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Carlos Rilova

El correo de la historia

Fue hace 150 años: crónica del asesinato del presidente Abraham Lincoln contada por un periódico español (1865-2015)

Por Carlos Rilova Jericó

(N. B. El retraso en la publicación de más de un día de este nuevo correo de la Historia se ha debido a causas técnicas ajenas a su redactor).

Hoy hablaremos en este nuevo correo de la Historia de una de las noticias que se filtró a los medios durante la semana pasada, poco antes de que todo quedase eclipsado por la detención de un -entre otros varios importantes cargos- antiguo ministro de Economía español que, seguramente, es un tema que da, y dará, mucho que hablar pero, por increíble que parezca, nada aporta a este correo de la Historia.

Salvo, acaso, una pequeña reflexión acerca de la Economía con pies de barro en la que se nos ha obligado a vivir -o algo parecido- a muchos miles de ciudadanos de Occidente durante la mayor parte de nuestras vidas y ha condenado a otros, de África, a morir a las puertas de Europa. Desde 1980 hasta la actualidad, que eso también es Historia, aunque sólo sea por el número de años transcurridos. Una Economía con pies de barro que ahora, al parecer, se derrumba, arrastrando tras de sí a uno de sus símbolos, haciendo cada vez más difícil negar una serie de evidencias e incertidumbres de cara al Futuro planteadas por ese giro de los hechos.

Así pues, dicho todo lo que se puede decir, de momento, sobre ese huracán mediático, volveré a esa noticia más modesta de la que algo se dijo antes de que llegase ese eclipse de la realidad provocado por la detención de Rodrigo Rato.

Se trata del centenario del asesinato de Abraham Lincoln. Acaso el presidente más carismático, más cinematográfico, más novelado -últimamente lo han hecho protagonista de una novela gótica en la que es, nada menos, que cazador de vampiros- y, en definitiva, más conocido de la ya larga lista de presidentes de los Estados Unidos.

Fue ahora hace 150 años, el 14 de abril de 1865, y, por lo tanto, me parece una buena ocasión para que recordemos ese hecho. Lo vamos a hacer sumergiéndonos, directamente, en cómo lo contaron aquellos para los que esos hechos fueron tan noticia como hoy lo es la caída de Rodrigo Rato o los emigrantes de Lampedusa.

Eso nos lleva a las páginas de uno de los periódicos españoles de la época, “El Museo Universal”, que recibió y publicó paulatinamente las noticias del asesinato de Abraham Lincoln a partir de su número de 14 de mayo de 1865.

En ese número, con la excusa de contarnos la vida del que los redactores de este semanario llaman “Juan Wilkes Booth”, es decir “el asesino de Lincoln”, tal y como se señalaba bajo el grabado en el que se reproducía su rostro, nos contaban también, con una precisión escalofriante, cómo había sido el atentado, dando detalles que nos devuelven a un mundo -el de la llamada era victoriana- que creemos conocer bien -otra vez volvemos a las películas, a las novelas…- pero que, como vamos a ver, distaba mucho del nuestro. Para darse cuenta no hay más que comparar el modo en el que John Wilkes Booth ejecuta su oscuro designio, con las dificultades que tendría hoy día alguien que tratase de hacer lo mismo. O fijarse en los chocantes detalles del entierro del presidente Lincoln, de los que también dio buena cuenta “El Museo Universal” en un número posterior.

La crónica sobre el asesinato, publicada en la página 158 de ese número de 14 de mayo de 1865, empezaba diciéndonos algo que no se suele comentar mucho. Es decir, que Wilkes Booth tenía dos hermanos partidarios del bando de la Unión, nordistas acérrimos. Uno, Edwin, dueño del teatro Winter Garden en Nueva York, y otro, Junius Brutus junior, que dejó la profesión de actor que compartía con su hermano John para dedicarse al que “El Museo Universal” llama “el comercio del petróleo”.

La crónica del atentado contaba que Wilkes Booth había dicho días antes que iba a matar a Lincoln. Algo que fue tomado a broma, pese a ser bien conocido el carácter exaltado de John Wilkes Booth, que, según esta crónica, había llegado a herir a algún compañero de escena durante una representación. Así, “El viernes 14 de abril, en el teatro, á las doce del día, habló (Wilkes Booth) bromeándose con el acomodador, quien incidentalmente le dijo que aquella noche iría el presidente al palco con su mujer y uno ó dos amigos. Salió al poco tiempo y se dirigió á casa de M. Johnson (se refiere el artículo al vicepresidente de Lincoln), y le pasó targeta (sic) á fin de verle”.

Johnson, de cuya curiosa biografía se ocupa otro número de “El Museo Universal”, se negó a verle, diciéndole, por medio de un criado, que estaba muy ocupado y le era imposible recibir a nadie.

Ante esa negativa Wilkes Booth “Pidió tintero” para escribir una nota, mientras lo hacía se detuvo y preguntó “¿En qué año estamos… en este momento no me acuerdo?”. Dicho eso acabó con la carta, se la entregó al criado de Johnson y al marcharse dijo a uno de los dependientes del vicepresidente “¿Va usted á la noche al teatro Ford? – La función será famosa”.

Tras eso nos dice la crónica de “El Museo Universal”, Wilkes Booth alquiló la que este periódico llama “una yegua ligera”, volvió al teatro y se fue hasta el palco que iba a ocupar el presidente Lincoln. Una vez allí hizo un agujero junto al marco de la puerta de modo que pudiera bloquear la apertura de esa puerta por medio de una cuña, después “colocó la silla del presidente en el punto que juzgó mas á proposito”.

Esa misma noche, al volver al teatro a la hora de la función, Wilkes Booth “encontró á Mr. Lincoln á quien saludó”. Hecho esto se fue al vestuario del teatro y de allí al corredor del palco. Cuando abría la primera puerta que daba acceso a él “detúvole un criado”. Ante ese inconveniente a sus planes Wilkes Booth le dijo que era un senador invitado por el presidente. Con eso el criado le dejó pasar.

A partir de ahí todo se precipitó: Wilkes Booth bloqueó la puerta con la cuña que insertó en el agujero que había practicado esa mañana, abrió la segunda puerta y se encontró con el mayor Rathbone, del Ejército, que acompañaba a los Lincoln. Cuando este oficial unionista le preguntó adónde iba, Wilkes Booth “hizo una cortesia”, se ocultó tras la puerta y, con la mano zurda, disparó contra Lincoln, inflingiéndole una herida mortal. Después huyó, atacando, muy teatralmente, con un puñal que llevaba, el brazo del mayor Rathbone -que trataba de detenerle- desde el hombro hasta el codo.

Luego vino lo que tan bien conocemos por el cine: el salto desde el palco, el puñal en alto, el grito de “Sic semper tyrannis” (así mueren los tiranos) y la huida de cuyo fin se han dado varias versiones. Alguna divergente con la oficial. Como por ejemplo la que da “El Museo Universal”, señalando que los funcionarios del Ministerio de Guerra estadounidense habían matado y enterrado en secreto a Wilkes Booth… Aún así versión menos audaz que ciertos rumores que aseguraban -y aseguran- que Wilkes Booth logró huir y refugiarse, al parecer, en Texas, Japón y/o Europa.

Tras eso “El Museo Universal” informaba a sus lectores en su número de 4 de junio de 1865, en una pequeña nota de la página 182, de los detalles de los funerales de Lincoln celebrados el miércoles 19 de abril de 1865. El cuerpo del presidente fue expuesto en el ala Este del que el periódico llama “palacio ejecutivo”. La sala estaba “completamente enlutada”. El ataúd del presidente era “negro con adornos de plata, forros de raso blanco y festoneado de guirnaldas de encina verde y rosas blancas”.

El cortejo fúnebre salió a las dos. La “carroza mortuoria” estaba coronada por un águila de oro cubierta con un velo negro. La seguían el “caballo de montar” del presidente “llevado del diestro”, parientes y amigos, los representantes de Kentucky “y el Illinois”, tras ellos autoridades, cuerpo diplomático, diputados, senadores y cuerpos civiles y militares. Finalmente iban los empleados y tras ellos lo que el periódico llama “1,500 negros”. En total 18.000 personas seguidas por una masa que sumaba, según testigos, un total de 700.000 asistentes…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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