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Cecilia Casado

A partir de los 50

La adicción al móvil

 

Mi primer teléfono móvil –un “zapatófono”- lo compré hace exactamente veinte años so pretexto de no quedarme aislada con dos niñas cuando íbamos las tres solas de vacaciones; cuestión de prudencia y responsabilidad y también, cómo no, por el aporte de seguridad que me hacía sentir el hecho de poder hacer frente a una emergencia a cualquier hora del día y de la noche en lugares donde no contaba con un teléfono fijo, como campings, apartamentos en la costa y destinos “aventureros” que siempre me han atraído tanto.

Lo que empezó siendo una posibilidad tecnológica al alcance de los privilegiados que podíamos permitirnos pagar las facturas astronómicas que suponía dicho artilugio, se convirtió –con el paso de justo un decenio- en una NECESIDAD total y absoluta, tanta como tener en casa frigorífico o lavadora (que no televisión). Y conforme los teléfonos móviles fueron disminuyendo de tamaño –para llevarlos en el bolsillo del pantalón vaquero- fue aumentando la dependencia que hacia ellos demostrábamos. Usar el teléfono de casa parecía algo pasado de moda y preferíamos hablar desde la calle con nuestros amigos en vez de hacerlo cómodamente sentados en el sofá de la sala. Luego llegaron los SMS y destruyeron la comunicación verbal, llegándose a dar casos tan nefastos como el de parejas que cortaban su relación enviándose mensajitos apocopados pero contundentes. “K ya no t aguanto +” y cosas así…

Ahora estamos en donde estamos y bien merecido nos lo tenemos; nos hemos ganado a pulso la incomunicación entre las personas, hemos labrado día a día la posibilidad de la depresión por dependencia de aparato y, lo que me parece peor todavía, estamos llevando la libertad al límite exacto donde se pierde el respeto al otro.

Y me explico.

Ayer mismo lo comentábamos la cuadrilla de amigas y, mientras alguna se hacía cruces de las malas movidas que provoca en su casa el hecho de que los comensales estén cenando en silencio y con una mano sujetando la cuchara y con la otra mirando la pantalla del smartphone, alguna otra defendía la postura aduciendo que es una dependencia social extendida y que prefiere no sustraerse a ella porque le crea ansiedad;  a tal efecto, lleva SIEMPRE su teléfono inteligente a mano para poder ser avisada al instante –mediante señal acústica y/o visual- de cuanta comunicación (por inane que sea) tengan a bien hacerle sus innumerables contactos telefónicos o amigos de facebook o seguidores de Twiter.

Me miro en el espejo con mi smartphone en la mano.

Yo tampoco lo suelto. Lo llevo conmigo a las siete de la mañana cuando paseo al perro (por si pasa algo) y a las ocho y media cuando me voy a patear algún parque (por si alguien me llama) y en el bolso cuando hago la compra (por si tengo que llamar yo) y mientras cocino y mientras como y…me digo que si después de treinta años como fumadora fui capaz de dejarlo hace ya más de una década, también creo que seré capaz de aquilatar mi uso y abuso del teléfono móvil.

Mi personal campaña de no-dependencia consiste en no tenerlo encendido por la noche –caiga quien caiga-; ni cuando realizo actos que requieren concentración y/o aislamiento y/o silencio: hacer la siesta, escribir este post o mantener un entente íntimo con alguna persona que merece toda mi atención y dedicación.

Mi personal campaña también pasa por expresar mi contrariedad cuando salgo a pasear con alguien que se acopla al móvil para atender llamadas superfluas dando preferencia al ausente sobre mi presencia real y física. También manifiesto mi desacuerdo si tengo gente a la mesa y, después de haber cocinado con cariño para ellos, se dedican a mandar mensajitos o mirar su Facebook con el móvil sobre la servilleta, como si los demás, los que estamos a su lado, fuéramos invisibles o indignos de su respeto.

Porque, en mi opinión, es cuestión de respeto y poco más. Si salgo con mis amigas es porque deseo compartirme con ellas, no con sus móviles de última generación. Si celebro una cenita íntima es algo de a dos, no de tres o de cualquiera que acierte a llamar en ese momento interrumpiendo.

¿Llamadas urgentes? Una entre un millón…Así que me aplico el cuento y dejo el móvil en el fondo del bolso cuando estoy con los demás, atiendo únicamente las llamadas que considero inevitables y las reduzco a su mínima duración y no envío whatsapp alguno en presencia de otras personas a las que pueda molestar mi desatención. Lo intento cada día con afán aunque no siempre lo consiga, pero estoy en ello…porque no quiero que se me escape ese gesto de cariño, esa mirada cómplice, ese dulce encuentro entre personas por culpa de un aparatito que nunca me dará ni cariño, ni complicidad ni besos ni me rascará la espalda ni me abrazará cuando lo necesite… por mucho que quieran inventar alguna aplicación al respecto.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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