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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de “lo mal que está todo”. Radio Intereconomía, Édith Piaf y los sans-culottes. ¿Síntoma o falsa alarma?

Por Carlos Rilova Jericó

El origen de este artículo debe remitirse a la última semana de noviembre. Ese día, hacia media tarde, oí, con no poca sorpresa -como se decía en los folletines del siglo XIX-, que Radio Intereconomía había incluido entre su programación una canción de Édith Piaf de contenido verdaderamente sorprendente teniendo en cuenta el talante ultraconservador de esa emisora.

Y es que la pieza en cuestión era nada más, pero tampoco nada menos, que el “Ça ira”… una canción aparecida apenas un año después de aquel verano de 1789 en el que estalla la revolución francesa y que, junto a las más conocidas “La Carmañola” -lean o relean “Historia de dos ciudades” de Dickens- y “La Marsellesa”, andaba en boca de los franceses del bajo pueblo sedientos, en aquellas fechas, de sangre, de vengar los largos años de ultrajes recibidos por el Antiguo Régimen que tan bien describe Dickens en esa “Historia de dos ciudades” que acabo de mencionar.

Seguramente ahora se estarán preguntando, con cara de estupor además, “y bien, ¿qué pasa con ese “Ça ira” con el que se jaleaban los revolucionarios de 1789 para que, si lo programa Intereconomía, parezca que estamos a las puertas del Apocalipsis con unas cuantas semanas de antelación al 21 de diciembre?.

Me explicaré, esta vez echando mano de un libro sobre la Historia de Francia, publicado a mediados del siglo XIX que ya ha prestado algún que otro gran servicio en este “Correo de la Historia”. Me refiero a la “Histoire de France” de Henri Bordier y Édouard Charton publicada en 1862.

En el capítulo que ese libro -impreso por la revista “Le Magasin Pittoresque” -otra publicación ya conocida de esta página- dedica a la revolución francesa aparece un grabado ciertamente revelador de cierta “lanterne” -vamos a traducirlo como “farol”- de la Place de la Grève.

¿Qué tenía de especial ese farol parisino instalado ya en 1789 en una de sus calles más famosas?. Pues resulta que era el mismo al que se alude en ese “Ça ira” que remedaba la ronca voz de Édith Piaf en la pieza emitida esa última semana de noviembre por Radio Intereconomía, compuesta para un famoso -en Francia, al menos- film sobre Versalles dirigido por Sacha Guitry y estrenado en 1954.

La letra de “La Marsellesa” es más o menos poética, como saben todos los que la han oído y/o leído su traducción, aunque algunas almas sensibles -por así describirlas- la encontraron dos siglos después, durante el bicentenario de ese acontecimiento, un tanto agresiva y llegaron a pedir, en serio, que se cambiase la letra para que algunos de los herederos de la burguesía encumbrada gracias a los sucesos detonados el 14 de julio de 1789 no sufrieran, como mínimo, ardor de estomago al oír cosas tales como “contra nosotros se ha levantado el estandarte sangrante de la Tiranía” o “a las armas, ciudadanos, formad vuestros batallones”…

Sin embargo esas ya, según parece, inmortales palabras de Rouget de Lisle, son una nadería si las comparamos con los versos mucho menos conocidos del “Ça ira” compuestos a partir del 14 de julio de 1789, que convirtieron una alegre melodía de cantantes callejeros del, para algunos, alegre París prerrevolucionario, en un feroz himno para los sans-culottes del faubourg Saint-Antoine y sus seguidores e imitadores en el resto de Francia. Uno en el que se decía, literalmente, que había llegado la hora de llevar a los aristócratas -aludidos aquí como símbolo de enemigo de la revolución- a la famosa “lanterne” donde se les iba a colgar…

Una amenaza que desde el principio de la revolución se llevó a cabo y no se quedó en vanas palabras: el 23 de julio de 1789 era ahorcado en ella Foulon, uno de los agentes del rey Luis XVI; el día 19 de octubre, tal y como nos cuentan Bordier y Charton en su “Histoire de France”, un panadero, que, al parecer, algo había hecho mal con el alimento básico de la sansculotterie -el pan-, para acabar mereciendo una suerte de la que no le libraron ni siquiera las tropas destinadas por la Asamblea revolucionaria a mantener el orden en las calles de París, como señala un disgustado marqués de Lafayette, representante de los revolucionarios moderados. Los mismos que ven cómo la situación se les está yendo de las manos a causa de una ira generalizada  y contenida demasiado tiempo entre el bajo pueblo francés, que ya no se conforma con reformas constitucionales y un año después, en 1790, gritará ese sentimiento en las amenazadoras estrofas del “Ça ira” que recordaban lo que ocurriría con los que se oponían a la revolución…

Esa es, en pocas palabras, la historia de la “lanterne” y de la canción revolucionaria en la que jugaba tan gran papel.

De ello, supongo, se puede deducir que las cosas, hoy por hoy, deben estar muy mal en nuestro entorno, en este ciclo histórico en el que vivimos -iniciado precisamente con la revolución de 1789- cuando una emisora tan ultraconservadora como Intereconomía se permite el lujo de programar canciones en las que se revivían -alegremente y con mucha contundencia- himnos revolucionarios tan explosivos y subversivos como el “Ça ira”.

Sin embargo, quizás no deberíamos extrañarnos de cosas así. En contra de lo que generalmente se cree las revoluciones, al menos las que tienen éxito y van más allá de una revuelta parcial -sea popular o de élites, como la Fronda de los años 40 del siglo XVII en Francia-, sólo llegan a darse cuando los abusos de un determinado régimen empiezan a afectar a muchos sectores sociales. Desde los más bajos hasta los más altos. Cuando son muchos, excepto una escasa -cada vez más escasa- camarilla los que ven las ventajas de un régimen, de un determinado sistema.

Puede que ahora nos suene raro, pero la revolución francesa que se desbordó sobre canciones como el “Ça ira”, “La Marsellesa” o “La Carmañola” no empieza exactamente con la insurrección -más o menos popular- del 14 de julio de 1789 y la toma de la Bastilla.

Así es, un año antes, en 1788, la judicatura francesa y otros notables franceses habían dado muestras de disgusto con la marcha de la monarquía de Luis XVI, convertida a partir de entonces en atroz símbolo del Antiguo Régimen con el que muchos querían acabar, dentro de Francia y, pronto, fuera de ella. Desde el artesano de lo que entonces eran las afueras de París, hasta gente de la nobleza como Felipe de Orleáns -que pronto se rebautizó como Felipe Igualdad y fue diputado en las cámaras revolucionarias que controlan Francia tras la caída de la monarquía absolutista-, pasando por el más moderado marqués de Lafayette al que me acabo de referir mientras contaba la historia de la “lanterne”, otro miembro de la aristocracia que se negaba a que las cosas, por más que le favorecieran personalmente, siguieran como estaban.

¿Les suena de algo todo esto, todos esos signos de lo mal que estaba todo en la Europa de 1789 como para extender tanto y tanto el descontento social?, ¿desde los que eran arrojados de sus casas día sí y día también por sus voraces caseros, hasta jueces y magistrados que lúcidamente veían que aquello era un modelo social insostenible?.

Quizás sí, por eso les diré, sin ánimo de actuar como profeta, o como agente sedicioso, sino, simplemente, como historiador, como científico que analiza el tiempo presente, la realidad que le rodea desde la perspectiva de sus conocimientos, de su ciencia, que si empiezan a oír canciones revolucionarias en emisoras ultraconservadoras como Intereconomía empiecen a preocuparse… o a alegrarse, dependiendo de qué lado se encuentren.

Eso es señal de que las cosas están realmente muy mal, de que, probablemente, muchas de ellas van a cambiar radicalmente. Y es que esa clase de procesos históricos suelen distinguirse por esa clase de síntomas: el descontento de la magistratura o la presencia, tal vez casual, tal vez no, de canciones explosivas en medios de comunicación nada revolucionarios -en ningún aspecto- como es el caso de Intereconomía, donde en alguno de sus más famosos debates ya se había puesto el grito en el cielo cuando se descubrió que muchos pequeños rentistas -pura clase media-alta muchos de ellos- habían sido estafados por grandes fondos de inversión internacionales avalados por conocidas entidades financieras españolas. Unos y otras principales autores de esta crisis sistémica en la que estamos metidos, queriendo o sin querer, desde el año 2007 y que, al menos para la mirada bien entrenada del historiador, revelan un colapso muy similar al que en 1992 se llevó por delante al imperio soviético.

Llegadas las cosas a ese punto tal vez sea el momento para muchos otros actores históricos de echarse a temblar. En 1789 fue el turno de aristócratas que, por echar mano de una frase que -según dicen- no se pronunció nunca pero resume muy bien las situación de 1789, recomendaban dieta de pasteles a los que no podían comprar pan…

Hoy, tal vez, lo sería para todos aquellos que están sacando astronómicos beneficios con la especulación en materias primas y alimentos o en bienes de primera necesidad. Como el cada vez más inmenso parque de viviendas hipersobretasadas que van siendo desahuciadas a velocidad de vértigo, derrumbando así un endeble modelo económico basado en la especulación financiera e inmobiliaria, y que algunos aún pretenden justificar usando como burladero una ley, de 1904…, olvidando -del modo más ignorante que se pueda imaginar- cómo hombres de leyes -como lo son muchos de ellos- se alzaron en 1789 contra el estandarte sangrante de cierta tiranía y formaron batallones para iniciar una lamentable, pero ya inevitable, lucha a muerte que dio origen a este mundo en el que hemos vivido hasta ahora.

El mismo que ahora empieza a dar los mismos síntomas de agotamiento, de hastío, que asquean a cada vez más gente que no está ya para elucubraciones sobre si las leyes deben ser sólo leyes o la encarnación de una justicia que se siente más en las vísceras que en la mente.

La misma -ya que de eso estábamos hablando- que llevó a convertir en un hecho normal colgar gente en faroles del centro de París. Por más que hoy, todavía, nos horrorice pensar en cómo fue posible llegar hasta ese punto aunque, sin embargo, y de un modo bastante poco lógico, no nos preguntemos al mismo tiempo cómo es posible que quienes controlan aún, de momento, los destinos de millones de seres humanos sepan tan poco de Historia. O crean que episodios como los que describe el “Ça ira” no volverán a tener lugar si se reproducen las mismas condiciones que llevaron a esa corrosiva melodía a convertirse en la canción del verano -y del otoño, y del invierno- de 1790…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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