haciendo el mismo camino y todos nos reconocemos en la esperanza. Os animo a probarlo.

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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