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Carlos Rilova

El correo de la historia

El fenómeno “Juego de Tronos”, o cómo la realidad (histórica) supera cualquier ficción. Oñaces, Gamboas, Lancasters, Yorks, Trastámaras y otras feroces especies de la verdadera Edad Media

Por Carlos Rilova Jericó

El martes pasado una de las llamadas cadenas generalistas, Antena 3, estrenó “en abierto”, la que nos están vendiendo, por doquier, como la sensación televisiva de la temporada. Esto es: la serie “Juego de tronos”, basada en la novela -en varios volúmenes- del mismo título firmada por George R. R. Martin.

¿Era para tanto?. ¿Estaban justificadas las barricadas de ejemplares que se podían ver, y aún se pueden ver, en los principales supermercados de libros de nuestras ciudades?.

Me disculparán, pero me voy a poner en plan cenizo. La verdad, a título de historiador y de consumidor de series, películas y libros, yo me atrevería a decir que no, que esto de “Juego de tronos”, huele a emboscada de especialistas en marketing. De esas en las que se vence por saturación, como en los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, a fuerza de echar bombas sobre el enemigo y aplastarlo por el número, por la cantidad que, como ya sabemos, muchas veces no va unida a la calidad.

Lo que se veía en el primer episodio de la serie que emitió Antena 3 resultaba estereotipado. Ya visto en el molde original. Es decir, ese libro que uno de los columnistas de este diario, Gontzal Largo, definió en cierta ocasión -y con razón- como obsesivo: la saga del Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien.

El único giro realmente original de la trama de “Juego de tronos” lo representa Tyrion Lannister, un príncipe de la sangre de la casa reinante en el imaginario reino recreado por Martin  aquejado de enanismo. De hecho, el actor que lo interpreta -Peter Dinklage- hace un gran trabajo que eclipsa a sus compañeros de reparto, obligados a vérselas con los papeles más gastados y adocenados que se pueda imaginar: la princesa intrigante, el príncipe ambicioso, el buen salvaje, el veterano que actúa de intermediario cultural entre los buenos salvajes y la “civilización” y, por supuesto, se las sabe todas, el viejo rey que ha llegado hasta el trono a fuerza de un poderoso brazo que reparte mandobles a diestro y siniestro y al que el trono y la corona le vienen grandes, y así sucesivamente…

Eso, en definitiva, es lo malo de “Juego de tronos”, que tiene todos los elementos propios de las grandes historias pero que, en su caso, ya están demasiado vistos, demasiado manoseados.

Es cierto que cada cual es muy libre de entretenerse con lo que le parezca mejor. El que estas líneas escribe, por ejemplo, pasó grandes ratos viendo las dos primeras temporadas de “Deadwood”, otro de los “exitazos” para la televisión de HBO -la productora de “Juego de Tronos”- ambientada en ese “Salvaje Oeste” del que hablaba en esta misma página la semana pasada. Y eso a pesar de que “Deadwood” -que, a diferencia de “Juego de tronos” no tiene la excusa de describir un mundo de fantasía, sino real, histórico- también cae en los estereotipos y en los anacronismos, reproduciendo, por ejemplo, nuestro tóxico mundo laboral en los Estados Unidos de 1876, cosa que, probablemente, no tiene más objetivo que el de atraer a un público numeroso víctima de situaciones así en su vida real.

Dicho esto, sin embargo, sí me gustaría sugerir como historiador, que después de ver “Juego de tronos” -o de leerlo- sería un ejercicio muy saludable interesarse por la verdadera Edad Media a la que, eso es evidente, George R. R. Martin ha vampirizado para crear su “Juego de tronos”.

Los que elijan ese camino descubrirán que las intrigas que rodean al trono de hierro, a los Stark, a los Lannister y demás elenco de “Juego de tronos” son una bagatela comparadas con las verdaderas que tuvieron lugar no muy lejos de donde muchos de ustedes viven o pasan sus vacaciones.

Podríamos irnos hasta Inglaterra y recordar las Guerras de las Dos Rosas, que seguramente les sonarán de otra serie de televisión reciente con aspectos, también, un tanto lamentables -me refiero a “Los Tudor”. Sí ese original serial televisivo en el que el gordo Enrique VIII parece haber sido apuntado a un gimnasio de lo más estricto-, pero podemos empezar el viaje mucho más cerca. Bastaría, por ejemplo, con irse hasta Zumarraga.

Allí, en el año de gracia de 1446, se enfrentaron dos señores de la guerra opuestos, Juan López de Lezcano y Ladrón de Valda. Allí se juntaron hombres de armas de las dos casas enfrentadas, la de los Oñaz y la de los Gamboa. El cronista de esa historia -un veterano superviviente de hechos como esos, otro señor de la guerra, Lope García de Salazar- cuenta de manera tan escueta como brutal que en ese combate murieron hasta setenta hombres del bando de Gamboa tras ser vencido Ladrón de Valda. Después los Oñaz quemaron entera la villa de Miranda de Iraurgi -hoy Azkoitia- porque era partidaria del vencido…

No es ese el único episodio que nos relata el viejo banderizo recluido en su torre vizcaína de Muñatones, donde pasó el rato hasta el fin de sus días escribiendo esa crónica de “Las bienandanzas e fortunas” en las que se recoge ese episodio.

Hay más, muchos mas en esas páginas. Tanto del País Vasco como de fuera de él, remontándose incluso hasta el Cid Campeador, o a la guerra entre los príncipes de la casa Trastámara, Pedro y Enrique, que acaba con la muerte del primero en 1369.

Pero sin necesidad de ir tan lejos, a esos tiempos casi míticos incluso para un hombre medieval como Lope García de Salazar, hay otros ejemplos más a mano, más próximos.

En efecto, parece ser que lo de la quema del territorio azcoitiano en 1446 no fue bastante para los Gamboa. Dice Lope que después de esa tuvieron otra batalla. En esa ocasión se enfrentaron el mismo Juan López de Lezcano, los Loyola, los Emparan, los Zarauz y un Ladrón de Valda que ya parece haberse recuperado de su anterior derrota. En ese nuevo combate, que durará hasta que anochezca, murieron muchos de los mejores hombres de los Oñaz, como Martín Pérez de Emparan, y de los Gamboa, como Martín de Ybarra…

Algo más serio fue lo que ocurrió un par de años después, en 1448. Los Valda y sus aliados cercaron a los San Millán en su casa fuerte de Berastegi. La cosa era realmente seria porque los gamboínos habían traído para ese sitio más de 1500 hombres y contaban con ejemplares de la primera Artillería que ya se estaba utilizando en la Europa medieval desde hacia casi cien años. Según Lope García de Salazar se trataba de varias lombardas.

En está nueva batalla intervino también un caballero del otro lado del Bidasoa, el señor de Urtubia, cuyo castillo -casi irreconocible con los añadidos de épocas posteriores- es hoy día un hotel cerca de la localidad de Urruña, en el País Vasco-francés.

Ese nuevo episodio épico de nuestra Edad Media real, no inventada, concluyó cuando los sitiadores fueron sitiados a su vez por un ejército oñacino de socorro. El ejército de los Gamboa se batió en retirada tras causarse algunas bajas por ambas partes, entre las que se incluyó el caballo del señor de Urtubia…

Se podría seguir así páginas y más páginas, hablando, por ejemplo de cómo ambas casas rivales y sus aliados pelearon un día entero sobre el vado de Usurbil, muriendo muchos de los mejores hombres de ambos bandos. O de cómo en 1370 los Gamboa quemaron en la localidad vizcaína de Marquina (hoy Markina-Xemein) la casa fuerte del oñacino Gonzalo Ybáñez junto con sus hijos y hombres de armas, al amanecer de una noche de luna que había permitido a los de Gamboa cabalgar hasta allí al amparo de esas horas nocturnas. Podríamos recordar también más asedios con lombardas que arrasaban casas fuertes en cuestión de horas, dando paso a asaltos que hoy nos parecerían cosa de película, de novela o de serie de televisión, pero creo que ya nos hacemos una idea…

Evidentemente con historias como éstas, o con la que reconstruyó fielmente  Darío de Areitio en 1926 sobre la muerte de Lope García de Salazar, perseguido por sus propios hijos hasta Portugalete después de que el primogénito lo ha asediado en Muñatones por desheredarlo, entre otras razones, por birlarle a Catalina de Guinea, una de sus concubinas, uno se pregunta qué necesidad hay de inventar ningún “Juego de tronos”. No sería necesario para superar a ficciones como esas ni siquiera seguir los pasos de muchos de esos feroces guerreros hasta los campos de batalla europeos, a los de la Guerra de los Cien Años -que también es una guerra de bandos entre Armagnacs y Borgoñones- como si lo han hecho, entre otros, uno de los más conspicuos medievalistas fundadores de la Asociación de historiadores guipuzcoanos, el profesor José Ángel Lema.

La única excusa para que cosas como “Juego de tronos” sean preferidas a historias como las aquí contadas sería, lógicamente, que apenas se ha escrito algo para la industria del entretenimiento en base a ellas. De hecho, sólo “El señor de la Guerra” de Toti Martínez  de Lezea parece llenar, y apenas, ese vacío.

Es cierto, pero, para acabar ya con esta cuestión, les tengo que decir que de eso, no tenemos la culpa los historiadores. Pregunten en HBO. O en productoras y editoriales más próximas a nosotros, a ver qué les dicen…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


julio 2012
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