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Carlos Rilova

El correo de la historia

Hablando de coronaciones, hablemos de Historia

Por Carlos Rilova Jericó

 

Hoy parece casi inevitable hablar en este nuevo correo de la Historia de coronaciones reales. En este caso, como no podía ser menos, de la del actual rey de España, Felipe VI de Borbón y Grecia, que, como ya sabrán, ha dado bastante que hablar.

Lo más interesante para mí, como historiador, ha sido oír que ésta ha sido la primera coronación de la monarquía española realizada de forma pacífica -o algo así- en muchos siglos. Los que han dado pábulo o se han hecho eco de semejante afirmación -y creo que han sido muchos-, demostraron así el habitual déficit de conocimientos históricos también tan habitual en un país que ha alimentado, durante más de siete décadas, una destructora tradición anti-intelectual.

Esa misma que se manifiesta en hechos tan sangrantes como que, mientras en Francia tienen ministros como Dominique de Villepin, que escriben admirables libros de Historia y, por lo menos, conocen la de su propio país, en España -e incluyo en el lote a las diecisiete comunidades autónomas, sin que falte ni una sola- parece ser que tenemos bien repartidos por distintas instituciones públicas y privadas solemnes ignorantes de ambos sexos que no saben de Historia ni siquiera cuando se supone que el puesto que desempeñan exige tener conocimientos en la materia; haciendo así -ellos y ellas- una perfecta evocación de aquel “Capricho” de Goya en el que se veía a un burro vestido con el birrete y la levita de un maestro de hacia 1800 empeñado en dar lecciones a los demás.

Pues sí, si los que han andado por ahí aireando eso de que la coronación de Felipe VI ha sido la primera en mucho tiempo hecha de manera pacífica, ordenada, legal, supieran algo de Historia, más allá de creer que el Mundo empezó en 1978, es probable que se hubieran callado a tiempo antes de soltar esa sincera confesión de que tienen acceso a puestos de responsabilidad y micrófonos sin tener ni idea de la Historia de su propio país. Ese mismo que aspiran a gobernar desde distintos puestos de poder.

En efecto, por no irnos más allá de la dinastía Borbón, los que han repetido esa frase sin que parezca siquiera que sabían lo que estaban diciendo, sí deberían saber que todos los reyes Borbón, desde Felipe V hasta Carlos IV -es decir, desde 1700 hasta 1788- fueron proclamados sin el más mínimo problema de acuerdo a un ritual prácticamente idéntico al que desde el siglo XV había solemnizado el ascenso al trono de todos los, y las, que ostentaron la corona real de España.

La cosa era bastante distinta a la que hemos visto en Televisión a lo largo de esta última semana.

Se lo cuento a partir de lo que se hizo en Fuenterrabía -hoy Hondarribia- allá por 1788, cuando se proclamó a Carlos IV como rey de España. En tan señalada fecha los alcaldes de la ciudad -tenía dos, como los tenían todas las poblaciones que eran plazas fuertes- mandaron venir a los vecinos intramurales -es decir, los que vivían tras las murallas- y extramurales -es decir, los que vivían fuera de las murallas- de toda su jurisdicción, que entonces llegaba, en línea recta, desde la ciudad en sí hasta la población de Lezo, pegada al actual puerto de Pasajes, casi a las puertas de San Sebastián.

Todos ellos debían venir vestidos con sus mejores ropas. Es decir, con lo que dictaba la moda del momento, que venía de Francia: casaca, chupa, calzón hasta media pierna muy ceñido, medias, zapatos de hebilla, sombrero de tres picos. En suma: el llamado traje militar que desde finales del reinado de Carlos II se convierte en moda y estamos hartos de ver en películas sobre la Europa y la América del siglo XVIII que van desde “La Misión” hasta “El patriota”.

Como los fueros de la provincia otorgaban a todos sus vecinos el privilegio de portar armas y ejercer como soldados, los convocados al acto debían llevar el armamento propio de un militar de la época. Ese que también estamos hartos de ver en películas como, por ejemplo, “Barry Lyndon” del genial Kubrick. Es decir, un tirante de cuero blanco con una cartuchera, otro tirante con un sable o una bayoneta -o ambos a ser posible- y un mosquete. Los vecinos que carecieran de ese equipo, como solía ser habitual, recibían, para la ocasión, ese mismo material del arsenal municipal.

Una vez reunidos todos en la calle principal ante el Ayuntamiento debían subir hasta la plaza de armas y allí, en formación ante un estrado en el que estaban los retratos del rey y su esposa, hacer un despliegue militar al uso de la época -también lo han visto en las películas- y solemnizar la cosa con descargas cerradas de mosquetería.

A lo largo de esa ceremonia uno de los alcaldes debía leer una proclama en la que señalaba a los presentes que oyeran que Castilla tenía un nuevo rey, que se llamaba Carlos IV y que el reino se declaraba en su favor. El asunto debía hacerse ondeando el pendón de Castilla varias veces.

Así se hizo allí, en Fuenterrabía, después del 14 de diciembre de 1788. Con la misma rutina con la que se había hecho en 1700, o después con el breve Luis I, con Fernando VI o con el mejor alcalde de Madrid, Carlos III.

La cosa sólo cambió a partir de Fernando VII. Con él comenzaron las proclamaciones turbulentas. La suya tras un golpe palaciego. La de su hija, en 1833, tras más intrigas palaciegas en las que el tormentoso Fernando VII, un ser más complejo de lo que imaginamos y quizás no tan conocido como creemos, se las apañó para dejar a su hermano Carlos María Isidro fuera de juego, provocando una larga serie de guerras civiles entre los liberales partidarios de la proclamada como Isabel II y el citado don Carlos, que hacía de su fosco hermano, por comparación con él, un furibundo amante de la Democracia y la Libertad.

El hijo de Isabel II no llegó con más tranquilidad al trono. Hubo un golpe militar para proclamarlo. Venía a sustituir a una madre a la que en 1868 habían vuelto la espalda hasta los monárquicos, venía tras la proclamación de una turbulenta aunque bien intencionada república que llega al abdicar Amadeo de Saboya, con el que el general Prim había querido poner en España una monarquía más parlamentaria, menos convulsa, que la de una Isabel II que no siempre supo en qué consistía eso.

Sin embargo, tras él, tras Alfonso XII, la coronación volvió, en 1902, a la normalidad del siglo XVIII con su hijo Alfonso XIII. Así hasta que Europa se volvió a ver metida en otro ciclo de turbulencias políticas y económicas que, por supuesto, se reflejaron en España como ya se habían reflejado las de la primera mitad del siglo XIX, haciendo, como es lógico, que las proclamaciones reales fueran, como muchas otras cosas, un verdadero problema.

Esa es, pues, la verdadera Historia de lo normal, o anormal, históricamente hablando, que ha podido ser la coronación de Felipe VI. Si hacen las cuentas ya ven que, de once reyes, siete de esa dinastía -incluido Felipe VI- han sido proclamados con relativa normalidad frente a solo cuatro -incluido Juan Carlos I-, que lo habrían sido rodeados de circunstancias de cierta excepción o emergencia.

De lo de la brutal y nada tranquila prohibición de las banderas republicanas este jueves en Madrid, hablaremos, quizás, en otro momento, cuando la Historia siga el curso que le marque la poca o mucha inteligencia política que se ponga en la palestra para que lo que empezó relativamente bien no acabe peor que mal.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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