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Carlos Rilova

El correo de la historia

El 4 de julio y los años perdidos de 1776 a 2014. ¿Qué tienen en común la “Marcha de granaderos” española y la “Marcha de los granaderos británicos”?

 

Por Carlos Rilova Jericó

Pues sí, este viernes fue 4 de julio. El día en el que los norteamericanos del centro de Norteamérica, los que están entre México y Canadá, conmemoran su Declaración de Independencia frente a Gran Bretaña en 1776.

No se habló mucho del tema. Ya se sabe, hay cosas más importantes en juego, como el Mundial y las inundaciones y los huracanes -en Estados Unidos- que han distraído bastante la atención.

Las televisiones ni siquiera programaron alguna película -“Revolution”, “El patriota”…- para recordárnoslo, decantándose, en todo caso, por las que tenían que ver con la Primera Guerra Mundial o incluso la de Secesión.

Sin embargo, como, más tarde o más temprano, habrá algún día en el que toda esa parafernalia, por A o por B, vuelva a salir a la palestra, yo no quiero dejar pasar por alto la ocasión de hablar de un tema relacionado con ese 4 de julio.

Sobre todo porque le prometí a Paco Esparza, un lector voraz de este correo de la Historia, que el lunes más próximo al 4 de julio -es decir, éste- hablaría del tema que él sacó a relucir mientras dábamos cuenta de un banquete bastante multitudinario.

El caso es que este lector del correo de la Historia -y sin embargo amigo-, que, entre otras virtudes, tiene la de ser músico, comparó ante la atónita concurrencia de la que el firmante formaba parte, las bondades de la marcha granadera española con las de la británica.

Seguro que les suenan mucho las dos. La británica es esa flamante música que suelen tocar los granaderos británicos en ceremonias especiales y desfiles. La española… seguro que también: es el himno nacional español

Y, como casi siempre, aquí llegamos a la parte justificativa del artículo: ¿qué tienen que ver las marchas de granaderos españoles y británicos con el 4 de julio?.

Vayamos de lo más fácil a lo más difícil. Está claro que la “Marcha de los granaderos británicos” tiene mucho que ver con la revolución americana que estalla un 4 de julio de 1776.

En películas como la ya mencionada “El patriota”, puede verse a las banderas del general británico Cornwallis avanzando bajo esa música hacia el centro del campo de batalla, en plena Guerra de Independencia americana.

Eso es algo totalmente correcto desde el punto de vista histórico ya que, desde finales del siglo XVII a mediados del XVIII, esa música y su letra son bien conocidas y utilizadas por el Ejército británico en momentos especiales. Como puede ser un desfile o un acto de poder simbólico. Por ejemplo, el de desplazar los estandartes al centro del campo de batalla para dejar claro al enemigo que ha sido derrotado.

Aclarado lo que justifica la presencia de la “Marcha de los granaderos británicos” en todo lo que tenga que ver con el 4 de julio y la Declaración de Independencia de los yankees, vamos a pasar a un tema que, en principio, puede parecer más difícil.

Es decir, qué tendría que ver la “Marcha granadera” española con esos acontecimientos.

Los que siguen este correo de la Historia, al menos desde el 7 de julio del año pasado, ya sabrán que, por inverosímil que parezca, hay relación entre los españoles y esa Guerra de Independencia estadounidense en la que tan bien queda que los perversos generales británicos manden tocar su marcha granadera.

Sí, y esa relación va mucho más allá de lo que se dice, también en “El patriota”, respecto a usar como refugio de la guerrilla yankee una vieja misión española abandonada en un pantano.

Ya lo dije en el artículo publicado el lunes 8 de julio del año pasado. Libros hay, aunque no demasiados, en los que se cuenta la contribución española, económica primero y después descaradamente militar, a esa guerra que perdió Gran Bretaña.

Así pues, la relación existe. Está histórica y suficientemente demostrada en estudios muy serios como los que citaba yo en ese artículo al que les remito desde ya.

El problema es que, al parecer, es imposible relacionar ese contenido histórico con la divulgación por medio de, por ejemplo, películas como las que voy mencionando.

En efecto, la “Marcha granadera” española podría perfectamente haber aparecido en una película como “El patriota”. Hubiera bastado con que en la misma se hubiesen reflejado escenas de batallas en el Sur de ese futuro Estados Unidos en las que entraron en línea regimientos españoles que, como todos los de la época, tenían su sección de granaderos. Para los cuales, como ocurría en el caso de los británicos, existía una “Marcha” que se utilizaba en casos como estos.

Tal vez si cosas así se hicieran, aparte de recuperar pedazos de nuestra Historia que hemos ido dejando abandonados por ahí -de la manera más estúpida que se pueda imaginar-, empezaríamos a identificar ese himno con lo que realmente fue desde mediados del siglo XVIII y no con lo que fue entre 1939 y 1975, que es con lo único con lo que se identifica hoy día mayoritariamente. Guste o no guste.

Así nos podríamos emocionar oyendo nuestra “Marcha de granaderos” sin necesidad de gastarnos un dinero en ir a Londres a ver desfiles como el “Trooping the Colour” en el que la “Marcha de los granaderos británicos” es la estrella, mientras Su Majestad, igualmente británica, revista sus tropas. Acto de patético snobismo que luego nos lleva a comentar -para terminar de arreglarlo- que qué bonitas son estas cosas y ponernos malos cada vez que oímos un himno nacional que nos recuerda otras cosas nada tranquilizadoras: una bandera impuesta, un régimen de excepción durante más de cuatro décadas… en lugar de traernos a la memoria a un monarca ilustrado -y hasta “progre”- como Carlos III, a sus soldados de casaca blanca marchando por las calles de Madrid con esa “Marcha granadera” o tomando ciudades hoy tan norteamericanas como Mobile o Pensacola, abriéndose paso, bajo sus estandartes flameantes, entre líneas de casacas rojas como los que vemos en las películas, mientras suena la “Marcha de granaderos” española con el mismo empaque con el que suena la de los británicos en “Barry Lyndon” o en “El patriota”.

Y esa reacción snob ocurre sin ninguna verdadera razón. Fíjense en las dos ilustraciones de este artículo. La primera es de un granadero británico de la época de la Guerra de Independencia de Estados Unidos. La otra es de un granadero del regimiento Navarra, uno de los que lucha en esa misma guerra. Como ven, entre ellos apenas hay diferencia alguna. De hecho, me he tomado la libertad de poner a los dos cebando el arma que daba nombre a sus unidades y que, la verdad, en la época ya apenas se usaba.

Y sin embargo…  Sin embargo, a pesar del gran parecido, no acabamos de conseguir poner una cosa y otra a la misma altura, históricamente hablando, a la que realmente sí estuvieron.

 

Tienen toda esta semana para pensar en las razones por las que nuestra Historia nos parece tan fea y resulta tan poco en la gran pantalla -es decir, en la memoria colectiva de hoy día- y el porqué de dejarnos, por ejemplo, una buena parte de nuestro dinero en ir a Londres y ver desfiles al ritmo de la “Marcha de los granaderos británicos”, pensando, equivocada, muy equivocadamente, que aquí no tenemos, ni nunca tuvimos, nada ni siquiera parecido.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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