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Carlos Rilova

El correo de la historia

Apuntes para una Historia del Machismo. La Edad Media vista por la Norteamérica del senador McCarthy. Extractos del “Príncipe Valiente” de Harold Foster (1949-1959)

Por Carlos Rilova Jericó

Se llenarían páginas y más páginas con las aventuras del Príncipe Valiente. A algunos de los que lean estas líneas, les sonará, lo habrán leído, tal vez hayan visto alguna de las películas que se han hecho sobre él. Hay muchas facilidades, por así decir, para haber trabado conocimiento con el personaje creado por Harold Foster con el fin de publicar sus aventuras por entregas en distintos periódicos a partir de 1931. Aproximadamente cuando otro personaje, casi tan mítico como sir Valiente, el magnate de la prensa William Randolph Hearst, que inspiraría en su día el “Ciudadano Kane” de Orson Welles, ofreció a Foster la posibilidad de publicar su cómic en los diarios que él controlaba, que, como ya sabemos, no eran pocos.

 

Nace así el Príncipe Valiente, que, en principio, parece ser, se iba a llamar Derek, hijo de Thane. En plena Gran Depresión y de mano del rey del papel periódico.

Sin embargo, ese serial que en España ha sido publicado por distintas editoriales hasta hoy día, incluida la donostiarra Burulan, Ediciones B. O. -en blanco y negro-, o Ediciones B, podría haber sido hecho, tanto por estética como por guión, a finales del siglo XIX.

En efecto, Foster, además de un gusto enfermizo por el anacronismo histórico, adopta en sus viñetas una estética propia de la sociedad victoriana. En otras palabras: sus dibujos hubieran gustado sobremanera en la Europa, o la América, de 1880 o 1890.

Es triste decir que sus ideas, probablemente, también hubieran parecido razonables en esa época.

Quizás algún severo medievalista de los que entonces empezaban a descollar o formaron a grandes de esa especialidad como Runciman, hubiera gruñido ante las coloridas páginas de Foster y su escaso contacto con la verdadera realidad de los comienzos de la Alta Edad Media en los que, se supone, transcurre la acción de esas aventuras. Sin embargo, es casi seguro que muchos de esos caballeros victorianos en cuyas manos hubieran caído esos volúmenes habrían asentido con agrado ante situaciones e imágenes plasmadas en sus páginas.

Por ejemplo sobre el modo en el que el Príncipe Valiente -también conocido, simplemente, como Val- trataba a su mujer, Aleta, la reina de las Islas Misty. Una complicada historia esa que empieza en las páginas del serial publicadas entre 1944 y 1945.

En ellas el príncipe se vuelve loco de dolor -en tonos homéricos, a medio camino entre otro Aquiles trastornado por la muerte de Patróclo y Ulises- al ver la muerte de sus compañeros de viaje, tomados por piratas, en esas Islas Misty.

A partir de ese momento Val toma prisionera a la bella Aleta y la lleva, literalmente, encadenada y a rastras por lo que hoy es Palestina y buena parte del Norte de África, tratándola como una esclava.

Aleta, en esos momentos empieza a dar muestras de ser lo que, al parecer, algunas feministas del Women´s Lib de los años sesenta llamaban una “tía Dora”. Es decir, mujeres con el síndrome de Estocolmo doméstico. Contentas de su posición subordinada porque esa falta de libertad se veía compensada por la protectora mano del macho proveedor y por un cierto ascendiente sobre los hijos de la pareja y las mujeres solteras.

Así, el primer impulso de Aleta no es el de tomar represalias contra el príncipe por esos malos tratos, sino declararse enamorada de él hasta lo más hondo de su ser.

A partir de ahí Val y Aleta se ven envueltos en las más rocambolescas aventuras por medio mundo. Se casan, tienen hijos y son felices, pero también tienen algunos desencuentros domésticos que se resuelven de un modo muy llamativo pero que nos puede servir para trazar algunas líneas -aunque sean pocas- de lo que podríamos llamar “Historia del Machismo”.

Consideremos, por ejemplo, la página publicada a comienzos de febrero de año 1949. Val y su mujer se encuentran en esa ocasión en Camelot -se supone que Val es caballero de la Tabla Redonda- descansando de sus últimas aventuras.

Aprovechando esa feliz circunstancia, el rey Arturo manda a Val a una misión y Aleta se lo reprocha con estas palabras: “¿Por qué no le dices que envíe a otro? ¡No quiero quedarme sola!.”  A Val  no le gusta mucho esa objeción de su mujer y calla a Aleta con una dura mirada, a la que añade, agarrándola con énfasis, que no debe interponerse entre él y su deber de caballero de la Tabla Redonda.

Ante ese golpe de autoridad Aleta se queda, según nos dice Foster en el texto explicativo de la escena, “un poco asustada”, pero finalmente decide hacer el equipaje de su marido tal y como éste se lo ha ordenado. El texto que acompaña a la imagen resulta, una vez más, de lo más revelador. Aleta, nos dice Foster, “Carga las alforjas con sus propias manos”. Y su estado de ánimo al hacer esa tarea es descrito en unos términos de lo más floridos y también de lo más reveladores: “¡es tan delicioso ser obediente!”. A lo que el dibujante y guionista añade que no ha amado tanto a Val desde aquella vez en la que la echó a un estanque…

 

No es esa la única escena de la serie en la que Aleta se somete, bajo la amenaza de la fuerza masculina de su rudo esposo, a estas pequeñas exigencias de trabajo doméstico.

En efecto, las viñetas publicadas en noviembre de 1959 alcanzaron un mayor grado de obscenidad a ese respecto.

En esta ocasión la pareja vuelve a encontrarse alojada en Camelot y vuelven a producirse una serie de desencuentros motivados por nuevas misiones caballerescas encargadas por el rey Arturo.

Esta vez es el propio Val el que prepara sus alforjas, ya que previamente ha discutido con su mujer. La situación, sin embargo, hace crisis cuando Aleta, no contenta con no querer disfrutar, otra vez, las supuestas delicias de ser obediente haciendo gustosa el equipaje de su marido, le reprocha que esté aceptando constantemente misiones que lo alejan de ella. Cuando una airada Aleta advierte a su marido que va a ir a ver al rey para pedirle que le anule esa nueva misión, Val tratará de detenerla agarrándola por un brazo. Gesto al que la reina de las Islas Misty responderá con un bofetón, al tiempo que recuerda a Val que una reina siempre está por encima de un príncipe. Val responderá llevándosela hasta el interior de sus aposentos. Allí la besa cálidamente en la boca para después… echarla sobre sus rodillas y darle una tanda de golpes en su real trasero al tiempo que le dice “recuerda que no eres una reina, sino la esposa consentida de un trabajador caballero”.

A eso, una vez que ha concluido el correctivo, Aleta no dice nada pues, como señala Foster en el texto explicativo, no tiene ante ella la cara de su desatinado y alto marido “al que podría manejar fácilmente” sino el “severo rostro de un caballero que tiene un trabajo por hacer”.

La siguiente viñeta muestra a Val en camino a lomos de su caballo ya completamente armado para la ocasión y un tanto arrepentido, deseoso, dice Foster, de volver, hincarse de rodillas y suplicar perdón por la paliza.

Ese ataque de arrepentimiento que, por desgracia, suele ser tan habitual en los maltratadores como hoy sabemos, sin embargo no llega a escenificarse. Por dos razones a cada cual más difícil de digerir por una sociedad tan sensibilizada como la nuestra con cuestiones como éstas y en la que -todo hay que decirlo- se ha aprendido con sangre derramada a no tolerar ni alentar comportamientos como esos.

 

Por un lado Val debe cumplir su misión, y eso es lo primero. Por otro, y eso es lo más llamativo de esta historieta que tanto nos dice sobre lo que pensaba la sociedad norteamericana  -y el resto de las llamadas “occidentales”- a ese respecto, Aleta no quiere saber nada de excusas.

Así es, en la última viñeta de esa plancha una meditabunda reina de las Islas Misty, recostada lánguidamente sobre el alfeizar de una de las ventanas de aquel Camelot de ensueño que solía dibujar Foster, piensa en lo ocurrido y la única conclusión a la que llega su linda cabecita rubia es echar de menos al esposo maltratador al que dedica estos pensamientos que, sin más explicaciones, ya nos lo dicen todo no sobre esa Edad Media tan fantástica imaginada por Harold Foster, sino sobre este pequeño episodio de la Historia del Machismo en la Norteamérica del senador McCarthy: “¡Oh, tú magnífica bestia! (se refiere al Príncipe Valiente) ¡Limítate a volver a mí sano y salvo y dejaré que me zurres todo lo que quieras!”…

¿Qué más se puede añadir a todo eso desde el punto de vista del historiador que, al fin y al cabo, es lo que se pretende en esta página?.

Para empezar que la Norteamérica que lideraba en esos momentos al llamado mundo occidental era un lugar un tanto lúgubre. Incluso a pesar de que el símbolo más visible de ese asfixiante ambiente de opresión social y cultural, el senador Joseph Mc Carthy, llevaba muerto -a causa de una cirrosis provocada por su alcoholismo- un par de años.

Eso, sin embargo, como podemos comprobar a través de las viñetas de Harold Foster, que formaban a miles de jóvenes en todo el Mundo, no impidió que ese tipo de ideas que hoy rechinan tanto en nuestro imaginario colectivo, siguiesen en vigor durante casi diez años más, hasta la explosión social y cultural de finales de la década de los sesenta que pone en solfa los pilares de aquella América.

Empezando por cuestionar a fieles discípulos de Joe McCarthy como Richard Nixon y acabando por crear un cómic abismalmente diferente al “Príncipe Valiente”. Como, por ejemplo, el que reflejan las viñetas de Stan Lee, ocupadas por superhéroes que viven al margen del Sistema, enfrentados a ese “Establishment” arcaico y brutal en muchos aspectos, representado -en el caso de las historietas de Lee- por el director del periódico “Daily Bugle”. Un periodista veterano que tiene mucho del Hearst que dio el espaldarazo a los cómics de Harold Foster y los difundió por medio mundo.

Para finalizar el historiador también debe recordar que aquella época tan lúgubre, caracterizada por algo más que una benevolente tolerancia hacia comportamientos como los que reflejan las viñetas de Foster, no necesitaba siquiera de estímulos como esos. En la misma Unión Soviética contra la que lucha obsesivamente el senador McCarthy, libre -al menos teóricamente- de toda perniciosa influencia “capitalista” como podían ser los decadentes cómics de Harold Foster, el maltrato a las mujeres -muchas veces relacionado con altas tasas de alcoholismo en aquella sociedad ciertamente aún más lúgubre que la Norteamérica de los años 50- estará también a la orden del día. Como lo recogían en “La calle del proletario rojo”, aunque fuera de soslayo, dos comunistas franceses, Nina y Jean Kéhayan, que harán una desmoralizante visita al supuesto paraíso soviético a finales de los sesenta.

Un detalle que, sin  embargo, no debería desmerecer el relevante papel que una serie como la de Harold Foster -de hecho publicada hasta 1971- debería tener en una futura Historia del Machismo gracias a episodios tan bizarros -en el mal sentido de esa palabra- como los dos que se recogen hoy aquí.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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