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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia en miniatura. Pequeña crónica de un nuevo viaje al Museo de Armería de Álava

Por Carlos Rilova Jericó

Hace como unos quince días aprovechaba este espacio para aclarar, un poco más, las vías por las que se puede enseñar y aprender Historia sin que intervenga en el proceso un historiador titulado, como tal, en la Universidad. Una aclaración que me parecía pertinente dados los ataques que había sufrido a ese respecto la Asociación de historiadores “Miguel de Aranburu” por alguno de los comentarios que se publicaron aquí en torno al artículo titulado “Decidnos ¿quién quemó realmente San Sebastián en el año 1813?”.

Que, como ya habrán adivinado los perspicaces lectores y lectoras que no lo conozcan, se metía de lleno en la polémica generada por interpretaciones políticamente sesgadas de ese acontecimiento histórico que está a punto de cumplir doscientos años y que fue una batalla clave -aunque aún no lo suficientemente valorada- de lo que llamamos “guerras napoleónicas”.

Entonces se nos acusó de querer acotar el campo de las aportaciones a la Historia sólo para los historiadores titulados en la Universidad. Algo que, por otra parte, debería haber sido completamente legítimo si se tiene en cuenta el corporativismo lógico que se ve en otros campos de la Ciencia -Ingeniería, Medicina… -y contra el que, curiosamente, ninguno de esos críticos parece tener nada que decir, no sintiéndose, por lo que se ve, con fuerzas para reclamar que ellos puedan ponerse, perfectamente, en el lugar de un médico para operar unas amígdalas con unas tijeras de cocina o en el de un ingeniero para hacer un puente con cuerdas de embalar y tubos de cartón. Por sólo poner un par de ejemplos de a qué equivaldría en otros campos de la Ciencia lo que nos exigían algunos de esos agrios comentarios hechos en contra del artículo al que me refería.

Nuestra respuesta, por mano del presidente de esta asociación, el profesor Álvaro Aragón, fue que lo que en realidad creíamos, con un criterio bastante generoso, nada corporativo, por cierto, era que “historiador” lo eran todos los que respetasen las normas de trabajo científico para descubrir y dar a conocer datos sobre la Historia.

Abundando sobre ese argumento, yo puse como ejemplo el 25 de febrero en esta misma página la lección de esgrima del siglo XIX que nos dio en el Museo de Armería de Álava Iker Alejo dentro del programa de “la pieza del mes” que acerca al público los ricos fondos de ese museo. En esa ocasión un auténtico sable de Caballería ligera modelo Año XI utilizado por las tropas napoleónicas.

Hoy vuelvo a insistir sobre esa cuestión porque la acertada política de divulgación de esa institución, el Museo de Armería de Álava, es sistemática y provee de nuevos ejemplos de cómo se escribe la Historia cada mes. Ejemplos que no se pueden dejar pasar por alto, que se ganan el honor de ser divulgados y dados a conocer.

En esta ocasión, el sábado 16 de marzo, el tema elegido era una disertación sobre cómo se crean los dioramas que se utilizan en los museos para ilustrar a los visitantes sobre determinadas cuestiones.

El encargado de darla fue Jesús María Sainz, de la Asociación Alavesa de Miniaturas y Maquetas, y con ella demostró, deliberadamente, que para enseñar Historia sólo hace falta tener alguna habilidad que permita reconstruir el pasado y atenerse siempre a unas normas de rigor a la hora de rehacer ese segmento del Tiempo.

Eso es lo que la citada Asociación ha conseguido con la pieza del Museo de la que se habló este sábado para un público nutrido e interesado en lo que allí se contaba, llenado la sala. A saber: el diorama en el que se representa la corta estancia de Napoleón en Vitoria -del 5 al 9 de noviembre de 1808-, de camino hacia la villa y corte de Madrid  que quiere someter militarmente después de que haya sido liberada por el victorioso ejército de Andalucía que, bajo mando del general Castaños, ha infligido una derrota a las tropas napoleónicas en Bailén que ha resonado en toda la Europa ocupada por las tropas napoleónicas y  también en la que aún está por ocupar.

Tal y como se explicó este sábado en el Museo de Armería, ese diorama ha reconstruido un momento importante de la Historia de la ciudad, cuando el dueño de Europa pasa por allí y exige, como tenía por costumbre, alojarse en casa de su preferencia. En este caso una de las de un banquero vitoriano, Cuesta, que no duda en ofrecérsela.

Esa escena, la de la llegada del emperador a esa casa, llamada “Echezarra” y el recibimiento que le dispensa el amo de ella y su mujer, es la que se ha reconstruido con todo lujo de detalles en ese diorama que puede verse en las salas del Museo de Armería de Álava.

Faltan pocos detalles en esa escena. Se puede ver la figura de Napoleón rodeado de todo su servicio: el falso mameluco Roustam, sus dos valets que preparan su comida, sus cocheros, encargándose de la berlina del emperador -de hecho, su principal medio de transporte, a pesar de que no es comparable a la épica de ir montado a caballo-, los cazadores a caballo con sus vistosos uniformes verdes y sus colbacs de piel de oso -el distintivo de ser la élite de la élite- que debían estar a una distancia mínima del emperador para protegerlo con sus propios cuerpos de cualquier ataque o atentado, tal y como queda recogido en el diorama…

Hay en él otros detalles que ayudan a comprender mejor qué fueron las guerras napoleónicas y qué impacto tuvieron en lugares tan familiares como puede serlo la ciudad de Vitoria. Es el caso, por ejemplo, de alguno de los soldados de la Guardia Imperial, del regimiento de granaderos, que están en la escena protegiendo a Napoleón, que es el objetivo para el que han sido destinados, como los cazadores a caballo.

Los hay que mantienen la formación, pero también hay alguno que merodea en torno a la huerta sembrada junto a “Echezarra” y el ganado que hoza cerca de ella. Su uniforme ha sido impecablemente reconstruido. Con su alto gorro de piel de oso, característico de ese cuerpo, su uniforme tricolor -casaca azul y roja, pantalones y chaleco blancos-, último recuerdo, ya vacío de contenido, de la revolución francesa, incluyendo también detalles que muestran que ese regimiento de élite está en esos momentos marchando, que aún no ha entrado en combate vistiendo para la ocasión sus mejores galas.

La actitud de ese miembro de la Guardia Imperial que aparece en este diorama también ha sido sabiamente reflejada por los miniaturistas que lo han realizado. Sin grandes conocimientos de Historia ya se puede deducir que el granadero merodeador, más que esperar hipotéticos enemigos que aún no están a la vista, parece estar pensando en qué parte del patrimonio de la casa en la que se alojará su emperador va a saquear, de manera totalmente legal. Empezando, tal vez, por la pequeña huerta sobre la que se mueve como si él fuera el emperador de ese pedazo de terreno, como lo demuestra su actitud con el mosquete terciado en las manos y con la bayoneta calada en una actitud que amedrentará a cualquier civil que se atreva a rechistar ante esos robos y abusos legalizados por lo que ya es, sin ningún disfraz, un gobierno de ocupación militar.

Un conjunto de gestos totalmente histórico, que se repetirá, una y otra vez, en Vitoria y en otros lugares entre el otoño de 1808 -que es la fecha que reconstruye el diorama- y 1813. Algo en lo que está implicado todo el ejército napoleónico presente en la Península. Desde el último soldado hasta ese mismo emperador que avasalla a sus anfitriones en el centro de la escena que representa el diorama y que fue también conocido por sus depredaciones en cuanto se presentaba ocasión para ellas. Como ocurre en esos momentos en una de las etapas anteriores en su viaje hacia Madrid, Tolosa, donde robará la vajilla en la que se le ha servido la comida en la casa de otro notable local, Carrese. Familia, por otra parte, no precisamente distinguida por su adhesión a Napoleón, al que aborrecen como aquel que ha traicionado los ideales revolucionarios tan amados por ellos y al que no dudan en combatir uniéndose a las juntas de defensa del reino en cuanto tienen oportunidad de ello en ese mismo año de 1808.

Todo ello hace que no se pueda objetar nada a la afirmación del conferenciante emplazado por el Museo de Armería de Álava este 16 de marzo acerca de que dioramas como estos no son una simple afición, un entretenimiento, sino un medio para capturar una parte del pasado y reconstruirla por medio de un análisis histórico profundo y riguroso.

Así, en efecto, hay que afirmar, sin ninguna clase de reservas, que con figuras como esas y dioramas como esos, también se escribe y se aprende Historia. En este caso sobre las guerras napoleónicas y su impacto en el País Vasco de hace ahora dos siglos que, si se acercan hasta el Museo de Armería  de Álava y sus magníficos fondos que -en absoluto se reducen al que he descrito hoy-, no fue precisamente un acontecimiento sin importancia.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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