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Cecilia Casado

A partir de los 50

La risa, la gran aliada


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La risa, esa gran aliada emocional, bálsamo de tristezas, anuncio entre líneas de la esencia humana. La risa, hoy en día, esa gran desconocida porque… ¿qué motivos tenemos los humanos para reír de manera espontánea y natural?

Cuando pienso en la risa siempre me acuerdo de mi abuelo Martin, un hombre cabal del que jamás escuché la risa, por lo menos en mi presencia. Solía amagar una media sonrisilla irónica cuando algo le producía un poco de tembleque emocional, pero de ahí a soltar una carcajada siempre anduvo muy lejos. Y como él no se reía, siendo como era el pater familias de las temporadas que pasé con mis abuelos maternos, ni mi abuela ni mi tía que completaban el elenco de esa rama familiar se atrevían a hacerlo en su presencia. Ni yo tampoco, a cierta edad una se mimetiza con el entorno si quiere evitar problemas.

Así que consideré la risa como un género cinematográfico; es decir, había películas “de risa” como había películas “de vaqueros” o “de amor” o “de miedo”. Todo muy cuadriculado y controlado para no reír fuera del tiesto.

El problema es que a mí la risa me salía sola sin necesidad de ver a Cantinflas o a Louis de Funés en la pantalla –que me enseñaron lo que era la vergüenza ajena pretendiendo divertir a un público entregado que no siempre comprendía el sentido del humor de los guionistas ni los gestos extraviados que hacían estos “actores” ante la pantalla.

La risa, esa reacción biológica para liberar endorfinas que nos es tan precisa en estos tiempos tan tristes, tan opuestos a todo lo que pueda provocar alegría o felicidad. Y como no somos capaces de expresar esas emociones de manera espontánea –me refiero a la alegría de vivir y al contento por lo que nos rodea- hay que ir a buscarla de forma artificial, de la mano de la inteligencia que transforma las situaciones cotidianas y “tristes” en motivos para reír.

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De ahí todos los chistes y chascarrillos que pretenden provocar la risa al que está con cara de palo viendo pasar la vida a base de burlarse del prójimo y de esa manera desencadenar una reacción emocional alegre por no estar tan fastidiados como él o por haber conseguido lo que queríamos (como en el caso de los bebés que ríen cuando obtienen lo que reclaman).

La verdad es que soy de risa dura; vamos, que me río poco porque hay pocas cosas que me hagan reír. Dicen que no tengo sentido del humor precisamente por ese motivo, pero sí que lo tengo, vaya que sí, pero es que a mí no me genera alegría reír de los resbalones ajenos, ni de las peripecias de un gangoso para conquistar a las chicas ni de la angustia de una chica de cien kilos para contorsionarse en una talla 38. Eso debe de dar mucha risa, imagino, no hace falta más que ver cómo el personal se parte la caja en cuanto ve a su prójimo pasando apuros de cualquier tipo…

Una vez una de mis hermanas se pilló los dedos con la puerta del coche –sonó “clack”, ¡qué horror, de daño!”-; bueno pues un familiar presente soltó una carcajada estentórea y no paraba de reír tanta era la gracia que le había provocado el despiste de mi hermana, porque fue ella misma la que puso la mano en el marco de la puerta y luego tiró hacia adentro.

Me puse como un basilisco, lo reconozco, afeándole al chaval en cuestión su falta de delicadeza y de empatía y, lo que es peor, la ausencia de cariño y de respeto hacia alguien que está llorando de dolor. Que me calmara, me dijeron, que no era para tanto, que qué seria era yo, que a ver qué va a hacer el chaval sino reírse, con la gracia que tenía la cosa, que lo envías a “Vídeos de primera” y te dan un premio…

Siempre he creído que la risa es la gran aliada de las personas reflexivas para ayudarles a no caer en los bajones anímicos que provoca la contemplación del mundo en el que vivimos. En lo público no hay motivos de alegría suficientes para todos los ciudadanos, así que habrá que buscarlos en casa, de puertas para adentro del corazón, en ese lugar incierto y privado en el que las alegrías más íntimas suceden.

El otro día, haciendo un Skype con mi hija mayor y mi nietecita, la criatura pasó en dos segundos de estar sonriente a poner cara de Gorgona y emitir chillidos de Harpía por que le apartaron su juguete favorito. –“Vaya, -le dije a mi hija- menudo genio gasta la niña!” y mi hija rápida ella, como es marca de la casa me espetó: “!Igual que su abuela!” … y me salió una carcajada estentórea que atravesó el Atlántico Norte al completo para llegar en un nanosegundo al Golfo de México y entrar por la ventana de la casa de mi hija en Yucatán. “!Toma ya!” Y seguí riendo durante unos minutos más mientras mi chiquitina me miraba a lu ci na da.

¡Qué poco reímos y qué poco buscamos motivos para hacerlo! Se podría empezar por reírse de uno mismo: ahí seguro que encontramos mil motivos…

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Felices los felices.

LaAlquimista

*Foto: Cecilia Casado

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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