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Carlos Rilova

El correo de la historia

Cuando las brujas todavía daban miedo. Un recuerdo para la noche de Todos los Santos -hoy “Halloween”- en el cuarto centenario del proceso contra las brujas de Hondarribia (1612-2012)

Por Carlos Rilova Jericó

El artículo de esta semana nació de un modo digno de la materia de la que voy a  hablar. Es decir, con ciertas sorpresas inesperadas, surgidas de un horizonte más o menos anodino, tranquilo, rutinario, que trastornan esa cotidianeidad con noticias electrizantes. Fue el 24 de octubre. Ese día, el que esto firma había ido a Hondarribia para preparar los detalles de la presentación de un libro sobre Brujería que se publica bajo eso que antes llamaban los “auspicios” del Ayuntamiento de esa ciudad.

Eso me llevó al despacho de la archivera municipal, que, lógicamente, es una de las partes más interesadas en esa publicación y quien, justo es reconocerlo, más ha hecho para que “La Brujería en Hondarribia (1611-1826)” pasase de ser la tesina de doctorado del que estas líneas escribe a convertirse en un libro que ya pueden encontrar, valga la redundancia, en las librerías y que se presentará oficialmente este 8 de noviembre en el Ayuntamiento de esa ciudad, Hondarribia, que fue el escenario de uno de los episodios más llamativos -aunque paradójicamente menos conocidos- de la oscura Historia de la Gran Caza de Brujas europea que abarcó, más o menos, desde el siglo XIV hasta algunos últimos -y aislados- estertores a finales del XVIII.

Durante esa entrevista para preparar los arreglos de lo que se iba a hacer este 8 de noviembre para dar existencia ya oficial a ese nuevo libro sobre la Historia de la Brujería en Hondarribia y otras zonas del País Vasco, la archivera me comentó los últimos hallazgos obtenidos de sus últimos sondeos en los ricos fondos históricos que custodia.

En este caso los hallazgos no podían ser más oportunos. Se trataba de cuestiones recogidas en las actas municipales de ese Ayuntamiento en el año 1611, justo en el momento en el que la epidemia de pánico provocada por las investigaciones de Pierre de Lancre en la provincia vasco-francesa de Laburdi empieza a traspasar la frontera de los Pirineos, y también la del Bidasoa, haciendo que el miedo a las brujas -y brujos, que también los había- prenda como una chispa en medio de hierba seca…

Cualquiera que haya leído libros de Historia tan fascinantes -sí, créanme, los hay- como “Brujería vasca” de Julio Caro Baroja o “El abogado de las brujas” de Gustav Henningsen, quizás piense que poco hay ya que descubrir -o decir- sobre brujas vascas de principios del siglo XVII y menos aún sobre las que fueron acusadas en Hondarribia en el año 1611 y cuyo proceso se arrastró hasta bien entrado el año de 1612.

De hecho, uno de los documentos del Archivo de la Inquisición que utilizó con más profusión el mencionado profesor Henningsen para escribir “El abogado de las brujas”, fue el contenido en el legajo 1679 de ese depósito bajo el nombre de “Informe de Fuenterrabía”, que es como se conocía en la época a la actual Hondarribia.

Sin embargo, en Historia siempre es preciso rendirse ante las evidencias. Así, hay que constatar que, en efecto, el Archivo Municipal de Hondarribia, como no podía ser menos, y era lógico suponer, guarda todavía unas cuantas sorpresas inéditas sobre aquel turbio asunto que, quizás, debería ser mejor conocido y más considerado entre las Historias de la Gran Caza de Bujas europea, puesto que es uno de los primeros y más completos ejemplos de cómo esa especie de locura colectiva que atormenta a Europa entre los siglos XIV y XVIII, es frenada en seco por la determinación de un hombre -Alonso de Salazar y Frías- que, fiel a las ideas de la Nueva Ciencia que en esas mismas fechas están exponiendo hombres como sir Francis Bacon, se niega a aceptar cosas tan inverosímiles como que se puede volar por los aires con la sola ayuda de un ungüento aplicado en ciertas partes del cuerpo. O que determinadas catástrofes naturales -rayos, aguaceros…- han sido causadas por personas que, en realidad, no parecen tener ninguna clase de poder especial otorgado por pacto alguno con el Diablo, pues de otro modo difícilmente se puede entender la situación social y económica, bastante penosa, en la que se encontraban muchos de esos presuntos brujos…

En efecto, pese a todo, pese a los buenos oficios de grandes historiadores como Julio Caro Baroja o Gustav Henningsen, los documentos de los que hablé con la archivera de Hondarribia estaban ahí, describiendo, palabra a palabra, con toda claridad un hecho fundamental en la Historia de la Gran Caza de Brujas europea, pero que muchas veces pasa desapercibido en libros sobre ese tema como el que se presenta este 8 de noviembre.

Es decir, en esas actas están recogidos los primeros pasos, los primeros indicios, del pánico que se extendía en las poblaciones donde luego se iba a dar un proceso por Brujería -más o menos sonado- que, salvo excepciones -como es el caso de la magnífica obra de los profesores Boyer y Nissenbaum sobre el caso de Salem en 1692- es casi la única documentación que se acaba manejando para escribir libros de Historia sobre Brujería como el que acaba de firmar el historiador que también firma este artículo.

Esos documentos son apenas unas pocas líneas, unos párrafos en unos cuantos folios, pero realmente el hallazgo debido a los buenos oficios de la archivera de Hondarribia merece que se haga siquiera un primer esbozo de ellos en estas páginas, mientras esperan su turno para entrar en nuevas obras sobre la Historia de la Brujería con la importancia que se merecen.

Lo que se describe esas actas de la sesión del Ayuntamiento de Hondarribia a finales de la primavera de 1611, surge, de un modo que puede parecer sorprendente, de la rutina del gobierno municipal de una población como esa. Hay muy pocas cosas que distingan esas deliberaciones de otras muchas, miles, que los sucesivos Ayuntamientos de Hondarribia, elegidos año a año, llevarán a cabo para hablar sobre pesas y medidas, comercio, limpieza y alumbrado de las calles y todas esas cosas tan aburridas pero tan necesarias para que una comunidad humana -del siglo XVII o del XXI- sea más o menos viable.

Sin embargo, desde los primeros compases de esa reunión, los capitulares saben que uno de los asuntos de lo que se va a tratar es extraordinario y grave. Sus palabras no tienen nada de rutinario y, por sí solas, ya dan una idea de que es lo que está ocurriendo en un lugar conocido y real -Hondarribia- y en una fecha clara, administrativamente, bien identificada. En efecto, las actas dicen que, reunidos esos magistrados municipales un miércoles 4 de mayo de ese año de 1611 en la sala de Ayuntamiento de la que el documento llama “muy noble y leal villa de fuenterrauia”, y después de tratar de asuntos algo burocráticos como las medidas administrativas que se debían tomar para que no llegasen vinos de Burdeos mientas se cosechaba el chacolí del país -o sobre los árboles que se podían cortar dentro de los viveros de propiedad municipal-, los capitulares escucharon a uno de ellos, el capitán Miguel de Yçaguirre, jurado mayor de ese Ayuntamiento, que les expuso que “Algunas mugeres forasteras de françia que Heran brujas” habían embrujado “Algunas creaturas” en Hondarribia. De donde se seguía, según el capitán, un gran daño contra la fe católica, contra Dios y contra la población que ellos gobernaban en ese año de 1611. Motivos más que suficientes para que él pidiera a su gobierno municipal lo que el documento llamaba “el remedio del caso”…

Con esas sencillas pero a  la vez terribles palabras, pronunciadas un 4 de mayo de 1611 en un Ayuntamiento con varios asuntos que despachar, había quedado sembrado en esa comunidad tan típica, en muchos aspectos, de la Europa de comienzos del siglo XVII, sino el pánico sí una cierta desazón, un vago temor que lleva a los capitulares que han escuchado al capitán Yçaguirre a enviarlo a San Sebastián para que allí consultase con el abogado que se encarga de los asuntos judiciales de Hondarribia y que éste les diera su opinión sobre cómo se debía proceder ante semejante caso.

Una vez recibido ese informe del especialista en Leyes, los dos alcaldes que gobernaban la villa en esas fechas decidirían cómo actuar contra los que fueran declarados culpables de ese pecaminoso delito de Brujería, si bien esas actas ya avanzaban que se debería castigar “con grande rigor” a las presuntas brujas, y brujos, si los hubiere, ya que ese documento utiliza ese género masculino para hablar de los más que probables acusados…

Resulta difícil determinar hasta qué punto penetró entre los encargados de dirigir Hondarribia aquel año de 1611 el temor, el desasosiego, ante la constatación de que allí, como en muchas otras poblaciones europeas, habían aparecido algunas mujeres que podían ser brujas entre el vecindario de esa población apiñada dentro y alrededor de una importante fortaleza fronteriza.

Las actas municipales conservadas en el Archivo de Hondarribia permiten, sin embargo, hacerse una idea de cuál podía ser su estado de ánimo. Durante más de un mes el caso se estuvo investigando. Para principios de junio la instrucción estaba concluida, dando lugar a un proceso que fue manejado en su día por Juan Arzadun y Julio Caro Baroja para escribir sus respectivos trabajos sobre aquel asunto de las brujas de 1611. No era un tiempo demasiado corto ni demasiado largo para juzgar un caso de aquella magnitud, sin embargo parece que no había sido bastante para los magistrados que gobernaban Hondarribia en esas fechas.

Así es, las actas de ese Ayuntamiento del 12 al 15 de junio de 1611, hablan de que el proceso está concluido, pero todo en ellas apunta a que ese tribunal municipal no termina de atreverse a tomar medidas drásticas contra los que han sido declarados brujos entre sus vecinos, reconociendo haber apostatado de la fe cristiana. Algo muy llamativo frente a otros tribunales similares -por ejemplo los de muchos territorios alemanes- muy dados a emplear a fondo y con generosidad la horca y la hoguera para librarse de esos supuestos adoradores del Diablo que normalmente llamamos “brujos”.

El Ayuntamiento de Hondarribia, en efecto, decide, casi parece que con alivio, enviar dos mensajeros a la villa navarra de Santesteban, donde en esos momentos el que Gustav Henningsen llamará en su día “el abogado de las brujas”, el licenciado Alonso de Salazar y Frías, trata de poner orden en el caos de acusaciones de Brujería desatado en el norte de Navarra a partir de 1609.

La respuesta de ese que el documento llama “señor inquisidor” recogida en esas actas, es cortés. Salazar y Frías asegura que, tal y como le han pedido el día 13 de junio esos emisarios de Hondarribia, irá allí a indagar sobre el caso, pero en esa carta también se prefigura ya la doctrina que finalmente adoptará ese, por otras razones, terrible tribunal de la Inquisición, tan extraña en una Europa en la que se exalta la Ciencia en boca de sir Francis Bacon, Gassendi o Descartes, pero al mismo tiempo se cree, o parece que se cree, en brujas. Así es, Salazar ya da a entender a los magistrados de Hondarribia que tales seres como las brujas no existen, y para disipar todo miedo o duda al respecto, al señor inquisidor le bastaba en esos momentos con que los acusados de tales cosas como volar por los aires, fabricar ungüentos mágicos, dirigir  rayos contra casas y cosechas o tormentas contra barcos -todo ello gracias a un presunto pacto con el Diablo-, hicieran pública sumisión a la fe cristiana en el plazo de seis meses, acogiéndose a lo que el documento llama “Edicto de Gracia”…

Con esto, según todos los indicios, muchos temores a la existencia de presuntas brujas quedaron disipados en Hondarribia. Las acusadas ante aquel tribunal fueron tan sólo desterradas de la población, junto a muchos otros franceses que vivían allí y a los que ese Ayuntamiento, tan atribulado, consideraba sospechosos de extender sino una Brujería diabólica que la Inquisición les venía decir que no podía ser real, sí, al menos, un clima de cierto miedo y sospecha entre sus vecinos, pese a que algunos de ellos -por ejemplo varios soldados de la guarnición y otros tantos molineros- no habían dudado unos en casarse con mujeres de ese origen y los otros en tener sirvientes franceses que ahora debían despedir en el plazo de dos semanas…

A modo de conclusión de todo este asunto, si queremos, podemos considerar que esa calmada determinación de Salazar y Frías en 1611, reduciendo la creencia en brujas a poco más que una farsa, como se puede ver gracias al caso de Hondarribia, fue, entre otras razones de más peso, el origen remoto de esa costumbre tan curiosa de celebrar hoy la Fiesta de Difuntos demostrando que las brujas ya no nos dan ningún miedo, tal y como sí ocurría hace ahora 400 años.

Sin duda algo sobre lo que reflexionar en estos días de fiesta que se avecinan. Quizás con la “Brujería vasca” de Caro Baroja o “El abogado de las brujas” de Gustav Henningsen cerca, o, tal vez, paseando por las calles de Hondarribia con otros libros que hablan de esa oscura materia también al alcance de la mano, antes de pasarse por el Festival de cine de terror de San Sebastián o de preparar el disfraz de bruja, brujo, zombi o vampiro para acudir a la fiesta de Halloween más próxima.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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