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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia y Año Nuevo. El descubrimiento del champán (1714-2014)

Por Carlos Rilova Jericó

Pues sí, hoy vamos a hablar de ese brebaje que ya, a estas alturas del calendario, tenemos muy utilizado. Ese champán que, como todo, también tiene su Historia y sin el que no se concibe ya la celebración del Año Nuevo.

Resulta, lo que son las cosas, que ese vino espumoso en el que nos vamos a empapar -otra vez- dentro de unas 48 horas, esperando que el 2014 mejore al 2013, fue descubierto hace ahora unos trescientos años.

La cosa, en efecto, parece ser que ocurrió hacia junio de 1714, tomen, pues, nota del evento para celebrarlo.

De levantar acta del hecho se ocupaba “Le Petit Journal”. Ese periódico francés emblema de aquella “Belle Époque” que tuvo como una de sus principales señas de identidad, precisamente, ese vino espumoso, hasta el punto de hacernos relacionar, casi automáticamente, la palabra “champán” con cabarets descocados, señores con corbata de plastrón, chistera de seda negra y bigotes encerados persiguiendo bailarinas del can-can y a Henri de Tolouse-Latrec levantando acta de todo ello en los carteles del Moulin Rouge. Una falsa imagen histórica por su reduccionismo y simplificación -como muchas otras- ya que el champán, a pesar de ser uno de los emblemas de esas alegrías desbordantes y desbordadas tuvo unos orígenes mucho más sosegados. De hecho, tan austeros como austero es siempre un convento.

En efecto, nos narraba “Le Petit Journal” del 14 de junio de 1914 que ese vino espumoso relacionado en nuestro imaginario histórico con lujo y desenfreno, fue, en realidad, descubierto en la primavera del año 1714, lo que son las cosas, por un humilde monje benedictino que, lo que son también las cosas, dio nombre -como era justo- a una de las más famosas variedades de ese exquisito bebercio: el Dom Pérignon de la casa Moët et Chandon.

El nombre completo de aquel hermano benedictino del comienzo del Siglo de las Luces, era Pierre Pérignon -lo de “dom” era un título, claro está, como el de “fray” o “padre”-. Resulta que, según nos cuenta “Le Petit Journal”, era el “procurador”, o administrador económico, de una abadía benedictina, la de Hautvillers, cerca de Épernay y, pensando en cómo mejorar la calidad del vino producido en las tierras de ese monasterio radicado en Champagne -en realidad un espumoso muy parecido al vino del Rin, o al cava catalán que, últimamente y hasta la aparición de ciertos problemillas políticos, ha tratado de reemplazar al champán en España- se dedicó a enriquecer ese alcohol añadiéndole ciertas cantidades de azúcar y diferentes dosis de aguardientes.

De ese experimento, en apariencia tan sencillo, surgió en junio de 1714 el famoso champán con el que vamos a celebrar las campanadas de año nuevo, otra vez.

Por hoy no les cuento nada más, porque no hay mucho más que contar de acuerdo a esa poco conocida versión de los hechos sobre el nacimiento del champán que ofrecía “Le Petit Journal”. Cuando lo tomen, el champán, antes o después del cava -recuerden que no toda Cataluña tiene la culpa de lo que está ocurriendo en el “Parlament” y menos aún muchos productores de cava- piensen en Pierre Pérignon. Ese monje del Siglo de la Ilustración que se dedicó a buscar algún medio para hacer más sabroso y atractivo el vino que vendía su Orden para financiar, como nos recordaba aquel “Petit Journal” de 1914, la vida de otros hermanos benedictinos dedicados al estudio en esas bibliotecas que hizo famosas Umberto Eco gracias a “El nombre de la rosa”.

Recuerden, sí, mientras se beben el champán con las campanadas del nuevo año, el Versalles de Luis XIV, el Moulin Rouge de finales del siglo XIX, las fiestas de la aristocracia y la encorsetada burguesía de la “Belle Époque” que da su canto del cisne justo cuando se cumplen los trescientos años del descubrimiento del champán, un mes antes de que estalle la “Gran Guerra” de la que tanto nos van a hablar en 2014. Recuerden también, cómo no, a James Bond y su adicción a la variedad “Bollinger” de ese brebaje amarillo y espumeante, pero no se olviden de que todo eso tiene una Historia anterior. Una que empieza con las averiguaciones y experimentos de un avispado monje de nombre Pierre Pérignon en una abadía benedictina en el año 1714.

Recuérdenlo cuando celebren la llegada de este año 2014 que les deseo, de verdad, sea mucho más feliz que el que se va o, por si acaso, que el de 1914…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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