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Cecilia Casado

A partir de los 50

En boca cerrada…

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Cuantas veces he hablado más de la cuenta y no he estado rápida en morderme la lengua a tiempo, lo he pagado. Y digo que lo he pagado no porque sea consecuente con mis meteduras de pata sino porque siempre hay alguien vigilando que se da cuenta y te pone una cruz en el sitio donde se ponen las cruces para pasarte luego las facturas por lenguaraz.

Hace no demasiado hice un comentario en público sobre un personaje público que parece que no sentó bien en cierto ámbito privado: pues ya me ha llegado la factura. Aristóteles sigue estando vigente: “El hombre es esclavo de sus palabras y dueño de su silencio”.

¿Ya somos conscientes de todo lo que hablamos sin tener necesidad alguna? ¡Qué derroche de palabras, qué verborrea incontenible, tan sólo para acaparar la atención incluso del más humilde de los auditorios!

Cuando me toca aguantar –literalmente- a esas personas que irrumpen en un grupo y toman la palabra como si fueran caudillos agarrando su estandarte y cuentan y cuentan y hablan y hablan únicamente de sí mismas, sin puntos y aparte ni espacios de dos segundos para que alguien más pueda meter una cuña, cuando he estado en esa tesitura de “escuchante a la fuerza”, me he dado cuenta de que me desconecto, dejo de prestar atención como un acto voluntario, pero ¡ojo! no porque no me interese el tema sino porque me fastidia enormemente cuando se abduce al personal con el típico “cállate tú, para que hable yo”.

Mi reto ahora es hablar lo justo y no sé si me dará tiempo en esta vida a conseguirlo. Porque he crecido en una sociedad en la que se gritaba para así querer tener razón, porque sigo viviendo en un mundo en el que lo bien visto es callarle la boca al otro sin más argumento que tapársela a lo bestia. Prueba de ello son los muchos programas televisivos donde la gracia –alentada y espoleada por los guionistas- reside en interrumpir, cacarear y dejar al prójimo por tonto del haba a base de decirle que no tiene razón con muchos decibelios de por medio. Luego, en maquillaje, dejan de fingir que no son amigos y se van juntos a tomar unas cañas; puro teatro para dar su ración de morralla al público que está en sus casas, callado, viéndoles en silencio.

Me he quedado sin algunas amistades –que no quisieron o no pudieron comprenderme- cuando hablé más de la cuenta. Por ejemplo, en esa “supuesta lealtad” de contarle a alguien algo gravísimo que está pasando a sus espaldas: el típico “todo el mundo lo sabía menos la persona interesada”, que conlleva el peligro de que “maten al mensajero” por el expeditivo sistema de no querer hacer frente a una realidad que puede resultar muy desagradable.

He pagado precios por creer que valía la pena ser “leal” a alguien apoyando con mis palabras su actitud para encontrarme, a la vuelta de poco tiempo, con que el sentido de mis frases había sido malinterpretado aposta y de repente me veía colocada en el nada amable podio de las personas “non gratas”. Por hablar más de la cuenta. Y por intentar hacer lo mejor posible desde lo que yo entiendo por  honestidad.

Pero la vida es así y los humanos somos así: no tenemos remedio. Lo único bueno es que a fuerza de coscorrones (por no decir otra cosa) se ha ido haciendo callo y si volvemos a meter la pata y hablamos más de la cuenta, duelen mucho menos las consecuencias.

Sigamos aprendiendo.

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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